Por Alegría Martínez/ Un profesor y un joven guía de turistas, se encuentran en el sitio arqueológico de Dainzú, en Oaxaca, donde a partir de sus carencias, se relacionan en la dinámica de una pasión que viaja en palabras y acciones rudas, hasta el vacío que los une en la cima de una destrucción sin tregua.
Martín Acosta dirige Guía de turistas, de Botho Strauss, en versión del propio Acosta y de Luis Mario Moncada, -a partir de la traducción que hicieran en 1995 Luis de Tavira y la actriz, directora y productora, Brígida Alexander, (Alemania 1911- México1995), para el montaje de esta obra, protagonizada entonces por Arcelia Ramírez y Juan Carlos Colombo, que en su programa de mano reproducía un grabado de Doré para la Divina Comedia, en el que Virgilio guiaba a Dante por el infierno.
En el reciente estreno de esta obra, Cristóbal, el joven que suple a su amigo arqueólogo en su labor de guía, y Martín, un maestro de francés e historia, de mediana edad, hablan de pie ante la mesa sobre la que hay una maqueta del sitio arqueológico de la cultura zapoteca, donde una plataforma inferior del Edificio A, tiene jugadores de pelota en bajorrelieves en alusión al ritual que entrega competidores al sacrificio, luego de enfrentar fuerzas del inframundo y conflictos entre los pueblos.
Del diálogo en torno a la antigua ciudad, contemporánea de Monte Albán, en la que se menciona al escritor Andrés Henestrosa, (1906-2008), autor del diccionario zapoteco-español -entre muchos textos más y académico de la Lengua- las preguntas y las escuetas respuestas históricas, se diluyen en una conversación que indaga con timidez en la vida del joven y con altanería en la del profesor.
La actual versión de Moncada y Acosta, ubica la acción en Oaxaca, en lugar del sitio arqueológico de Olimpia, en Grecia; sustituye al personaje femenino por uno masculino y la presencia de Dionisos, quizá por la de Macuilxóchitl- Cinco flor, deidad poética, que también da nombre a la región más cercana a Dainzú, en la que se dice que las rocas naturales que ahí se encuentran, representan las cabezas cortadas de los jugadores de pelota.
Como si Dainzú se disolviera cinematográficamente al sacar de escena la maqueta y la mesa, -Martín Acosta, que también diseña vestuario y escenografía con Eva Aguiñaga- suspende un acrílico amarillo de gran tamaño, que divide el espacio, de forma que en su parte posterior se vea un pasillo entre muros negros y una entrada a la habitación del profesor, cuyo interior no podrá ser visto por el público, pero del que saldrán ambos personajes en distintas ocasiones.
Posteriormente, una especie de vivienda en una montaña alejada de la civilización, mostrará una entrada irregular y la pata más corta de una silla, como si todo ahí, al igual que la vida de los dos hombres, se hubiera vencido.
En ese escenario de madera pintado de negro, -iluminado por Matías Gorlero y Eva Aguiñaga- el acrílico refleja el amarillo-naranja del sol, al centro de la oscuridad que lo contiene y engulle, como si los personajes vivieran una pesadilla que los arroja violentamente en brazos del otro en una inercia que los aleja con la misma potencia.
El texto de Strauss en la versión de Moncada y Acosta, expone también el vacío del guía y del profesor, la ansiedad del maestro desencantado, rendido a los pies del joven, que dentro de su propio caos amoroso, anímico y espiritual, es seducido con presunta resistencia, por el hombre de letras.
Los diálogos a veces abruptos y en ocasiones a medias para expresar mucho más allá de las palabras, revelan el constante hundimiento de los dos personajes, la infructuosa búsqueda de sí, la imposibilidad de relacionarse con alguien fuera del peligroso juego de poder, placer y ansiedad que propicia una relación codependiente. La flaqueza de espíritu por partida doble, en viejo y joven, alimentan una situación en la que no hay revés ni nuevo punto de partida.
Aquí la antigua pareja del joven es expuesta, por minutos, como un despojo humano. Y la deidad es un hombre con torso desnudo que porta un penacho del que penden rastas en lugar de plumas. La combinación de los elementos que usa, con los colores de su única prenda interior, evocan los de la bandera nacional.
Manuel Cruz Vivas, que construyó con buenas bases al parricida de Tebas Land, en 2022, en esta ocasión interpreta al frustrado joven Cristóbal, personaje capaz de volver por sus propios pasos hacia su derrumbe, mientras su ser desvencijado bajo una caja de cartón, con los labios en la boquilla de una trompeta, o enfundado un traje celeste, busca sin éxito una salida.
El profesor Martín, que interpreta José Daniel Figueroa, quien cuenta con trayectoria en teatro musical, telenovelas y series televisivas, queda envuelto en los diálogos, en reacciones encriptadas y en la violencia que exige la situación en la que se encuentra su personaje, aunque débil en la proyección de la pasión que anuda su destino y el del guía.
Juan Carlos Reyna es “el otro”, Vasili y la deidad, que se vuelve un ser tangible al adentrarse en la distante cabaña del derrumbe.
Una pasión impostergable y creciente, más allá del daño que les genera a Martín y a Cristóbal estar juntos, de sus carencias que se agigantan cuando se acercan y de sus cuerpos que colisionan lejos de las caricias, potenciaría la destrucción incesante declarada en palabras y en notas de violonchelo y violín, reiteradas y en alto volumen, como acicate de la desdicha.
Para más información de Guía de turistas, da clic aquí.
Fotos: Héctor Ortega