Por Mariana Mijares/ ¿Qué tan diferente será nuestra vida en 2039? ¿Estaremos rodeados de celulares aún más inteligentes y coches que se manejen enteramente solos? ¿Viviremos en edificios modernos con electrodomésticos que nos preparen el desayuno? Miranda no está viviendo nada de eso y su mundo está lejos de la promesa futurista: habita un edificio en ruinas y no ha salido de su departamento en cuatro años. Su rutina transcurre entre el encierro, la soledad y las sopas instantáneas, hasta que conoce a Baltasar.
A pesar de ser joven, Miranda es realmente pesimista: todo el tiempo parece estar enojada y ha renunciado a la posibilidad de que el mundo le ofrezca algo bueno. En contraparte, Baltasar habita el mundo de manera completamente diferente: con ligereza, optimismo, y, sobre todo, con una enorme capacidad de asombro. Esto no es fortuito: pasó casi toda su vida dentro de una secta religiosa; aislado, sin contacto con el exterior.
Este trasfondo da pie a una interpretación con múltiples capas y detalles por parte de Luis Eduardo Yee, quien encarna a un Baltasar ingenuo, pero profundamente curioso. Su entusiasmo por descubrir el mundo se refleja en pequeños detalles, como su fascinación por nuevas palabras y conceptos que nunca había escuchado: ‘antibiótico’, ‘Keiko’ o ‘piñata’, que repite con la emoción genuina de un niño.
Esta original historia sobre dos personajes tan opuestos surgió de la pluma de Ana González Bello, quien además interpreta a Miranda, y de Paula Celaya Cervantes, quien también dirige el montaje que se presenta en el Teatro la Paz. La dupla creativa había colaborado en otros proyectos, entre ellos en El Hilador y 245 Actos de Maldad Extraordinaria.
Tomando elementos de la Ciudad de México en la actualidad, Ana y Paula construyen un futuro que suena distante pero que se siente cercano, y probable. En 2039, aún hay avenidas congestionadas en las que los automovilistas no son cordiales, se siguen consumiendo sopas Maruchan (el sustento principal de Miranda), prevalecen los mercados, y, muy importante, los puestos de tacos.
Además de los dos protagonistas, la obra cuenta con otros dos elementos fundamentales sobre el escenario: Cristóbal Maryán y Miguel Tercero. El primero no solo toca varios instrumentos, sino que en ocasiones también acompaña a los personajes de cerca, marcando sus emociones a través de sus melodías. A la vez, Miguel asume principalmente el rol de narrador, rompiendo constantemente la cuarta pared para interactuar con el público. Sumando además como músico ocasional de jarana, el actor complementa la historia interpretando a personajes incidentales, como un mensajero o una hilarante vecina fit.
La presencia de Miguel aporta frescura, ritmo, y sobre todo destellos de luz a una historia que, por momentos, se sumerge en la oscuridad. Esto pues a medida que avanza la trama, los secretos del pasado de Miranda y Baltasar se van revelando, clarificando las razones detrás de su forma de ser y su manera de habitar el mundo.
Como lo señala el narrador al inicio de la obra: este es un montaje de presupuesto limitado y donde se tendrá que usar mucho la imaginación. Congruente con esta advertencia inicial, la escenografía de Fernanda García cuenta con muy pocos elementos: una pequeña mesa con dos sillas y un sillón representan el departamento de Miranda, mientras que una puerta separa su espacio del pasillo donde se encuentra el de Baltasar, cuyo hogar nunca llegamos a ver.
Hacia el final, se nos invita a imaginar la azotea, un momento clave en la historia. Para entonces, la relación entre Miranda y Baltasar ha evolucionado, dejando en evidencia que, de modos distintos, ambos se hacen bien.
“Al amor uno llega jodido“, advertía el narrador al inicio de la obra. Y qué verdad encierra esa frase: ninguno de los dos protagonistas está en su mejor momento; sin embargo, y como ocurre también en la realidad, las malas rachas son parte inevitable de la vida, pero lo que nos queda es decidir cómo enfrentarlas. A veces solo queda confiar, abrirnos y permitir que, en medio del caos, alguien más ilumine nuestro camino.
Más allá de su original historia, Mil veces no revela un trasfondo sobre cómo tras eventos traumáticos y pérdidas irreparables la vida no se detiene, aunque parezca hacerlo. Siempre queda la posibilidad de encontrar un nuevo propósito, reconstruir y, sobre todo, aceptar el apoyo de quienes eligen acompañarnos.
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Fotos: Cortesía Producción