Es Liza Minelli suplicando a los parroquianos del Kit Kat Club: “no le cuenten a mi mamá”. Es Ninón Sevilla fumando retadora mientras Pedro Vargas le canta “vende caro tu amor, aventurera”. Es Ute Lemper acercándose peligrosamente al cuello de un espectador mientras le susurra: “soy un vampiro”. Es Astrid Haddad cantando “Virgen de Medianoche”. Es Jesús Martínez Palillo siendo detenido por la policía antes o después de una rutina de sátira política. Es Lotte Lenya contando en alemán la vida y obra de un tal Mackie Messer. Es Ella Fitzgerald olvidando la letra e improvisando mientras canta, en inglés, la vida y obra de Mack the Knife. Es Edith Piaf jurándole a propios y extraños que no, no se arrepiente de nada, nada, nada. Es Óscar Chávez cantando sobre una pequeña casita que ostenta cualquier político mexicano que se respete -o no-. Es Martha Ofelia Galindo evocando a María Conesa.

Es Juan Gabriel llenando la noche en El Patio. Es Chavela Vargas llorando cualquier canción de José Alfredo. Es un número de burlesque de Isela Vega. Es Nacha Guevara oponiéndose a las dictaduras latinoamericanas con el grito “Yo te nombro, libertad”. Son Regina Orozco y Susana Zabaleta cantando un aria de óper, mientras hacen chistes sexuales. Es Pedro Kóminik junto a Carlos Pascual haciendo sátira política en pleno noticiario del Canal de las Estrellas. Es Carmen Salinas haciendo un sketch político de media hora a mitad de una obra de teatro. Es Jesusa Rodríguez confrontando desde el escenario a algún político que descubrió entre su público.

Es Tito Vasconcelos evocando sobre el escenario su trayectoria y, con ello, la de toda una ciudad. Son Las Reinas Chulas trayendo a la actual coyuntura de feminismo el texto de Rosario Castellanos, El eterno femenino. Es un documental que pone en su justo sitio a mujeres que fueron juzgadas bajo el mote de ficheras. Es Joel Grey dando la bienvenida en alemán, en francés y en inglés a las últimas noches de la República de Weimar. Es Liliana Felipe aporreando el piano para redimirnos a todos.

Esos y muchos más, son ejemplos todos que demuestran que, desde hace muchos años, la vida es un cabaret, amigos.

Eso que hoy en día conocemos como cabaret tuvo su origen en la palabra que designaba a las tabernas francesas del siglo XVIII. Con el paso de los años, el cabaret ha evolucionado como palabra y como concepto, nutriéndose de otros como el café concert, que como su nombre lo indica fusiona el café -bar, restaurante- con una sala de espectáculos -conciertos, obras teatrales, variedades- dispuesta para el mero entretenimiento de los espectadores.

Pero poco a poco, cabaret pasó a ser un espacio para la música y el teatro impulsado por los intelectuales, artistas y bohemios de la Francia de finales del Siglo XIX. Esto se conecta con los principios del Siglo XX en el que surge en Alemania el kabarett como una forma de información, crítica política y social y resistencia en el periodo entreguerras, previo a la llegada de Adolf Hitler al poder.

Es en esa época que surge lo que hasta hoy persiste: una representación en la que los actores, cantantes y músicos entran y salen de la ficción – sea una obra o una canción- a fin de dar a conocer, regularmente en forma de sátira, una situación del universo político o social que va en contra del pueblo o de los mismos artistas y grupos minoritarios.

Para ello, además de las piezas satíricas de autores como Spoliansky y Hollander, son fundamentales las canciones y los espectáculos teatrales de Bertolt Brecht y Kurt Weill, que a todo un siglo de distancia siguen siendo las figuras más representativas del cabaret, gracias a obras como La ópera de los tres centavos, Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, además de las numerosas obras de Brecht como Madre coraje y sus hijos, Santa Juana de los mataderos, El círculo de tiza caucasiano, etc…

En estas obras se cumplen los postulados que Brecht le aportó al teatro universal y, muy específicamente, al género del cabaret: hay distanciamiento entre las épocas y los acontecimientos, hay canciones y bailes, hay información y comentario sobre un tema de suma actualidad, etc.

