Victorioso y derrotado, así regresa Agamenón a casa tras la guerra de Troya. Ha vencido, sí, pero encima del triunfo, sobre sus espaldas carga el sacrificio de Ifigenia, su propia hija. Además, junto a él viene Cassandra, a quien ha embarazado y tomado como concubina. Todo esto desata la furia de Clitemnestra, esposa de Agamenón y madre de Ifigenia -y de los aún más célebres Electra y Orestes-, quien desde el destierro planea su venganza.
Empero, lo que en el mito es simple y llana obra de los designios de las deidades griegas, en esta ocasión es un mero asunto de responsabilidad humana y eso es por lo que peleará la reina Clitemnestra: porque la venganza y la justicia sean asunto de personas y no de dioses.
O al menos eso es lo que plantea la dramaturga irlandesa Marina Carr en La niña en el altar, que a casi tres años de su estreno en Londres, se presenta en nuestro país poniendo al centro la mirada feminista y antipatriarcal con la que Carr, el traductor Alfredo Michel Modenessi, el director Enrique Singer y el elenco encabezado por Marina de Tavira, actualizan el mito y lo hacen un asunto de nuestros días.
Y aunque la de Carr está considerada como una versión sumamente actual y arrojada de Ifigenia en Áulide de Eurípides y Agamenón de Esquilo, no es la única que actualiza los mitos griegos y los trae al siglo XXI.
Hace algunos años se presentó Orestiada, una versión que condensaba la trilogía de Esquilo bajo la visión del dramaturgo británico Robert Icke -en traducción de Pilar Ixquic Mata-, bajo la dirección de Lorena Maza y con un reparto encabezado, en el personaje de Clitemnestra, por Laura Almela.
Otra notable figura de las letras -y la música-, Kae Tempest, actualizó el mito del guerrero Filoctetes en una obra que pondera una visión femenina y no binarie: Paraíso, que con traducción de Alejandra Torreblanca, dirección de Enrique Singer y un ensamble encabezado por Julieta Egurrola, se presentó en 2024 gracias a Teatro UNAM. Dicho personaje ya había sido revisado en el Filoctetes del estadounidense John Jesurun, texto que Martín Acosta dirigió en 2002 y repuso veinte años después.
Y aunque proliferan ejemplos de versiones contemporáneas que se han escrito de tragedias griegas en lenguas anglófona y francófona, basta mencionar una de las que más ha impactado al teatro del siglo XXI: por su historia, trama y estructura, Incendios del libanés-quebequense Wajdi Mouawad -en México bajo la traducción de Humberto Pérez Mortera- es una tragedia griega del nuevo milenio, redonda actualización de los mitos de Edipo y Antígona sin necesidad de que ni estos ni sus familiares estén presentes como personajes.
El montaje de 2010 de Hugo Arrevillaga protagonizado por Karina Gidi cimbró varios teatros y es un referente tan poderoso, que mereció todo un homenaje con la puesta en escena que José Sampedro hizo del texto en 2022.
En 2016, Arrevillaga comprobó la actualidad de los clásicos griegos al escenificar otro texto de Mouawad, Las lágrimas de Edipo, en el cual el autor canadiense unió su pasión por los mitos griegos con la realidad mexicana: El ciego Edipo y su hija Antígona, en su vagabundear por una ciudad azotada por la violencia, con una joven que les relata los asesinatos de 43 estudiantes de una escuela normal en Ayotzinapa. El autor aborda en otro texto conocido en México, Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente, a muchos otros mitos griegos, como Layo, el padre de Edipo.
La dramaturgia mexicana no ha estado exenta de revisar a los griegos, sus conflictos y pasiones, a fin de aterrizarlos a una realidad más o menos cercana a la nacional. Amén de las recreaciones que en las dos últimas décadas del siglo XX logró Héctor Mendoza en obras maestras como Fedra -protagonizada por Ofelia Medina– y Secretos de familia -una exquisita versión de La Orestiada que se recuerda por el duelo actoral entre Delia Casanova y Blanca Guerra interpretando a Clitemnestra y Electra, respectivamente-, el nuevo milenio ha visitado profusamente a los helénicos.
Tan solo Ximena Escalante tiene un doctorado en asuntos griegos: Fedra y otras griegas, Andrómaca real, Electra despierta, Homéridas y Éxtasis puro -en el que aborda a Clitemnestra- han sido exitosos montajes que han atravesado este primer cuarto de siglo con una visión refrescante que sigue poniendo sobre la mesa esos conflictos familiares, políticos y culturales que están ahí por los siglos de los siglos.
Ahí están Edipo: nadie es ateo de David Gaitán en la UNAM, Hécuba de Luisa Josefina Hernández, la farsa Edipo en Colofón de Flavio González Mello, Beauty free Helena de David Hevia, Otra Electra de Edith Ibarra, Agamenón y Electra (El mito de la justicia) de José Alberto Gallardo, son algunos ejemplos de cómo la dramaturgia mexicana reinventa el muy remoto pasado.
Como una consecuencia de los tiempos que corren, dos mujeres en particular han merecido nuevas atenciones y visitas a sus mitos y a sus historias, a fin de deconstruirlas y reivindicarlas y, con ello, ofrecerles una visión de actualidad femenina, feminista y diversa: Medea y Antígona.
De ésta última ya se habló ampliamente en otra ocasión, destacando las versiones que han ofrecido Tito Vasconcelos, David Hevia, Antonio Zúñiga y, obviamente, Ximena Escalante, además de los montajes mexicanos de los textos de Heiner Müller, Neil Labute y Sara Stridsberg.
La primera, que lucha por dar digna sepultura a su hermano muerto -que es todos los muertos y desaparecidos de éste país, del mundo- ha sido retomada por David Gaitán en Antígona, Cecilia Ramírez Romo en La Antígona, Antígona de Sayuri Navarro y Julia Arnaut en el espectáculo de cabaret Antígona: rápida y furiosa.
La poeta Sara Uribe concibió, a petición de la actriz Sara Muñoz, el poema dramático Antígona González, una de las obras más elogiadas de la literatura mexicana reciente.
Otras visiones del mito que se han puesto en escena en México han sido Antígona en Nueva York del polaco Janusz Glowaki, traducida y dirigida por Ludwik Margules protagonizada por Luisa Huertas, La sangre de Antígona del español José Bergamín producida por la Compañía Nacional de Teatro y Sin lugar para la paz: Antígona de la alemana Darja Stocker dirigida por Isael Almanza, por citar algunos ejemplos notables.
Si bien en Latinoamérica hay también muchos ejemplos de cómo los griegos nos siguen explicando, cerremos esta visita con las apropiaciones que ha hecho de los mitos griegos el dramaturgo francouruguayo Sergio Blanco, quien toma a figuras como Edipo, Casandra y Narciso para hablar de sí mismo… o tal vez no.
A través de autoficciones teatrales tan celebradas como Tebas Land, Kassandra y La ira de Narciso -de las cuales también ya se ha hablado en otra ocasión aprovechando que se han escenificado en nuestro país-, Blanco deshace la mitología helénica para hacer y rehacer la propia, o la de alguien más que bien podría ser él.
En esa originalidad, Blanco no hace más que arrojarnos a la cara una realidad que, a caballo entre realidad y ficción, juega a ser de suma actualidad, cuando simple y llanamente se trata del pasado que, otra vez, como en todos los textos aquí aludidos, ha vuelto a pasar. Y seguirá pasando, por los siglos de los siglos.
Por Enrique Saavedra