Por Alegría Martínez/ Un hermoso canto a dos voces llega al escenario, hasta donde una potente luz ilumina una tina blanca y vacía. Hábitat, vientre materno, lecho, ataúd, contenedor múltiple al centro de un espacio oscuro. Frontera a la que se llega cuando la madre ha muerto.

Vicky Araico y Majo Pérez, actrices en plenitud, encarnan las dos partes de Cassandra: la que ha logrado ser y aquella que los demás quisieran que fuera. El personaje es una escritora que se ha abierto camino para vivir como se lo ha propuesto.

Escrita por Norah Sadava y por Amy Notsbaken, directora del montaje, Las dos Cassandras, en inglés titulada Mouthpiece, es caudal de voces que se agolpan en el interior de una mujer adulta que se ha quedado huérfana y sin voz, cuando se espera pronuncie el discurso que reivindique la existencia de su progenitora.

Las exigencias sociales, los deseos de que cumpla con lo que se supone que debe ser una mujer, incluidos desde su aspecto físico, su forma de vestir, su lozanía facial, o su peinado, hasta su forma de vida, de hablar, de actuar, de dirigirse a las personas, de reaccionar, percibir, sentir. Todo pesa sobre Cassandra, como moldes sociales prefabricados de lo que se supone correcto.

Descalzas y con traje de baño blanco como única prenda, las actrices reaccionan con el cuerpo, la voz en distintos tonos, danza, canto y movimiento a cada duda, temor y pesar que asalta al personaje.

Como si se tratara de un ser humano a la deriva partido en dos, cierto de que será observado bajo la lupa del fingido duelo social, Cassandra se auto cuestiona desde esa otra yo, transmisora de las reglas morales y de los mandatos inculcados por su madre, -mismos que recibió a su vez- desde la elección de los alimentos hasta la eterna pregunta sobre lo que es correcto o no.

La urgencia de hablar de la madre muerta se transforma en la siempre postergada necesidad de hablar de sí, como un organismo dual que se auto consume. Diálogo incesante que inicia en el nacimiento y se llena de mandatos, que aunque no exentos de amor, reproducen al fin el estigma del deber ser.

Así se abre el círculo que las actrices transforman en un espectáculo crudo, irónico, divertido, doliente y liberador, que le da voz a lo que generalmente se calla, como si la muerte materna fuera algo que se pudiera encriptar en un contenedor hermético y lustroso.

El trabajo en equipo entre las dos dramaturgas canadienses, Nostbaken y Sadava, la primera, directora de Las dos Cassandras, ambas codirectoras de la Compañía Quote Unquote y de las dos actrices mexicanas, Vicky Araico que encabeza la compañía El ingenio del Caldero y Majo Pérez, genera un montaje interdisciplinario que vincula el teatro físico con la música, la voz en expansión y la inmersión en el laberinto insondable, el anclaje y la contradictoria relación con la madre ente político y social .

A través de un potente lenguaje actoral que atraviesa distintos géneros, de un trabajo a fondo que transita entre la metáfora, el juego y la ironía; de acciones reiterativas que enfatizan el círculo vicioso en que se encuentra atrapado el personaje; de una acción que se repite, en la que las actrices involucran por segundos a dos espectadores -lo que subraya el modo en que la visión masculina en general percibe el apoyo a la comunidad femenina- el montaje deshebra la hondura que implica el fallecimiento materno en nuestra sociedad.

Una tina, un micrófono dinámico (como aquellos que se usaron entre los años 20′ y los 50’s) y dos extraordinarias actrices, juegan con palabras, con imágenes, con su cuerpo y con los atavismos que obstaculizan a la mujer, decida o no, ser madre.

Vicky Araico y Majo Pérez interpretan personajes que inciden -a veces cómicamente- en el duelo de Cassandra, además de encarnar a su personaje, ése que es el mismo y su reflejo, como si su esencia fuera líquida y tuviera la capacidad de integrarse libremente a su opuesto, que se mezcla y separa.

Las dos Cassandras es un espectáculo de riesgo en tanto las actrices exploran a fondo escénicamente, expanden sus distintas capacidades y desarrollan, sin acusaciones, revanchas, ni violencia, un asunto espinoso, que implica a la sociedad entera, desde la crudeza, el humor y la ironía, a la que la honestidad obligan.

Es, sin embargo, un concierto, una fuente de imágenes expuestas que acarician y golpean con buen tino. Una puesta en escena no exenta de belleza sobre la identidad, que desgaja artísticamente la ansiada interlocución entre las múltiples voces que se desatan ante un sisma.

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Fotos: José Jorge Carreón