Entre el “¿apoco te vas a comer todo eso?”, el “yo soy el hombre de esta casa” y el consabido “los hombres no lloran”, caben una diversidad de conflictos dignos de cualquier drama universal que se respete. Sin embargo, es hasta nuestros días que esas frases adquieren su justa dimensión y son ocupadas en escena como una forma de evidenciar lo que en más de un sector de las sociedades mundiales está sucediendo: la lucha cada vez más férrea para erradicar los modelos patriarcales, las masculinidades hegemónicas y, con ello, la misoginia y el odio hacia la diversidad.

Si bien obras bastante conocidas como Otelo, Don Juan Tenorio, Casa de muñecas, Yerma, Largo viaje del día hacia la noche, Un tranvía llamado Deseo, La muerte de un viajante, Sexo, pudor y lágrimas, Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, Cómo aprendí a manejar y Tom en la granja, por mencionar algunas, permiten tener un panorama de cómo el machismo y la masculinidad se han expresado a lo largo de la historia de la humanidad a través del delicado espejo del teatro, lo cierto es que hoy en día varias de esas obras se escenifican con la plena conciencia de exponer y exhibir esos vicios para favorecer la conciencia de que corren nuevos tiempos y que clásicos como Otelo hoy son tomados ya no tanto para hablar sobre los celos, sino sobre machismo, misoginia y feminicidio. Versiones de la tragedia como Desdémona o la historia de un pañuelo de Paula Vogel, La maté por un pañuelo de Andrea Salmerón y Alfonso Cárcamo y Silencio de Juan Carrillo y Los Colochos, dan cuenta de ello.

En esos otros tiempos, así como varias obras están dirigidas a ponderar la justa valoración de la mujer y su papel dentro de la sociedad a través de la historia y en la actualidad, hay algunas obras en las que se alude de manera frontal y directa las nuevas formas en las que se está asumiendo el rol masculino, con todo lo que eso conlleva para sí mismo y para su entorno.

Hoy en día, lo que para los personajes de O’Neill o Miller eran debilidades o franca enfermedad mental, hoy son muestras de la diversidad y genuinidad que puede habitar en una persona de género masculino, independientemente de su orientación y preferencias sexuales y afectivas. La fragilidad, vulnerabilidad y deconstrucción del hombre es uno de los temas que, a pesar de que en muchos sectores sigue siendo un tema tabú, en el teatro es uno de los que actualmente propone más riqueza y pone sobre la mesa puntos dignos de llevarse a la casa, a la oficina, al aula y a la cafetería para discutirlos en equipos de dos o tres.

Obras como Arte de Yazmina Reza, escrita en los años noventa, ya permiten avistar cómo un cuadro blanco desvela la fragilidad de tres hombres y cómo ésto afecta su relación de amistad. Otra introspección directa al universo masculino, en este caso dentro del ámbito familiar, es lo que propone Carmina Narro en Julio sin agosto, estrenada a mitad de la primera década del siglo XXI; allí, las iras y resentimientos de cuatro hombres -el protagonista, su amante, su hijo y su padre- no son más que la revelación de sus miedos y vulnerabilidades.

Es notable cómo una obra como Los gallos salvajes de Hugo Argüelles, estrenada a mitad de la década de los ochenta, sigue siendo vigente gracias a la confrontación que plantea entre un padre machista y un hijo que ha regresado a la casa paterna para hacerle saber que existen otras formas de ser hombre y, sobre todo, de ser humano.

En textos tan diferentes como Escrito en el cuerpo de la noche de Emilio Carballido, Visitando al Señor Green de Jeff Baron, Cuerdas de Bárbara Colio, Lo que se ve desde el cielo de Kerim Martínez, Sí wey, todo bien de Diego Aviña y Puras cosas maravillosas de Duncan MacMillan, se exploran nuevas formas de entender y afrontar los sentimientos, emociones, afectos y frustraciones del género masculino y la manera en que afecta su entorno.

Por ello, el que en la Cartelera de Teatro exista una propuesta como Mientras me como al mundo resulta enriquecedora por la manera en que aborda el tema de las nuevas masculinidades y, sobre todo, por cómo lo enuncia y anuncia hacia el público.

Tomando como punto de partida el monólogo del estadounidense Luis Roberto Herrera, el actor y traductor Patricio José, de la mano de la directora Aída del Río, construye un espectáculo en el que las palabras con las que el dramaturgo vierte su propia experiencia con los trastornos alimenticios y sus causas y consecuencias en su relación con su entorno y consigo mismo, son aprovechadas por el joven histrión: desde la ficción, Patricio alude a su propia historia y, de forma voluntaria y consciente contribuye, desde su celebridad como galán de televisión, a hablarle de frente a un público que no necesariamente espera que un hombre joven y atractivo le cuente una historia de frustración, desencanto y conflicto en la formación de su identidad, víctima de la presión social que, quizá sin saberlo, ejercen familiares, amigos, compañeros y parejas con opiniones, comentarios y sentencias que van de lo inocente a la franca mala leche.

Más cercano a un stand up amargo que a un complejo texto dramático, Mientras me como al mundo permite ver a un hombre mostrarse en la plenitud de su miedo, duda, impotencia, inseguridad y, principalmente, culpa. Culpa por no cumplir las expectativas de los otros sobre un cuerpo ajeno: el suyo. Un hombre que no solamente está evocando y experimentando fragilidad y vulnerabilidad: la está enunciando y, al hacerlo, el público asistente -con las y los fans del actor incluidos- pasa de tener una sorpresa a, en más de un caso, una senda bofetada con guante blanco.

Como complemento a la temporada teatral, Patricio José ha compartido reflexiones y cuestionamientos al respecto de la temática, con lo cual el tabú no nada más se pone sobre la escena abiertamente, sino que sale también hacia el ámbito de las redes sociales para, ojalá, propagarse a favor del entendimiento de las nuevas necesidades y conductas del tradicionalmente llamado “sexo fuerte”.

Otras obras que exploran las nuevas masculinidades en las distintas etapas de la vida son El viaje de Tadeo, un sabroso espectáculo de Gonzalo Herrerías estructurado como narración oral con son jarocho en vivo, sobre el descubrimiento de la identidad en un tímido adolescente. Blanco fácil, monólogo de Santiago Salazar en la que la masculinidad es abordada desde la vivencia de un hombre trans. Otro monólogo que alude frontalmente el tema es Hombre, escrito e interpretado por Luis Arrieta, en el que un personaje cuenta una historia que va de la infancia a la adultez a fin de validar su derecho a ser, simple y sencillamente, vulnerable.

Una de las formas más constantes de mostrar las nuevas expresiones de lo masculino se encuentra en las obras que diseccionan las relaciones padres e hijos y exhiben, a su vez, las nuevas maneras de asumir la paternidad, confrontando los modelos de antaño, que aún persisten.

Puestas en escena como Joy robota, escrita y dirigida por Laura Baneco, Las calcetas de mi padre, unipersonal de Daniel Ortíz y Ahoradespués, monólogo del argentino Guido Zappacosta dirigido por Alonso Íñiguez y actuado por Jesús Zavala, son ejemplos recientes de textos y montajes que no hacen más que unirse, desde las tablas, al entendimiento de que expresar sentimientos, manifestar emociones, hablar de los problemas, ejercer la responsabilidad afectiva, aceptar la fragilidad y asumir la vulnerabilidad hace que, más que buenos o mejores hombres, se construyan completos seres humanos.

Por Enrique Saavedra