Cuando dirigió Cuarteto del dramaturgo alemán Heiner Müller -en traducción de Juan Villoro-, Ludwik Margules decidió que a los personajes de la obra, propuestos para ser interpretados por una pareja de actores viejos, los incorporan dos jóvenes histriones: Laura Almela y Álvaro Guerrero: “A Müller le interesa la gente vieja, personajes viejos porque agotaron todas las posibilidades en la vida. A mí me interesó una especie de paradoja: jóvenes que ya agotaron todo y se han agotado, han agotado en sí las fuerzas vitales”. El montaje está considerado como una de las obras maestras de Margules y una puesta en escena referencial para las siguientes generaciones.

Por el contrario, cuando la Compañía Nacional de Teatro le ofreció a Mauricio García Lozano el texto del dramaturgo ruso Iván Viripaev, Ilusiones, en donde dos parejas jóvenes narran la vida de dos parejas de adultos mayores, el director decidió aprovechar a los actores de número de la Compañía e integrar el reparto con Adriana Roel, Ana Ofelia Murguía, Ricardo Blume y Farnesio de Bernal, logrando una de las puestas en escena más entrañables de la CNT, con varias exitosas temporadas.

Ilusiones es una de las pocas obras de la Compañía Nacional de Teatro protagonizada en su totalidad por adultos mayores, al igual que Éramos tres hermanas de José Sanchis Sinisterra, con Marta Verduzco, Ana Ofelia Murguía y Marta Aura, o los homenajes a Mercedes Pascual en Conversaciones con mamá y a Angelina Peláez en Una vez más, por favor.

También Natán el Sabio fue estelarizada por Blume y Roel y El malentendido fue estelarizado por Murguía, El diccionario por Luisa Huertas, mientras que Luis Rábago y Oscar Narváez protagonizaron recientemente Y fuimos héroes. Justo antes de la pandemia, Diego del Río y Paula Zelaya construyeron Memoria, a partir de los recuerdos de Roel, Murguía, Aura y Blume.

Empero, otros histriones de la tercera edad como Teresa Rábago o Gastón Melo no han tenido actuaciones protagónicas en alguno de los montajes de la CNT, se les ubica en el ensamble o dentro del cuadro de soporte.

Hay muchos actores de la tercera edad en nuestro país, pero en el teatro mexicano -al igual que en el cine y en la televisión- éstos se enfrentan al relego que de distintas formas y por distintas razones los acecha: falta de personajes para ellos, falta de proyectos para ellos, desinterés de los productores o directores; algo de eso o todo eso junto.

Por eso llama la atención una obra como Apuntes sobre el deterioro de mi madre de Andy Bragen, un autor estadounidense que estrenó esta obra en 2019 en una sede alterna del New York Theatre Workshop. Ahora está en México, gracias a Ana Graham y a Antonio Vega, quienes vuelven a la carga con textos rudos provenientes de lo menos comercial de Estados Unidos y de lo más prestigiado de Europa.

Esta obra para dos personajes -la madre que vive un deterioro propio de su edad y el hijo que registra ese proceso final- está protagonizada por Antonio Vega, fundador y director junto con Graham de la compañía Por Piedad Teatro y Concepción Márquez, una actriz exquisita que si bien ha estado presente por varias décadas en nuestro teatro, en los últimos años su figura se ha convertido en indispensable. Antonio y Conchita recrean una relación compleja entre madre e hijo, basada en las vivencias del propio autor. Los ires y venires de la convivencia entre un hombre maduro y una mujer anciana que agoniza, han llamado poderosamente la atención del público, que ha abarrotado cada una de las funciones.

No es la primera vez que Concepción Márquez trabaja con Graham y Vega: Márquez ha estado desde los inicios de la compañía, en obras como Interiores de Woody Allen, Gracia y Gloria de Tom Ziegler y El dragón dorado de Roland Schimmelpfennig.

En los últimos años, el público se ha beneficiado de su cálida presencia en obras de otras compañías y productoras, como Aquí y ahora de Catherine-Anne Toupin y Punto de cruz de Pako Reyes, La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir, Buenas personas de David Lindsay-Abaire, además de ser la nana oficial en los clásicos de Chéjov, Tío Vania, El jardín de los cerezos y Tres hermanas, entre otras. Una particularidad del trabajo de Márquez en estas obras es que, a diferencia de lo que podría esperarse de una actriz de la tercera edad, ha interpretado a distintos tipos de mujeres, no necesariamente a la abuelita dulce o regañona.

Ese relego que sufren los actores de la tercera edad también tiene que ver con las propias condiciones de salud que muchos de ellos atraviesan y que, las más de las veces, se convierte en un factor que los aleja del escenario, pues sus capacidades físicas y neurológicas se merman.

