Por Luis Santillán/ En el 2014 se difundieron noticias que informaban sobre el abuso que sufrieron un par de niños, la constante era que usaban mochilas con estampados de la serie Mi pequeño pony; Pablo Bezerra, autor español, emplea la información para escribir en el 2016 su texto El pequeño poni, que se estrena en México con la dirección de Diego del Río.

Bezerra construye empleando dos personajes: la madre y el padre de un niño que sufre de acoso y violencia, aparentemente, por usar una mochila de colores y con estampado de ponis. La madre comenta que les han llamado de la escuela por un incidente con su hijo; al asistir, el directo le pone a tanto de la situación que vive el niño, ella cree que todo es ocasionado por la mochila; el padre argumenta que en realidad es por el cambio de grado, pues ahora está con “los grandes” A partir de ese momento ocurrirá una disputa entre la madre y el padre, una trata de evitar el maltrato apegándose a lo que la directiva de la escuela plantea; el otro, por el contrario, en una postura rebelde nihilista proclama por el derecho de la personalidad.

Bezerra deja a un lado el marco social para centrar el tema en el seno familiar, lo convierte en una confrontación ideológica donde la mochila es la punta del iceberg que poco a poco va dejando en evidencia que la discusión es sobre lo que ambos padres esperan del niño y lo que ellos temen.

Diego del Río se caracteriza por centrar sus propuestas en el trabajo actoral, construye una primer escena donde una pareja tiene un momento de su cotidianidad, la construcción de relación y estado es muy importante porque es lo que se irá quebrando conforme los acontecimientos ocurran.

Junto con Pablo G. Rodríguez emplean un dispositivo donde dos sillas y una mesa es el universo entero, y, una replica del mismo, es una metáfora del mundo que contiene intolerancia y violencia.

El acierto del director radica en la brutalidad de la pareja, misma que permanece en contención y solo por momentos se desborda, eso hace que el conflicto esté centrado en quienes testifican los acontecimientos y padecen la repercusión.

Natalia Morlacci tiene el personaje de la madre, lo relevante de su hacer es la forma de trato que tiene con el padre, por momentos refleja lo disfuncional de la relación, permite percibir que el padre -por su comportamiento- también, como su hijo, esta bajo su tutela, y de esta manera cuando éste defiende su postura raya en el berrinche.

Francisco Celhay construye un personaje desenfadado, ambivalente, por momentos da la impresión de que toma decisiones para evitar el conflicto, en otros momentos parece proyectarse en el hijo, esos cambios matizan provocando poner una mayor atención.

Tanto Morlacci y Celhay hacen un buen trabajo, es notorio que siguen la batuta del director y crean momentos de fuerza emotiva, sin embargo, sus personajes están limitados porque responden a un melodrama sin variantes, ni la madre ni el padre tienen un momento de riesgo, sus posturas están definidas desde el principio y nada las altera; ante la ausencia de riesgo la exageración sentimental pretende ser la fuerza de atracción que mantenga cautivo al público, y lo logran.

El público se conmueve por la idea, por la noticia, pero, tal vez, no por los personajes. El elenco se entrega en la escena, las limitaciones no están en ellos, y por su hacer, sumado a la propuesta del director, logran que la impresión que motivó al autor a trabajar este tema llegue al espectador.

El pequeño poni es una propuesta de teatro intimista arrojada al melodrama, el público puede salir tocado emocionalmente gracias a lo que Diego del Río logra con su elenco.

Para más información de El Pequeño Poni, da clic aquí.

Fotos: Producción