Por Luis Santillán/ La muerte ha convocado a dos personas que, aun cuando están en un espacio reducido, una gran distancia les separa. Una distancia que solo se puede medir con el paso de los años, con la ignorancia que va instalándose en el uno y el otro. La situación que los convoca bien podría ser un explosivo para que una cascada de palabras les ahogara; sin embargo, un silencio de trivialidades predomina. En un espacio, frente a un viejo árbol, con una línea de desarrollo de tiempo constante, Kerim Martínez construye Lo que se ve desde el cielo.
En 2017, esta propuesta, bajo la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui, se estableció en el escenario del Café K-OZ Foro Cultural. Es relevante porque el texto dialoga con el espacio real de representación de manera franca, hace uso de sus características para que un área limitada contenga un tornado. Martínez propone un encuentro forzado entre dos hermanos que se han distanciado, aparentemente, de manera irreparable; conversan de manera forzada porque en el fondo hay una necesidad enorme por convocar ciertas palabras, pero la agonía de cada uno impide, en principio, el encuentro real.
La situación de Bernardo y Andrés es de intimidad, de aquella que nadie quiere espiar porque lo incómodo, el sufrimiento interno, aleja a cualquier curioso, pero también contiene una fuerza, casi gravitacional, que convoca la atención del espectador.
Sánchez, además de la dirección, diseña el espacio escénico. Lámparas —como de estudio fotográfico— son la fuente de iluminación, un ciclorama estimula la memoria para que el público recuerde sus propias sesiones de fotos; por lo tanto, el trazo e imagen escénica se establecen de igual manera. Los movimientos son escasos, la orientación de los personajes puede parecer artificial, pero es la suma para justo lograr fotografiar un momento que queda en la memoria. Hay un diseño que es ejecutado con cuidado sobre el escenario.
La dirección apuesta por la construcción interna, lee el texto de Martínez y saca provecho del artificio verbal para ocultar a vista del público las necesidades emotivas de los personajes, pero deja pequeñas fisuras para que desde la butaca se pueda entrar a la parte real que le interesa dirigir: lo impronunciable del dolor y del miedo. Sánchez ofrece una consciencia plena de las dimensiones del espacio real y el espacio emotivo para lograr conmover.
La estructura del texto responde a las características de la pieza: carece de peripecias, no requiere de un desenlace concreto, la fuerza está en la creación de personajes y las cargas emotivas que tienen. La confrontación ocurre más por ideologías o posturas que por acciones concretas. Martínez aprovecha todo para que el texto le permita al director trabajar con la contención; eso permite que sea el público quien identifique su historia de vida en los personajes. La fuerza de la puesta en escena radica en eso.
Lo que se ve desde el cielo es una propuesta que puede tocar fibras sensibles del público, que saca provecho de la intimidad espacial para mostrar una obra que se ve con el asombro y curiosidad de quien entra a un estudio de fotografía y, de manera velada, se adentra en un momento de la vida de otro.
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Foto: Cortesía Producción