Por Kerim Martínez/ Hace más de una década, el dramaturgo y guionista catalán Guillem Clua (Justicia) estrenó la comedia Smiley en la Sala Flyhard en Barcelona. La obra tuvo gran aceptación y en los últimos años se han producido versiones de la misma en Madrid, Santiago de Chile, Berlín, Atenas, Santiago de Puerto Rico, Nápoles, Montevideo, Lima, Miami, Nueva York, Caracas, Singapur, Bogotá, Sao Paulo y recientemente se estrenó en la Ciudad de México bajo la producción de Óscar Carnicero, Joserra Zúñiga y Xevi Aranda en La Teatrería.
A finales del 2022, el mismo Clua, convirtió su obra en una serie de ocho capítulos producida por Netflix España y logró posicionarse como un referente televisivo importante para la comunidad LGBTQ+. Cabe mencionar que el programa conservó algunos tintes teatrales (al estilo Fleabag) que le dieron un distintivo particular.
Bruno y Álex son dos gays treintones muy diferentes entre sí que se conocen por accidente. Álex (bartender galán de gimnasio) sufre porque su última conquista ha desaparecido sin darle explicaciones, así que le llama para dejarle en la contestadora un extenso monólogo explicando su sentir. Por una extraña razón, el mensaje le llega a Bruno (arquitecto fanático del cine) que decide marcarle a Álex para explicarle que su ex no recibió el mensaje sino él y que lamenta su situación. Durante la conversación plantean que podrían conocerse y a partir de ese momento empieza una historia de amor de dos hombres que desearán estar juntos pero que, por la época en que les tocó vivir, les costará mucho decirlo y aceptarlo.
Esta comedia funciona como una crítica social a los estereotipos de algunos gays contemporáneos. El autor representa a Álex como un chico obsesionado con su cuerpo y con una limitada capacidad intelectual y a Bruno como a un hombre lleno de inseguridades que siente que no encaja con las modas que le presenta su comunidad. Clua sostiene que las numerosas diferencias de sus personajes y sus personalidades antagónicas son el principal factor de unión como pareja. Utiliza como premisa una leyenda japonesa que sugiere que cuando dos personas están destinadas a estar juntas, un hilo rojo invisible los atará para siempre.
Joserra Zúñiga (Agotados) dirige la versión mexicana de Smiley y como resultado logra una puesta en escena ágil, divertida y llena de aciertos. Junto con sus actores, Zúñiga adapta el texto dotándolo de referencias populares de la comunidad LGBTQ+ en México y de chistes bien resueltos por el elenco (que los espectadores disfrutan y celebran en todo momento). Se nota la buena comunicación entre el director y los intérpretes, se hacen a un lado las pretensiones con las que a veces se maneja el teatro comercial y se obtiene una comedia ligera digna de verse.
Se agradece que la obra utilice pocos recursos auditivos, casi no hay música de fondo ni efectos especiales. El director confía plenamente en que sus dos actores son capaces de atrapar a la audiencia con su talento y no con otro tipo de distractores que en ocasiones se emplean para los montajes cómicos.
Sergio Velasco encarna a Álex. Escena tras escena, el actor cautiva al público, no sólo por su físico bien definido sino por la simpatía e inocencia con la que dota a su personaje. Articula con destreza cada palabra y se toma muy en serio la principal angustia de su personaje: el quererse enamorar del hombre correcto. Tiene química con su compañero, lo escucha con atención, se deja afectar y siempre está presente en la ficción.
Martín Barba interpreta a Bruno. Construye un personaje inestable emocionalmente que se cierra cualquier puerta por el miedo que siente ante el rechazo. El público se desespera con su negatividad, pero por otro lado también se enternece y se identifica con su cobardía. Barba destaca actoralmente al darle vida a los ligues que Álex conoce mediante la app de la máscara amarilla; le imprime características especiales a cada uno de ellos y se maneja en la farsa como pez en el agua.
La única decisión que no convence del todo es que Barba posee un cuerpo muy trabajado que no corresponde con lo que expresa su personaje. Al quitarse la camiseta y enseñar el abdomen de concurso, el personaje se justifica diciendo “es que me gusta correr”, pero no resulta creíble que un cuerpo de esas características no sea producto de un entrenamiento arduo. No es necesario desvestir al actor para la escena de cama, Barba se podría quedar con la camiseta puesta para no distraer la atención de la trama y del público.
El espacio escénico y la iluminación (Juan José Tagle) funcionan a favor del montaje. Una barra de bar y dos sillones son suficientes para contar esta historia. Durante la representación los actores rompen constantemente la cuarta pared y, para hacer evidentes estos cortes, se utilizan luces robóticas de colores que viajan entre el escenario y el público; se crea un ambiente juguetón que le va bien a las situaciones planteadas.
Destaca el diseño gráfico de la campaña publicitaria, muy diferente a como ha sido en otros países. México cuenta con un cartel llamativo e interesante diseñado por Norberto Reyes que recientemente se ha encargado de la imagen de obras como Mentiras, Siete veces adiós, El show de terror de Rocky, Indecente, O podrías besarme, etc.
En breve, se integrarán al montaje Jerry Velázquez y Jesús Zavala para alternar funciones con Velasco y con Barba.
Smiley es una obra tierna, divertida, cómica y rosa que sitúa a los espectadores en un panorama actual donde la tecnología ha hecho que las relaciones humanas y amorosas se vuelvan cada vez más complicadas y difusas. Es un texto que refuerza la idea de que el amor verdadero existe más allá de lo carnal y de lo instantáneo. Una obra que muestra a dos hombres que merecen tener una historia de amor alejada de estigmas sórdidos que envuelven a la comunidad gay; una trama donde los personajes se envalentonan para conseguir sus objetivos y creen firmemente que todos los seres humanos merecen un romance de película.
La obra se presenta todos los jueves hasta el 13 de julio en La Teatrería, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.
