Hay un lobo que se come el Sol todos los inviernos, escrita por Gibrán Portela y dirigida por Cristian Magaloni, va acumulando temporadas. Acaba de iniciar una nueva temporada, lo que le da a su elenco —varios de ellos repiten en sus papeles— la oportunidad de, conforme pasan los años, profundizar en sus personajes y encontrar en ellos matices nuevos.
Roberto Beck, Julio César Luna, Fernando Rebeil, Pilar Ixquic Mata, Manuel Gorka y Fabiola Villalpando son los encargados de interpretar esta historia, que, si bien no es una historia de terror, sí es una historia perturbadora sobre personajes fracturados.
El texto y la dirección toman una historia que habla de la maldad, de la lealtad y del instinto desde un punto de vista contenido. Evitan estallidos de emotividad, contienen al elenco y potencian la historia con música en vivo de Natalia Pérez Turner.
Se trata de una propuesta que nos habla de las huellas que dejan en el desarrollo de las personas sus circunstancias, pero sin afirmar que estas son las que necesariamente marcan nuestros caminos. Es un montaje duro que habla de un tema fuerte, que nos pone en contacto con aspectos oscuros de la humanidad, y que parece recordarnos que, para transformar esa oscuridad en luz, es necesario voltear hacia ella.
Si te gustan estas historias que lanzan una mirada a esos sitios oscuros del alma y la psique humana, Hay un lobo que se come el Sol todos los inviernos puede ser para ti. Aquí te damos tres razones para verla:
1. Un texto que profundiza en la oscuridad y reta al espectador. La historia de Leo y Ham, dos hermanos —uno un asesino serial, el otro, por amor y lealtad, cómplice de él— nos habla desde los ciclos del dolor. Nos lleva a cuestionarnos sobre las huellas que dejan las experiencias en las personas y en qué punto un ser humano es capaz de dar paso a la maldad que puede haber dentro de todos.
2. Una estructura narrativa fragmentada. Como el hogar en el que crecen los hermanos y la psique del propio protagonista, esta historia se narra con una estructura fragmentada que nos lleva del presente al pasado dando saltos. Poco a poco, entre imágenes fracturadas, vamos entendiendo el desarrollo de la historia y el destino de los personajes.
3. Un espacio escénico dividido en tres. Así como la estructura narrativa, el espacio escénico está fragmentado. Como si fueran los niveles de la conciencia, los espacios se van difuminando y distorsionando. El espacio del frente es donde sucede la acción; en medio, en un espacio cerrado y limitado por canceles transparentes, se encuentra un área intermedia que refiere un espacio cerrado como una celda o recuerdos recientes, desde los cuales entran y salen los personajes hacia el área más visible; finalmente, más allá de la zona intermedia, el fondo muy distorsionado que llegamos a distinguir como público parece hablarnos de esas regiones más ocultas y recónditas de la mente.
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Por Óscar Ramírez Maldonado.
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