Tras la IIGM, lo que en su momento fue una herramienta para comentar la coyuntura, se convirtió en una tradición que nos alcanza hasta nuestros días gracias al teatro y a la música. En Alemania, el cabaret tuvo como figura central a la actriz, cantante, mito cinematográfico y emblema de la disidencia social y sexual, Marlene Dietrich, quien inmortalizó lo que es el cabaret y el intérprete de cabaret alemán en la primera película sonora del cine europeo, El ángel azul. En Francia, al perfeccionarse el concepto y el estilo, el cabaret tuvo como figura representativa ante el mundo a quien hoy en día es considerada una de las mayores figuras de la canción mundial, Edith Piaf.

En México, el cabaret se sustenta en la tradición de la carpa y la revista mexicanas. La carpa, ese escenario ambulante que a principios del Siglo XX, durante y después de la Revolución Mexicana, iba de localidad en localidad desplegando sus lonas y tablados y ofreciendo de dos a tres tandas en los que lo mismo podía disfrutarse de un sketch cómico que de bailes, canciones, actos de magia y, por supuesto, de escenas dedicadas a informar, comentar, criticar y satirizar lo que sucedía en el momento.

Muchas de las glorias de la época de oro del cine y la canción nacionales surgieron en la carpa: María Victoria, Cantinflas y Clavillazo, por mencionar a algunos, aunque quien ostenta el reconocimiento como figura central de la carpa mexicana es el comediante Jesús Martínez “Palillo”, quien hizo historia con sus monólogos y sketches en donde criticaba a sus anchas al mundo político de su época, lo que valió, y eso es una característica de los cimientos del cabaret, la censura y la persecución por parte de las autoridades y el gobierno.

Lo mismo que en la carpa, pero adentro de un teatro establecido, es la revista, un género -chico o frívolo, se le ha llamado desde entonces- que desde antes de la etapa revolucionaria ya escandalizaba a las buenas costumbres con los sketches, canciones pícaras y bailes sugerentes de diversos actores, cantantes y comediantes, como la más emblemática del género, María Conesa.

Aunque esas son principalmente las bases del cabaret que hoy en día se puede disfrutar en los foros dedicados -o no- a este género, hay que decir que a lo largo de la historia han surgido distintas expresiones musicales y teatrales que han enriquecido al género.

Es innegable que, aunque se trata de un mero entretenimiento, la tradición de los clubes nocturnos de Nueva York contribuyeron al repertorio musical, gracias a compositores que proponían nuevas formas para el jazz y el pop como George Gershwin y Cole Porter e intérpretes que se jugaban la vida en una canción, como Billie Holliday y Ella Fitzgerald.

Algo similar sucedió con los centros nocturnos en México, en donde al mismo tiempo convivían el placer, el deseo y la culpa de escuchar música en vivo, bailes exóticos y canciones arrojadas, además de disfrutar los cuerpos espléndidos de las ejecutantes: las vedettes, las rumberas.

Actualmente, el cine dedicado específicamente a las noches mexicanas de los años cuarenta y cincuenta es de culto gracias a filmes Aventurera, Salón México y La mujer del puerto. Continuación de este género, el cine de ficheras consigna, a través de desarrollos la mayoría de las veces bastante cuestionables, la vida nocturna, el placer y la culpa de las décadas de los setenta y los ochenta, los últimos años de los altos y bajos centros nocturnos. Destacan, en este género, las dos cintas que se hacen, precisamente, como homenaje al cine de rumberas: Tívoli de Alberto Isaac y Bellas de noche de Miguel M. Delgado.

Y, ya que se habla de cine, que es el que finalmente se queda para la posteridad, es justo mencionar que si por algo es famoso el concepto, el formato y el estilo del cabaret es gracias a la película del mismo nombre: Cabaret.

A diferencia de lo que se había hecho hasta entonces con las adaptaciones cinematográficas de obras de teatro musical, Cabaret se convirtió en una creación cinematográfica única, que si bien conservaba parte del libreto teatral y la partitura de John Kander y Fred Ebb que lograron un contundente éxito en Broadway y Londres en la década de los sesenta, también los hizo y deshizo gracias a las artes del coreógrafo, director y cineasta Bob Fosse, quien consiguió una película musical legendaria.