Pocos esfuerzos se han hecho para trabajar con actores aprovechando las características naturales o extraordinarias de su edad. Además de la ya mencionada Memoria, la otra es Aprender y olvidar de Amaranta Leyva, a la cual ya hemos aludido en otras ocasiones, que propone acompañar a un actor durante toda una obra que no tiene texto ni ensayos.

Obras como El Padre de Florian Zeller, que recientemente fue otro sorprendente éxito de taquilla en el circuito privado, permiten el lucimiento de un actor de la tercera edad. Ignacio López Tarso, a sus más de 80 años de edad, lo interpretó dirigido por Salvador Garcini en la década pasada, mientras que el actual elogiado montaje fue dirigido por Angélica Rogel e interpretado por Luis de Tavira, quien a sus 75 años de edad vivió su primera experiencia como actor en un formato de teatro comercial, tras toda una vida dedicado a la dirección de teatro universitario e institucional.

Para celebrar 80 años de vida, Diana Bracho -convaleciente de una cirugía de columna que preocupó a los medios y a sus fans- estelarizó su propia traducción del texto de su amigo de Terence McNally, Madres e hijos, dirigido por Diego del Río, convocando, como de costumbre, a un público que la ha seguido fielmente a lo largo de su exitosa trayectoria.

La memoria y el deterioro físico son temas recurrentes en las obras que interpretan adultos mayores, aunque no son los únicos temas que merecen la pena explorar y compartirse al público. La relación de la tercera edad con la sexualidad, el placer, la depresión, los celos, el trabajo, etc, son puntos que sería muy disfrutable ver sobre el escenario desde su óptica.

En 2022, la actriz Teresa Selma celebró sus 92 años de edad en el escenario del Teatro de la Ciudad con la obra El consultorio de la Doctora Spellman de Alberto Estrella. En 2024, María Elena Olivares, a sus casi 90 años de edad, festejó veinte años de interpretar el monólogo Cocalina, un cuento negro de Navidad de Yvan Benvenue dirigido por Boris Schoemann. Carmen Vera es otra actriz que, a sus más de 80 años de edad, encontró en un monólogo, Los días de la nieve de Alberto Conejero dirigido por Kerim Martínez, un vehículo para celebrar y, sobre todo, visibilizar su larga trayectoria teatral.

Pocos son los actores que han logrado traspasar todas las barreras de los años y permanecer vigentes sobre el escenario tras cumplir ocho décadas de vida.

En 2018, con 86 años de edad encima, Tara Parra, leyenda del teatro mexicano, presente en el movimiento Poesía en Voz Alta que renovó la escena a mediados de los años cincuenta, seguía interpretando el monólogo Todavía… Siempre de Conchi León, dirigido por Claudio Valdés Kuri, logrando uno de los momentos más entrañables y sólidos de nuestro teatro.

Don Ignacio López Tarso interpretó al Rey Lear a los 55 años de edad, 25 años menos que los del monarca shakespeariano. Murió a los 98 años de edad sin volver a interpretar al personaje. Cuando el director Rodrigo Johnson buscaba un actor para su versión de Lear, se enfrentó a la negativa de varios primeros actores, que argumentaron problemas de memoria o de fuerza física para soportar el peso del personaje; eligió al actor Mario Balandra, mucho más joven que el monarca que enloquece bajo la tormenta.

Julieta Egurrola, a sus 66 años de edad, escenificó al joven Príncipe de Dinamarca, en un Hamlet inconcluso -se presentó la primera parte en 2019 y hasta la fecha no se ha anunciado la segunda- producido por la CNT.

Se dice que cuándo a la gran Silvia Pinal la llevaron a Nueva York para ver el montaje de El chofer y la señora Daisy de Alfred Uhry, para que la hiciera ella en México, al terminar la función protagonizada por Angela Lansbury y James Earl Jones, la actriz se levantó de su butaca y les dijo a los productores: “esta obra es para una actriz viejita, no es para mí”. Tenía cerca de 80 años. Hacia el final de su vida, Doña Silvia fue exhibida en la merma de sus facultades en una obra de teatro de mero interés comercial y de lucro de la figura de la gran diva.

Obras como Apuntes sobre el deterioro de mi madre y El padre demuestran que sí hay un interés genuino por ver sobre el escenario historias que conciernen a los procesos íntimos y colectivos que atraviesan los viejos y, por supuesto, quienes los rodeamos.

Sin embargo, es de desear que podamos ver otros temas más allá del Alzheimer y la agonía y que, así como sabemos qué actores de la tercera edad siguen siendo capaces de protagonizar un proyecto, podamos disfrutar de esos otros actores de amplia experiencia que también cuentan con esas capacidades. Más aún, lograr que algún día el teatro mexicano pueda generar las condiciones para que los histriones puedan prevenir y atender su salud y su estabilidad en todos aspectos.

Por Enrique Saavedra