Por Alegría Martínez/ El dolor por la muerte de su hijo se agiganta en el corazón de una madre viuda, que a 20 años del velorio no ha encontrado forma de poner fin a su duelo. Presa de viejas costumbres y de una educación conservadora que marcó a muchas generaciones sujetas a los prejuicios de las llamadas “buenas costumbres”, este personaje llamado Betty, -interpretado por la primera actriz Diana Bracho- ha construido una férrea armadura de desdén para poder seguir con su vida y su pesar a cuestas.
Con una trayectoria que suma aproximadamente 44 películas, 15 programas televisivos, 13 series, cinco cortometrajes, y alrededor de 20 obras de teatro y casi una veintena de premios, Diana Bracho interpreta en tercera ocasión una obra de Terrence McNally.
En 1998, la actriz estrenó Master Class, obra en la que interpretó a la legendaria María Callas. El texto escrito por el dramaturgo estadounidense (1938-2020), contó entonces con la dirección de Francisco Franco, iluminación de Ángel Ancona y producción de Morris Gilbert.
Dieciséis años después, Diana Bracho representó de nuevo el papel de la cantante también conocida como La Divina, bajo la dirección de Diego del Río, que hoy la dirige en la obra Madres e hijos, montaje en el que Bracho comparte escenario con Juan Manuel Bernal, Eugenio Rubio y los niños Luca Guerra y Antuá Trejo, que alternan funciones.
La paz dentro de un departamento neoyorquino, donde vive el matrimonio formado por Chris, un asesor financiero, y por el joven escritor Pierre, padres del pequeño Danny de seis años, es interrumpida por Betty, quien llega sin previo aviso en busca de Chris, quien fuera la pareja de su fallecido hijo André.
A través de frases cargadas de humor negro, crítica y sarcasmo, el personaje de Betty, altivo y calculador, muestra su decepción y rechazo por la profesión de actor que ejerció su hijo, por su homosexualidad y por haberse contagiado de Virus de Inmunodeficiencia Humana.
Bajo la piel de un personaje severo -envuelto en su abrigo oscuro de piel, sobre un traje sastre negro y un alargado moño rojo al cuello- Diana Bracho construye meticulosamente la altivez de una mujer viuda y adinerada, que se siente en pleno derecho de herir a quien amó y cuidó a su hijo hasta el último momento, como si su dolor le diera licencia para ser hostil y cobrar venganza.
La calidez que es capaz de generar esta primera actriz, esa ingenuidad y dulzura con que ha dotado a diversos personajes a lo largo de una vida entera entregada a su profesión, se transforman en esta puesta en escena, para interpretar a un personaje irónico que se resiste a cambiar, a aceptar que el amor no depende del género al que pertenezcan los seres humanos, que las familias se han transformado y que la libertad de elección es la única forma encontrada por las generaciones posteriores a la suya para vivir lapsos de plenitud.
La diversidad de matices que la actriz otorga a cada parlamento, desde esa aparente calma, que en realidad es un incesante ataque de su personaje contra quien fuera la pareja serodiscordante de su hijo, es resultado de años de experiencia, de un dominio de la escena que le permite crear a una persona petrificada en su pena, que apenas se mueve de su asiento y que esboza a ratos una media sonrisa, como si obtuviera pequeños triunfos rumbo a un ajuste de cuentas mediante el que anhela encontrar la paz perdida.
Por su parte Juan Manuel Bernal, muestra la madurez obtenida a lo largo de su trayectoria, mediante la creación de un personaje entrañable que transita del asombro a la amabilidad, de la contención a la incredulidad, y se debate entre los recuerdos, las preguntas, el respeto que siente deberle a su exsuegra, el reproche viejo y silente de la señora, así como los conflictos que surgen con su actual esposo, en medio de la felicidad que le genera estar casado con el hombre al que ama y ser padre.
Eugenio Rubio en el papel de Pierre, crea a un personaje amoroso, de energía rebosante y poco dispuesto a soportar la actitud repelente de Betty, que pese a su inseguridad, su franqueza y a sus luchas internas, apoya decididamente a su esposo.
Los pequeños actores Luca Guerra y Antuán Trejo (alternando como Danny), dotan de energía, ternura y espontaneidad una obra que apuesta por el amor contra toda resistencia.
La dirección de Diego del Río, traduce con delicadeza en el escenario la complejidad de un texto que muestra la carga de dos personajes enredados en su propia pérdida y el derecho y la voluntad de las personas para amar nuevamente, al tiempo en que abre el horizonte a la vista de quien han persistido en negar su esplendor.
Sobre el escenario, un cubo delimitado por líneas de madera deja ver el interior del departamento sin muros divisorios. La escenografía de Javier Ángeles, muestra la estancia con un sofá verde y cojines en tonos salmón, en su mayoría, sobre una alfombra con figuras rojizas y beige. Una gama en tonos naranja domina la pintura rectangular que se extiende de un extremo a otro del lugar, al fondo, como si se tratara de una ventana a la dicha, bajo la que destaca una pequeña bicicleta color azul. Espacios abiertos en los laterales, dejan ver la entrada al departamento, y una mesa con enseres y silla en el lado opuesto, lugares donde se realizan acciones breves, por lo general fuera de la escena central.
La iluminación de Patricia Gutiérrez, contundente y cálida al interior de la estancia, permite al público observar con claridad gestos y movimientos, transiciones, escenas que revelan secretos, como los que encierran los tesoros que muestra Chris a su visitante desde el sofá donde se libra la contienda y bajo la pintura del fondo, que en un principio refleja una intensa luz, como si se tratara de un potente y veloz llamado a la esperanza.
Con traducción de Diana Bracho y Diego del Río, escenografía de Javier Ángeles; iluminación de Patricia Gutiérrez; vestuario de Natalia Seligson; asistencia de dirección de Pilar Flores del Valle, asistencia de escenografía de Fernanda Maceda; construcción de escenografía de Alberto Orozco, asistencia de vestuario de Antolín Avendaño, producción de Óscar Uriel y Rodrigo Trujillo, y producción ejecutiva de Diego Flores, Madres e hijos llama a confiar en la parte amorosa del ser humano.
La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 30 de junio en el Teatro Milán, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.
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