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LA GOLONDRINA: Dos posturas, un mismo dolor



Por Kerim Martínez/ En septiembre de 2017, La golondrina del autor catalán Guillem Clua (Smiley) se estrena en el Cervantes Theatre de Londres. La obra ha sido montada en Atenas, Catania, Montevideo, Madrid, Sao Paulo, Lima, Miami, Nueva York, Santo Domingo, entre otras ciudades. En junio de 2023 se estrena en el Teatro Milán de la CDMX dirigida por Alonso Íñiguez, bajo la producción de BH5 Studios y Óscar Uriel.

Amelia recibe en su casa a Ramón con la intención de darle clases particulares de canto. Al ver que el joven no tiene las aptitudes que ella considera necesarias para iniciar con un entrenamiento vocal, se niega a prepararlo. Él la convence al decir que su única intención es montar la canción, “La golondrina”, para interpretarla en una ceremonia en honor a su difunta madre. Amelia accede, ella perdió a su único hijo y cree entender el dolor de Ramón. La clase empieza y poco a poco se van desvelando detalles que conectan a los dos personajes con un tiroteo ocurrido en un bar gay en el que murieron bastantes personas.

El texto de Clua está inspirado en el ataque terrorista suscitado en el bar Pulse en Orlando (2016). Hay que recalcar que gran parte de sus escritos -teatro, cine o televisión- se han basado en hechos reales. El dramaturgo (Premio Nacional de Literatura Dramática 2020) se formó en la universidad como periodista y esto es muy notorio en el material que ha presentado en los últimos años (conflictos armados recientes, cambio climático, etc.).

La golondrina es una obra que sucede en tiempo real (funciona como una escena larga sin ninguna clase de cortes). Es un melodrama con diálogos interesantes, reflexivos, crudos y en ocasiones devastadores que logran quedarse en la memoria del público al salir de la función.

El autor dota de equilibrio a sus protagonistas, deja que ambos expresen libremente sus opiniones (aparentemente contrarias) y hace que durante casi dos horas de representación el público goce de un debate apasionante donde cada personaje defiende agerridamente su postura, pero también escucha al otro con atención sin temor a ser modificado.

Al ser caracteres opuestos, lo lógico sería que uno de los personajes saliera de escena a partir de que ambos entienden el vínculo real que los une, pero aquí radica el reto de Clua como escritor: justifica hábilmente que Amelia y Ramón permanezcan en esa casa aunque se vean tentados a escapar evadiendo la cruel realidad y es entonces cuando gana la necesidad de los dos por entender los acontecimientos, aclarar los hechos y así después, sanar las heridas.

La dirección de Alonso Íñiguez ayuda a que la obra nunca decaiga y que resulte entretenida para los espectadores (o voyeristas). El texto cuenta con varios giros dramáticos y aunque algunos resulten predecibles, el director logra que esto no afecte gracias a una puesta en escena detallada y a la calidad interpretativa de los actores que hace que la audiencia conecte en todo momento con un tema tan contemporáneo y brutal. El ritmo es acelerado, las pausas son medidas, los momentos de tensión se aligeran con toques de comicidad (necesarios para los asistentes), y el terreno melodramático se aborda con mucho cuidado para que la verdad sea la gran protagonista arriba del escenario.

La tropicalización del texto es adecuada y agradable al oído. Cuenta con algunos cambios con respecto al original que ayudan a que el público mexicano reciba la obra con amabilidad. Resalta la decisión de que el montaje inicie con el joven interpretando una canción infantil de Cri-Cri (“La patita”) en lugar de una letra religiosa (“El pescador”), todo un acierto que logra involucrar a los asistentes desde los primeros minutos de representación.

Margarita Sanz (La madriguera) construye un personaje tosco, esquivo y negado a mostrar sus emociones tan fácilmente. Desde el inicio se puede intuir que esta simplona maestra de canto guarda en su interior un cúmulo de gritos ahogados que esperan el momento adecuado para escaparse. La actriz no tiene miedo de mostrarse vulnerable, observa y escucha con interés a su joven interlocutor que en todo momento lanza reclamos, que la intérprete recibe como si fueran dardos que le caen directo al estómago. Amelia, su personaje, cuenta con algunos parlamentos extensos que la actriz resuelve magistralmente y que resultan brillantes para el público que le regala a cambio lo que todo actor desea: atención y silencio.

En el texto original, el autor visualiza a Ramón como un hombre de treinta y cinco años, mientras que el actor Germán Bracco (La sociedad de los poetas muertos) es notablemente menor. Sin embargo, Bracco se planta en escena como un tipo seguro, maduro, con una postura firme e ideas claras, que sumado a su enorme sensibilidad, logra convencer a la audiencia y hacer que ésta empatice con su propuesta. Bracco se muestra como un actor que confía en su director, en la primera actriz que tiene a su lado y regala momentos muy conmovedores a los espectadores que hacen que la visita al teatro haya valido la pena. Alterna el personaje con Alejandro Puente.

La producción es de primer nivel y cuenta con una escenografía atractiva, realista y funcional, donde se apunta al piano como otro personaje más de la historia. Los pocos cambios de iluminación que existen son sutiles y ayudan a enfatizar a los actores en los momentos de mayor introspección. Las dos corren a cargo de Ingrid Sac.

La golondrina es una obra que muestra la crueldad que existe en el mundo, sus personajes están lastimados y no entienden bien qué sigue para ellos. El hecho teatral los ayuda a enfrentarse al miedo y a recoger sus pedazos para seguir adelante. Ramón piensa que lo que realmente nos hace humanos es el amor; Amelia, en cambio, cree que todo se centra en la capacidad de sentir como propio el dolor de los demás. Amor y dolor, dos conceptos tan opuestos y tan cercanos como estos dos personajes, tan frecuentes y tan expuestos en el arte teatral.

El público asiste al teatro para escuchar historias, para conectarse con el dolor de los otros, para entenderlos, para reflexionar sus palabras, para confirmar posturas, o en una de ésas, hasta llegar a cambiarlas. Vale dejarse llevar… tomar el riesgo.

La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 30 de julio en el Teatro Milán, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.

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