Por Luis Santillán/ En 2018 causó revuelo la llegada de un autor a la Calle Corrientes (en Argentina), pues, como en la Ciudad de México, existe una frontera imaginaria entre el llamado teatro comercial y el “otro”. Y así, de la cartelera del teatro alternativo, Martín Flores Cárdenas pasó al escenario que le permitió proyectar su dramaturgia a otras latitudes. Este paso fue posible dado que su obra Entonces bailamos sentó las bases para Entonces la noche; quizá por eso, consideran que estas obras son un díptico.
Entonces la noche es un texto cimentado en la narración escénica. Cuatro voces narran eventos fragmentados en la estructura, las situaciones se establecen como líneas independientes que por un momento toman un rumbo paralelo. El texto ejemplifica las características de la narración escénica: permite acentuar las reacciones internas, la estructura de pensamiento, el acento en los detalles, el realce del punto de vista; la multiplicidad espacial, la alteración temporal; una relación frontal con el público; una complicidad establecida por el relato.
Flores Cárdenas tiene la astucia para establecer una línea anecdótica que ancla la atención del espectador: expone los pensamientos de un policía que debe detener crímenes sádicos de personajes en situación de calle. El imán emotivo lo coloca en la anécdota del niño que atestigua la devastación de la madre, en la noche en que su padre los deja, y decide emprender la búsqueda de este solo a partir de la impresión de una huella en el cemento. La reflexión social está en la anécdota de la prostituta: la jauría que tiene un uso metafórico y literal revela la problemática de ciudades con contrastes. Y como buen texto narrado, emplea la anécdota de la mujer con problemas de alcohol para emprender viajes de la palabra.
Entonces la noche es un recorrido de Flores por voces que habitan territorios liminales: el policía que agradece no haber tenido que matar aún; la mujer que sobrevive aprendiendo a relacionarse con los hombres cual si fueran integrantes de una jauría; la mujer que vive en la estabilidad externa, pero internamente todo está derrumbado.
La anécdota del personaje que busca al padre expone las fisuras del texto, pone en relieve aspectos que —probablemente— en 2018 pasaban desapercibidos, porque Entonces la noche es de esos textos que están escritos para ser “terminados” en el escenario, dado que el propio Flores dirige su escritura. Esta línea tiene un desplazamiento de tiempo, una temporalidad del personaje que implica una modificación por la distancia de edad del primer momento al otro, no posee las mismas estrategias que los otros, se siente como un universo diferente. Quizá ya en la escena eso tenía un propósito claro desde la dirección.
Entonces bailamos se estrenó en México con la dirección de Diego del Río y la producción de Milena Pezzi y Gabriela Steck. Esa misma colaboración hace posible que llegue a la cartelera de la Ciudad: Entonces la noche.
Milena Pezzi trabaja el personaje de la prostituta, Gabriela Steck el de la otra mujer, Eugenio Rubio el personaje que busca al padre, Enrique Arreola el personaje del policía, y Gonzalo de Esesarte tiene la labor de emplear la música para matizar las situaciones.
Arreola devora la obra, quizá porque desde el texto su línea anecdótica es el sostén, pero su trabajo actoral revela el gran oficio que posee; tiene los matices necesarios para construir profundidad en un personaje que podría ser lineal. El impacto del personaje al descubrir a los asesinos sacude al público gracias a todo lo construido por él. El siguiente momento, donde coincide con otro personaje, hace que lo vulgar tenga un calado trascendental.
Diego del Río ha incursionado en una amplia gama de posibilidades escénicas, posee la experiencia y herramientas para enfrentar diversas teatralidades y, sobre todo, crea complicidades, tanto así que Entonces la noche es eso: un trabajo de cómplices. La forma en que colabora con Arreola provoca los mejores momentos de la propuesta.
El texto parece tener una debilidad en la línea del personaje que busca al padre, y Del Río no logra que la escena lo enmiende; con ese relato predomina una necesidad de renunciar a la evocación para acentuar la representación. El personaje cae en un frenesí y la escena lo ilustra haciendo que se mueva a una mayor velocidad con una música que potencia eso; las acciones que están en la palabra se reiteran al hacerlas en escena sin que haya una suma. Cuando el policía llega a un espacio muy concreto y narra cómo es la escena del crimen, Del Río se vale de su elenco para crear una imagen que podría ilustrar.
Entonces la noche es una propuesta donde la colaboración y complicidad viven en la escena, logran que el público disfrute escuchar los momentos de los personajes y gocen hasta la ternura lo que presenta (literal y metafóricamente) el policía.
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Foto: Mariana Medina