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MATTEO RICCI: Un monumento escénico en memoria del trabajo jesuita



Por Alegría Martínez/ Enormes páginas de un texto escrito a mano se proyectan al fondo del escenario. Relatan que el montaje a punto de iniciar fue interrumpido tres años atrás debido a la pandemia, por lo que el reencuentro y la posibilidad de retomarlo equivalen a un renacimiento. Lo que en apariencia son tres delgadas lámparas, pronto se revelarán pantallas, ventanas a monumentos, zonas desérticas, interiores mancillados, mar en movimiento y eclipse. Inmensos telones de plástico cubren fondo y laterales del lugar en el que actrices y actores retoman sus personajes.

El espacio se transforma: multiplica capturas de pantalla, acerca mapas, cielos, agiganta océanos, parajes orientales y tarahumaras, que conservan la huella de los jesuitas Matteo Ricci (1552-1610), fundador de las misiones católicas en China y de los sacerdotes Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, asesinados el mes de junio de 2022, en Cerocahui, Chihuahua.

El reciente estreno de Luis de Tavira, condensa buena parte de sus inquietudes dramatúrgicas, filosóficas, estéticas, espaciales, sonoras, musicales y actorales. Matteo Ricci, obra escrita por José Ramón Enríquez, Jorge A. Vargas, José María de Tavira y el director, cierra la trilogía integrada por La Expulsión y El corazón de la materia, obras sobre la aportación de los jesuitas al mundo.

La visita guiada que una maestra de historia realiza a la tumba de Matteo Ricci, en Pekín, construida en el siglo XX por la corte china para resarcir el sufrimiento de misioneros asesinados en su país, es el punto de partida del homenaje, monumento escénico en memoria de los jesuitas: el italiano en tierras asiáticas, los mexicanos en la zona tarahumara de su país y muchos más dedicados a su misión religiosa y educativa.

La noticia del asesinato de los misioneros llega a los turistas por teléfono celular, las pantallas reproducen mensajes de whtasapp y noticias de diversos medios para dar paso a la imagen de la fachada de la iglesia de San Francisco Javier, en Chihuahua, así como al terreno que lo alberga y al atrio, donde ocurrieron los hechos. La reacción de los personajes y la incidencia de imágenes proyectadas en pantallas móviles, generan un lenguaje cinematográfico-teatral que retroalimenta con dinamismo la escena y bombardea de estímulos digitales el escenario, antes casi vacío.

Los personajes comentan las coincidencias entre la época vivida por los sacerdotes de esta historia: la crisis, la violencia, los cambios contra su forma de “construir raíces a través de la empatía y la amistad”, que en el caso de Ricci, frente a las barreras del lenguaje, las tradiciones chinas, el orgullo oriental y su amor por el conocimiento, logró el diálogo con sus opositores por vía del respeto, la prudencia, las matemáticas y la cartografía.

Canciones compuestas por Juan Pablo Villa y Pedro de Tavira, dan continuidad a la narrativa de sucesos vividos por los personajes. Patricia Yáñez, Rocío Leal, Esther Orozco, Alejandra Garduño y Valentina Manzini, actrices que interpretan de forma sobresaliente cada pieza, conforman el coro que redimensiona el significado de las escenas.

Desde lo alto de una estructura, en un extremo y al fondo del escenario, Jesús Cuevas genera una atmósfera sonora mediante percusiones, flauta e instrumentos diversos que nutren continuamente la acción a la que se suman efectos como el imponente aleteo de un ave, el sonido de un helicóptero, balazos, tormentas y oleaje, entre muchos más que enriquecen la propuesta escénica.

Reflexiones como el valor de las matemáticas, ciencia equiparada en un tiempo a saberes místicos, de cuya enseñanza, surgió la fraternidad jesuita, y que constituyó, además de la cartografía, parte de la llave que ayudó a Ricci a ser aceptado por las autoridades y la población china, se plantean durante el transcurso de esta obra, que subraya el valor de “conocerte a ti mismo, medir el cosmos y en esa relación descubrir la escala humana y su esencia”.

La utilización de maquetas, que mediante el acercamiento de una cámara de circuito cerrado, permite observar la reproducción de espacios como el Jardín del Partido Comunista Chino, la Parroquia de San Francisco Javier de Cerocahui en la Sierra Tarahumara, la nave, el presbiterio, y el claustro, que se funde en imágenes con la fachada del templo dedicado al mismo santo en Cochin, India, donde Ricci es ordenado sacerdote en 1580, sustenta bella y plásticamente el viaje al que el público es invitado desde su butaca.

