Por Alegría Martínez/ Esta vez no hay maquillaje exagerado, canas ni falsas arrugas para interpretar a una mujer de 82 años, sino una gran actriz de mirada limpia que ronda esa edad. Ante una extensa cama, el público observa a Tracy en la última etapa de su vida, que su hijo documenta, como si intentara dejar rastro del pesar y el asombro, pero también de una esperanza, quizá la de propiciar un nuevo comienzo ante el declive.
El rudo proceso del deterioro humano, el arribo de nuevas circunstancias atadas a viejos vicios, a una relación madre-hijo que se estira entre el amor y la desesperación por comprender esa lenta caída libre en la que ambos descienden, es parte de lo que plantea la obra Apuntes sobre el deterioro de mi madre, escrita por Andy Bragen.
Ana Graham dirige a la actriz Concepción Márquez, que muestra en escena el bagaje de su amplia experiencia, y a Antonio Vega —también traductor del texto—, que interpreta al autor de la obra e hijo de Tracy.
Vega establece una compleja narrativa de los hechos que comparte con el público en una especie de relación cómplice, en busca de empatía frente al asombro de cada nuevo reto y el paulatino y aterrador cambio que su personaje observa en su madre, con quien se relaciona en la ficción en dos breves momentos.
Como asombrado espectador y apoyo activo de la transformación materna, el personaje del hijo pone en palabras escritas cada acción de lo cotidiano, esa que nunca antes había ocurrido: desde fallas físicas, orgánicas y mentales, hasta los recuerdos que revitalizan a esa mujer que aún conserva el vicio por el cigarro, el gusto por el agua mineral, el yogur, los frutos rojos y por su reino que ha sido siempre su cama.
El texto muestra fielmente esa ansiedad que se apodera de la madre en su intento de tener cerca a su hijo, de sentirse escuchada por él, comprendida y amada, sin que nada de lo que él hace sea suficiente para ella. Él, envuelto en el remolino de asuntos propios, atiende también las necesidades de su progenitora, atrapado en la doble imposibilidad de comunicar que la ama y de recibir cabalmente el amor de ella, de externar esa emoción que siente, atrapada bajo obstáculos de gruesas raíces que marcan infinitas distancias al estar cerca de una vida que se apaga.
Inteligente, honesto, provocador y entrañable, el texto de Bragen, atento y fiel a los problemas derivados de un cuerpo y una mente que se debilitan y descontrolan, también rescata la alegría de un buen recuerdo, el de un sabor delicioso y episodios de una época que ahora vive en la memoria.
Las notas del autor revelan la desesperación emanada del ciclo cruel que vive el familiar de una persona mayor. Esa sensación de pesadilla que se agiganta en sonidos, olores, en ser el blanco de explosiones provenientes de quien sabe que sus días se agotan, sin tener tiempo ya para explicarse acertadamente, para ver satisfechas sus necesidades y mucho menos para pensar en el otro, que vive un periodo de desubicación continua.
Antonio Vega imprime un pesar nuevo, un desasosiego que crece, una pausa absorta cada vez que alude al humo del tabaco, al asco, a esa repulsión que genera el adiós en dosis milimétricas.
Concepción Márquez impregna de duda y zozobra el abismo que se interpone entre la limitación y la necesidad sin freno de su personaje. Sus palabras, su paso breve, su sonrisa y cada nueva mirada se quedan clavadas en el hijo y en el público para siempre.
Ana Graham y Antonio Vega eligen una obra que se asoma a una herida abierta, a esa alta barrera que la vejez levanta entre familiares, inquebrantable mientras se transita de un problema a otro en busca de soluciones, como si se tratara de una carrera de obstáculos en la que se extravían dulzura y palabras.
La directora Graham cuida cada detalle y apunte en voz del hijo, cada reacción, movimiento y nueva batalla emprendida por la madre, viva como una niña con arrugas que mira directamente, exige atención y clama por cariño, a un hijo que se debate en el desconsuelo.
Vega se planta firme en la escena, crea a un personaje de mirada franca y pecho abierto, como pocas veces ha construido el actor a un personaje que está ahí, desprotegido entre la sorpresa, el amor y el intermitente ímpetu de rendirse.
Concepción Márquez crea a esa mujer de andar pausado, una mujer firme que reparte sus minutos en pláticas, peticiones, gratitud y exasperación, mientras, enfundada en su pijama azul, bebe burbujas y, en palabras de su hijo, lee y fuma como último reducto de lo que caracteriza su espacio vivo.
Sobre ese piso de parquet, que guarda recuerdos de juventud e infancia, donde una especie de montículo le otorga por minutos un lugar seguro al hombre-niño para expresarse bajo una luz distinta a la que ilumina a su madre, el aparato telefónico se multiplica a unos pasos, dispositivo que surge de cajas, como su cordón umbilical que surge nuevo para cada interlocutor y se reproduce según las voces que le hablan a la anciana.
En la lenta carrera de obstáculos rumbo a la despedida de un ser amado, Apuntes sobre el deterioro de mi madre tiende un puente con la obra Una vez más, por favor, de Michel Tremblay, estrenada en 2012 por la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Mario Espinosa, con Angelina Peláez y Arturo Beristain como protagonistas en la administración de Luis de Tavira.
En esa imperiosa necesidad de darle un giro al deceso, de transformar en la ficción lo que en la realidad fue imposible, el dramaturgo estadounidense Bragen y el quebequense Tremblay integran a sus obras autobiográficas dulces finales en compañía de su amada madre.
Con el estreno de Apuntes sobre el deterioro de mi madre, la Compañía Por Piedad Teatro grita su amor a ese vínculo familiar irrompible que tanto duele. Graham y Vega ponen su profesionalismo, su madurez artística y humana, al servicio artístico de un texto necesario y abierto a dos posibles despedidas: la que seguramente fue y la que quisiéramos que fuera, esta última quizá con la esperanza de hallar las palabras y el amor a tiempo. Asomarse a la realidad de seres unidos por la vida, de cara a la muerte, es un acto de amor y valentía.
El montaje cuenta con diseño de escenografía de Anna Adriá; iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga; diseño sonoro y música original de Cristóbal MarYán; vestuario, colaboración en la traducción y dirección de Ana Graham; producción ejecutiva de MariCarmen Núñez Ultrilla y coordinación de producción de Ginna Narváez. Allan Flores es el stage manager. La asistencia de dirección es de Paulina Bringas y la asistencia de producción, de Mónica García —ambas participan como actrices en una breve escena.
Para más información de Apuntes sobre el deterioro de mi madre, da clic aquí.
Fotos: Luis Quiroz
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