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O PODRÍAS BESARME: Realidades que se entrecruzan con los deseos



Por Alegría Martínez/ La palabra “amor” despliega su significado como si abriera sus alas cada vez que se dice en silencio al mirar al otro, en la señal para lanzarse al mar, en el intento de un beso, en el valor que se requiere para conformar una pareja del mismo género, y al pronunciarla en sustitución del nombre de la persona amada, para llamarla desde la emoción transformadora que emiten sus dos pares de letras.

José Manuel López Velarde dirige la obra de Neil Bartlett, O podrías besarme, escrita para dos actores y cuatro marionetas. Una historia de amor entre dos hombres, que por más de seis décadas, superan los obstáculos de una sociedad prejuiciada y en contra de la libertad sexual en los años 70’ y 80’, que evoluciona muy lentamente en lo que a homosexualidad se refiere, de los años 90 en adelante.

La obra del dramaturgo y director británico, nacido en 1958, -con traducción y adaptación al español de Paula Zelaya Cervantes-, se centra en el amor de dos personajes masculinos: “A”, interpretado por Antón Araiza y “B” encarnado por Constantino Morán, quienes interactúan en equipo con cuatro actores, Daniel Macías, Kaleb Oceguera, Ernesto García y Max Ramírez, elenco que a su vez da vida a cuatro marionetas que representan a los dos protagonistas en su juventud y en su vejez.

Las extraordinarias marionetas, con rasgos semejantes a los de Morán y Araiza, son animadas por ambos actores y por el equipo de cuatro más, para dar un paso, voltear, responder, sentarse a la mesa o acostarse sobre la cama, levantarse, nadar, respirar, toser, fumar y amar.

Algo tan natural en apariencia, como ejercer la vida cotidiana, se muestra en escena con la complejidad que implica para los animadores de los personajes-marioneta, cada movimiento de manos, piernas, brazos, pies, tronco y cabeza. Esfuerzo que el elenco imprime, como si se tratara de un motor humano, que más allá de la movilidad, transmite la gama de emociones que estimula a los personajes según la etapa por la que transitan.

De enfermera a conferencista, cocinera, cuidadora y abogada, Conchi León representa a los personajes que aparecen en la vida de las personas para marcar pautas y decir verdades. La frialdad de circunstancias, cada vez más apremiantes por el paso de los años, los puntos clave de la demencia senil y la mención de delicias yucatecas, como rasgo amable de un personaje que más tarde se transforma en uno que se expresa filosóficamente, son parte de esta importante presencia múltiple que marca límites.

Los rostros maduros de los actores, – ya envejecidos en los personajes de madera-, dan la impresión de mirarse ante un espejo que les devuelve su yo del futuro. Y aunque a ratos la concentración del elenco en animar los frágiles cuerpos rígidos, distancia a los dos actores del personaje que late bajo su piel, el espectáculo es ése, el que construye distintas realidades que se entrecruzan con los deseos.

Las escenas van de lo terrenal a lo idílico, del temor, al arrojo y el enamoramiento, a la búsqueda de un espacio para estar solos, a las noches para encontrarse con sus pares, -comunidad obligada entonces a ocultar su relación-, de los clavados en el mar acapulqueño, a la convivencia en casa, episodios de una relación que trasciende épocas entre juventud y vejez, hasta la despedida.

La puesta en escena de José Manuel López Velarde, – autor y director de Mentiras, el musical y de Si nos dejan-, despliega planos cotidianos y poéticos, mediante parlamentos, movimientos, expresiones, e imágenes, que revelan los obstáculos sociales vencidos por la pareja, en una especie de coreografía continua, alimentada por los sonidos de Juan Pablo Villa, autor de la composición musical y el diseño sonoro, de donde emerge la atmósfera imprescindible para ir y venir en el tiempo y los recuerdos, hasta que faltan oxígeno y memoria, entre las pérdidas que se ciernen al cumplir más de 80 años.

Con elementos de una realidad que acota el camino de los personajes, la obra muestra el sinuoso camino que debieron transitar A y B para amarse, al tiempo en que celebra su unión con espíritu calmo y esperanzado.

O Podrías besarme es una propuesta escénica con pinceladas de nostalgia. Una especie de conmemoración amorosa, que en la complejidad del manejo de personajes y marionetas, subraya la búsqueda incesante de una naturalidad que aún se escabulle.

Con diseño de vestuario y escenografía de Mario Marín del Río, quien elige el color negro para los seis actores y un blusón azul para la única actriz, los elementos sobre el escenario incluyen una mesa, que se transforma en cama, en puerta, en comedor y algunas sillas que también son asientos de carro. Elementos sencillos y suficientes para cada cuadro, que permiten el desplazamiento del elenco en movimientos precisos, como si se tratara de una danza en cámara lenta.

La iluminación de Félix Arroyo, evoca el mar, la noche abierta, la fiesta clandestina, el hospital, la vivienda, los sueños y en esos ámbitos, la intimidad, la memoria de sucesos que han dejado de ser álgidos y divertidos para entrar en una especie de alargada pausa, marcada por una respiración que se debilita.

Miguel Ángel Gutiérrez es el autor del diseño y concepción de títeres. Humberto Galicia estuvo al frente de la marionética (ingeniería de mecanismos) y el equipo de realización de títeres está integrado por Claude Rodrigue, Humberto Galicia, Américo García, Miguel Ángel Gutiérrez, Alondra García, Ana Zatarain y María José Santo y la producción de títeres, es de Luna Morena, taller experimental de títeres.

O podrías besarme cuenta con la producción general de Óscar Carnicero y Samuel Sosa, la producción ejecutiva y Stage management de Rosalía Campillo y asistencia de dirección de Clemente Vega.

La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 12 de febrero en La Teatrería, consulta horarios y precios, aquí.

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