Por Luis Santillán/ Trilogía de los amores imperfectos es la creación de la dramaturga uruguaya Jimena Márquez. En ella explora la transformación de la humanidad en un proceso de deshumanización; la tercera obra de la trilogía, escrita en 2018, es La refinada estética de los hijos de puta.
La estructura circular consiste en la repetición de una situación o acción, de tal manera que, por momentos, da la sensación de estar en un bucle o algo ya vivido. De eso se vale Márquez, estableciendo como eje una cena de Navidad.
Durante un periodo de cuatro años, el previo a la cena será la situación de partida y sirve para mostrar la degradación de una familia. Hay acciones que ocurren una y otra vez para acentuar el comportamiento de los personajes (destaca el relato de las ranas, que de cierta manera sintetiza la dinámica estructural). Se pretende presentar cuatro perspectivas del relato para modificar puntos de vista.
En distintos momentos, cada personaje planteará que la obra trata de ellos. Quienes integran la familia tienen características peculiares sin transformación: el padre bromista, la hija sin habilidades sociales, el hijo resentido, la madre ambivalente. Lo interesante es la suma de repercusiones; las acciones que realizan van calando en los personajes de manera profunda, pero se esmeran en no mostrar las heridas.
La línea anecdótica plantea los minutos previos a que la familia salga del domicilio para acudir a una cena navideña. Todo está casi listo, pero se rompe el postre “imposible”, y eso será la razón para quedarse en casa.
De esa manera se propicia el detonante de la historia: un regalo de broma que solo causa gracia a quien lo da. Las consecuencias de esa broma van modificando las siguientes Navidades. Las situaciones ponen de manifiesto lo complejo de las relaciones y dinámicas familiares.
Bam Producciones, con la dirección de Jhovardy Vences, estrena la obra en México. Apuesta a un respeto al texto haciendo solo ligeras modificaciones, un riesgo interesante porque algunos textos sudamericanos se convierten en piezas fársicas, al ser presentados ante un público mexicano por cuestiones culturales (en México es “natural” que los hijos mayores de 25 años vivan con sus padres; al sur del continente, durante los años 90, era una especie de anormalidad). Hay elementos sobre la Navidad que tienen otra lectura dado que se celebra en estaciones diferentes.
Sandra es la madre en esa familia. En principio, parece ser el personaje más frágil, aquella que vive la marginalidad y el sacrificio. Sin embargo, su verdadera naturaleza será de gran relevancia. Maya Yrigoyen es quien la interpreta y hace un gran trabajo. Al principio de la obra, crea a una persona que el público reconoce como alguien cercano. Esos primeros minutos son muy importantes porque, con su actuación, logra el enlace que sostendrá todo lo venidero. Yrigoyen explota la parte cómica creando una madre neurótica, empática, con mucha gracia, incluso tierna. La gran fuerza está en lo que va conteniendo. Eso lo va mostrando de a poco con miradas, con pequeños gestos. En un universo que pierde proporción, su actuación es el ancla para que lo absurdo no gobierne la escena.
Ella hace que su personaje enfrente el protagonismo desde lo discreto, lo puntual, y convierte la escena en algo muy satisfactorio. Nerda es el personaje de la hija. Amanecer Aldama es la actriz que la construye. Algo ocurre en la escena que provoca la sensación de restringir el trabajo. Bien puede ser una indicación de dirección o tibieza para explotar las cualidades que posee. Al ser un personaje que no responde a convenciones sociales, el humor negro podría tener mayores posibilidades de desarrollo.
La riqueza del personaje radica en su rareza; eso fomentaría explorar las posibilidades cómicas dado que no es una condición, sino una simulación. El personaje explica al público que es “raro” por protección, es decir, no tiene nada que ver con causas neurodivergentes. Es un juego donde las posibilidades pueden volver al personaje muy memorable, pero se siente poco explotado o, quizá simplemente, con el transcurso de la temporada, Aldama hará crecer lo que construye.
Bodnar Sierra crea al personaje de Nelson, el padre, y es interesante lo que hace. Mantiene un equilibrio entre la forma y el trabajo interno. Si bien está en un universo donde la realidad se ve distorsionada, él no recurre a la farsa, y eso es una cualidad por el material dramático del que parte, en tanto que su personaje se mantiene cercano a las reacciones de cualquiera, convirtiendo en plausible lo que le acontece.
Y justo en el terreno opuesto está el trabajo de Irving Villar, quien hace al hijo Rafael. Tiene sobrerreacciones, hay exageración y eso provoca que elementos tan desquiciantes como las papas (es necesario ver la obra) pierdan su banalidad. Solo queda la duda de si sigue la indicación de la dirección o es la forma en que enfrenta el universo.
La propuesta de dirección de Vences la sostiene con los elementos de la comedia de humor negro, pero parece que, ante lo políticamente correcto, la restringe llevándola a un punto medio.
El texto contiene una sutileza plasmada en el título: “la refinada estética”, porque es una construcción voluntaria para aclimatarse, para pertenecer a un conjunto social, para ser consecuente con las mentiras que construyen las dinámicas familiares.
La refinada estética de los hijos de puta, bajo el sello de Bam Producciones, es una buena oferta para la cartelera navideña. Permite mirar esta temporada desde una mirada mordaz y probablemente el público reconozca a integrantes de su familia, haciendo de la experiencia algo mucho más memorable.
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Fotos: Cortesía Producción
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