Por Alegría Martínez/ La danza libre y casera de Danny, cargada de ilusión, previa a un festejo en el comedor de su cocina, emite señales de alerta. El inconsciente del espectador tal vez recele ante esa felicidad doméstica, contagiosa e íntima, pero ahí está él. Afanado en disponer mesa y viandas, al ritmo de su buen ánimo.

Entre el fregadero, el refrigerador y la mesa, a unos pasos de la puerta de entrada y del gran ventanal por el que se cuela la luz de los carros, la tensión viaja como si escapara transformada en chispas invisibles que se vuelven palabras, ademanes y reproches que explotan y se apagan cíclicamente. Es ésta la mayor virtud del montaje, esa especie de bajo murmullo que se percibe entre gestos de cariño, contención, declaraciones de amor filial y de pareja, conducto por el que la violencia abre un boquete.

El dramaturgo Denis Kelly, autor también de obras como Osama the hero, Love and money, y de la versión musical de Roald Dahl’s Matilda, entre otros, adentra al espectador en su obra Huérfanos, en un suspenso cotidiano al centro de la vida de una pareja, en la que ella se afana en proteger a su hermano, Leo, del daño que alguien -de fuera- pudiera causarle, cuando juntos arrastran la trágica marca del rechazo y el abandono.

Leo por su parte, desvalido y generoso en palabras, con una inmensa mancha de sangre sobre su playera blanca, busca refugio en la casa de su hermana, Hanna, esposa de Danny, donde se muestra agradecido y amoroso con los dueños de la casa y su pequeño sobrino.

Antonio Vega, Itari Marta y Roberto Cavazos, protagonizan Huérfanos, de Dennis Kelly, con traducción de Cavazos y dirección de Angélica Rogel, montaje que hace al público testigo de un thriller, un proceso concentrado de agresiones veladas a partir de hechos, en el que una madeja de mentiras se agiganta cada vez que alguno de los personajes intenta avanzar hacia su propio objetivo, ya sea el de encubrir, cumplir con las reglas de civilidad, o nutrir el engaño desde la carencia, la manipulación, el dolor y el miedo.

Los tres personajes adultos creados por el dramaturgo británico, son complejos. Cada uno muestra la cara que desea, hasta que la circunstancia cambia, par dar a luz un nuevo engaño entres los hermanos que buscan la protección del hogar que nunca han tenido. Carencia que pesa y determina su existencia.

La responsabilidad que Hanna siente por cuidar a su hermano, la desliza en un laberinto de complicidad y encubrimiento que este personaje femenino justifica a partir de un amor que dice sentir, por Leo, cimentado más bien en la culpa, que a ella le dejó su natural deseo por tener una vida propia.

El ingenuo y esperanzado Danny, asido a la ilusión de ser padre nuevamente y de conservar unida y en paz a su familia, se transforma a medida en que percibe como icebergs, los conflictos individuales y en conjunto que unen y separan fuertemente a esta familia compuesta.

Leo por su parte, transita entre emociones extremas y medias verdades, rumbo a una situación peligrosa que arrincona a los tres adultos, quienes de golpe cobran conciencia sobre la situación que los ha arrinconado, cuando irrumpe el hijo de la pareja, Fede, un niño ingenuo y confiado, al centro de una familia rota.

El texto de Kelly, también productor, guionista de cine y televisión, crea personajes que se hunden en su afán de salvarse a sí y al otro en el caso de los hermanos. Ella en su incesante búsqueda de soluciones extremas y él en su vaivén de ingenuidad perversa que revela lentamente y mediante nuevas versiones de autodefensa, el motivo real de la mancha sangrienta en su playera.

Violencia abierta en la calle y solapada al interior de un hogar donde preguntas, sospechas, recriminaciones y mentiras, progresan y se intensifican hasta provocar que el personaje más centrado -en apariencia- acceda a actuar en contra de sus principios.

Racismo, xenofobia, desamparo, ética, moral, lealtad, amor familiar, rebotan como látigos entre los muros de una cocina abierta, donde sus muros de ladrillo, su mobiliario en madera oscura y metal plateado, sugieren un hogar acogedor, en el que una cesta de juguete para basquetbol, un pulpo de peluche amarillo y algunos bloques de plástico, son parte del rastro infantil, que evidencia la fragilidad de sus habitantes, envueltos en coartadas crecientes para encubrir con una falsa armonía la escalada gradual de violencia compuesta a dos manos por dolor y reproche entre hermanos.

Itari Marta, tensa, contenida, explosiva y rabiosa en el papel de Hanna; Antonio Vega, amoroso, ingenuo y desafiante en el rol de Danny, Roberto Cavazos, zalamero, temeroso y manipulador, bajo la piel de Leo, y el pequeño Antuá Trejo, espontáneo como el niño Fede, construyen esa especie de zumbido que arrastra la explosión de la rabia encriptada bajo una frase de cariño, que se volverá navaja en defensa propia y contra sí, ante la falta de horizonte.

Con iluminación y escenografía de Aurelio Palomino, que emiten calma y desasosiego según avanza la acción: vestuario casual y eficaz de Jerildy Bosch, musicalización precisa de Xico Reyes; producción de Hanna Berumen; asistencia de producción de Nareni Gamboa y asistencia de dirección de Ricardo Pichardo, Huérfanos interna al público en esa escalada de agresión y “soluciones” desbordadas, en la que cada personaje aporta una idea y una acción más a favor de la involución humana, aunque quizá al final asome una mínima luz.

Para conocer más información sobre Huérfanos, da clic aquí.

Foto: Dime Joa

No dejes de recibir en tu correo, Facebook o Twitter toda la información y los estrenos de las obras de teatro de la Ciudad de México.