La escena en la que Ricci reflexiona sobre la existencia de una verdadera religión a través de las palabras del personaje de Natán y la Parábola de los tres anillos, es una lección impartida mediante una marioneta que representa al Gran Mogol, emperador tolerante con todas las religiones y una actriz que a través de una danza Katakali, interpreta al personaje del sabio.

Ricardo Leal, Héctor Holten, Andrés Weiss, Adrián Aguirre y David Martínez Zambrano, realizan con las actrices previamente mencionadas, un trabajo arduo y delicado, mediante el que representan a todos los personajes con los que el misionero nacido en Macerata, tuvo encuentros y desencuentros, incluidos jesuitas de su comunidad, pobladores y autoridades de la esfera política oriental, además de personajes que, en torno al triple asesinato en Cerocahui, encarnan a los habitantes de la Sierra Tarahumara.

Actrices y actores, instruidos en actuación con máscara, danza de oriente, canto coral y cardenche, así como en el idioma chino y la manipulación de marionetas, generan el contraste entre la espectacularidad tecnológica que despliega el montaje, a través de proyecciones fragmentadas en pantallas de distintos tamaños y la esencia humana, frágil y poderosa.

El ojo de la cámara que acerca los objetos en escena, permite también ver paisajes a escala de los viajes, desde Cochin a Indochina, Macao, Cantón y Zahoging, incluidas embarcaciones en miniatura a través del mecanismo de madera integrado a la maqueta, océano que se transformará en un gran oleaje proyectado en movimiento; elementos que cruzan de una espacio a otro, de la diversidad de territorios contenidos en un lugar mínimo surcado por embarcaciones a escala, al pabellón del Trono en la Ciudad Prohibida, con celosías proyectadas que dejan escucha el tic tac de un reloj, agigantado frente a la oscuridad cercana de un eclipse, señal de presagio.

El hallazgo de los cuerpos de los dos jesuitas mexicanos y el guía de turistas, cerca del kilómetro 38 de la carretera Creel-Divisadero a 72 horas de su desaparición, las probables circunstancias que inciden en hechos de violencia, la decisión de quedarse en tierra tarahumara para seguir con su misión por encima del clima de inseguridad imperante en la región, configuran la reflexión de los habitantes serranos en torno al hecho.

Ocho razones que sostienen la esperanza, de Ricci, además de su legado, incluido el conocimiento de la ubicación geográfica real de China, su método para el estudio del universo y su servicio a los seres humanos, la ciencia y la religión, concluyen la travesía que da cuenta de la labor realizada por el jesuita italiano del siglo XVII y la violenta muerte de los misioneros mexicanos del siglo XXI, ante una bandera de México enlutada y la danza envuelta en incienso de una mujer rarámuri.

La producción de Enrique González Torres, S.J. para concretar este montaje histórico que entrecruza realidades, esfuerzos, culturas y religión mediante un imponente despliegue artístico y tecnológico, cuenta con un numeroso equipo también integrado por el director adjunto Jorge A, Vargas y Philippe Amand en el diseño de iluminación y video.

Carlo Demichelis y Jerildy Bosch, diseñaron el vestuario. El diseño de autómatas y máscaras estuvo a cargo de José Pineda. Diseño sonoro y musicalización de Joaquín López Chapman, Jesús Cuevas y Pedro de Tavira. La dirección coral, de Juan Pablo Villa y Emilia Martínez, realización y animación de video, Pablo Corkidi, producción ejecutiva de Miguel Ángel Cárdenas, La Casa del Teatro. Producción ejecutiva de Alicia Laguna, coordinación de producción Adrián García Mejía.

Asistentes de dirección Érika Cortés Rico y Adrián García Mejía, asistente de diseño de producción, escenografía e iluminación, Gustavo López, asistente de programación de video, Raúl Mendoza, traspunte Ixchel Flores Machorro, diseño de marionetas y asesoría en animación, Susana López Pérez, construcción de marionetas, Susana López Pérez, Grisel Gómez Murueta e Irving Sanser, traducción y maestra de chino, Georgina Sánchez García , asesoría en danza de la India, Sak Nikté Romero, diseño gráfico para la escena y objetos, Carlos Villajuárez, Cecilia Sordo Morán, asistencia de producción, Ixchel Flores Machorro y Cecilia Sordo Morán.

La obra se presenta de miércoles a domingo, hasta el 11 de junio en el Teatro de las Artes del Cenart, consulta horarios y precios, aquí.

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2 comentarios sobre “MATTEO RICCI: Un monumento escénico en memoria del trabajo jesuita

    • Hola, Ma. del Carmen! Gracias por contactarnos, desconocemos si la producción tenga planeado ofrecer una nueva temporada, Saludos.

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