Una de las decisiones de Fosse más radicales fue eliminar por completo una de las tramas centrales de la obra: la que estelariza la casera del protagonista, Frau Schneider. Curiosamente, ese personaje fue escrito para que en el teatro lo interpretara Lotte Leny, musa y esposa de Kurt Weill y figura central de la era dorada del cabaret alemán. El éxito de la obra y el impacto de la película han permitido que el musical sea escenificado a lo largo y ancho del mundo. En México ya van, con el que actualmente está en cartelera, tres montajes.

Lo que hoy conocemos como cabaret gracias a espacios fundamentales como el Teatro Bar El Vicio y, de alguna manera, el Foro A Poco No, abreva también de otra tradición mexicana: la del teatro bar o café concierto, que desde finales de la década de los sesenta se fortaleció en la Ciudad de México gracias al empeño de figuras que son ubicadas en diversos ámbitos, como el legendario cantautor Óscar Chávez, quien junto a su colega Mario Ardila presentaba sus parodias política en forma de canción y, junto a grandes actores y comediantes como Martha Ofelia Galindo, Ernesto Gómez Cruz y Mauricio Herrera, en forma de sketches.

Cabarets, teatros bar y cafés cantantes -a lo largo de la historia las nomenclaturas se confunden, se fusionan, se separan y amalgaman- como La Edad de Oro, El Bar Guau, el Refugio del Viejo Conde, El Hijo del Cuervo y La Planta de Luz son algunos de los sitios en los que, además de los mencionados, hicieron historia Julián Pastor, Fernando Luján, Lupe Vázquez, María Luisa Alcalá, Víctor Trujillo, Ausencio Cruz, Luis Ernesto Cano y, por supuesto, el escritor Germán Dehesa y el librero Mauricio Achar.

Con el afán de revivir estas tradiciones y presentarlas ante un público diverso y nuevo, el dramaturgo, director, actor y productor Enrique Alonso “Cachirulo”, acompañado por Martha Ofelia Galindo, ofreció durante la década de los ochenta varios espectáculos en homenaje al teatro de revista y a las tandas.

Y en dos escenarios muy distintos, el Teatro Juan Ruiz de Alarcón y el Teatro Insurgentes, el actor, dramaturgo y director Héctor Ortega puso en escena a principio de los años noventa sus propias revistas políticas: El dedo del Señor y Ay, Cuauhtémoc no te rajes, acompañado en escena por Trujillo y Cruz.

A partir de la década de los noventa, Jesusa Rodríguez con El Hábito -hoy El Vicio– y Tito Vasconcelos con su Cabaré-Tito dejan de ser alumnos y se convierten en maestros de una nueva generación de actores, comediantes y cantantes que perdura hasta nuestros días y que, a la mayoría de ellos es posible verlos actualmente durante el Festival Internacional de Cabaret, que este año llega a su 21a edición.

Por desgracia, además de los espacios mencionados en el párrafo anterior, tampoco existen ya los cabarets El Bataclán -que tuvo a Astrid Hadad como reina absoluta de sus noches- y Youkalli -creado por Vasconcelos un par de años antes de la pandemia mundial-. Espacios que aún continúan, como El Hijo del Cuervo, ya rara vez dan cabida a estos espectáculos.

Hoy en día, en un espectáculo de cabaret todo es posible -de hecho, la premisa del cabaret es esa: que todo es posible- y es muy probable que, en una sola noche, haya cantantes exquisitas, rumberas, ficheras, burlesqueras, actores intensos, comediantes genuinos, músicos espléndidos o hasta gente de otras artes y disciplinas dispuestas a compartir arriba -y debajo- del escenario, información, comentarios, crítica, baile, canto, pieles, piel… un poquito de ésto, un poquito de aquello, algo que desfogue la presión política, social y cultural.

A más de un siglo de distancia de la República de Weimar, sigue existiendo por una u otra razón -absurda o de peso- en cada país, en cada población, en cada individuo que, por fortuna, no tiene más que recordar que hay un lugar para liberar esas culpas y cargas propias y ajenas y reiniciar la vida. Un lugar en el que, se sabe, la vida es hermosa, la gente es hermosa y hasta la orquesta es hermosa. Un lugar en el que la vida sigue siendo -y ojalá cada vez haya más de esos lugares- un cabaret.

Por Enrique Saavedra

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