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Para los que están, estamos, en ese predio de Madrid 13.

En una calle sin pavimento, en un barrio casi despoblado y alejado del centro de la Ciudad de México, allí, el 22 de enero de 1953 se inauguró un teatro. La Capilla derruida de una hacienda se convirtió en un foro de menos de 100 butacas, contrario a los grandes teatros céntricos e imponentes de la época: el Teatro De La Capilla, en Coyoacán.

Cuatro años antes, Salvador Novo había comprado el terreno -que era el casco de una antigua hacienda- en donde proyectó, además del teatro, un restaurante y varios departamentos. Un centro cultural con forma de casa: la Casa de Novo, quien allí daría rienda suelta a todas y cada una de las facetas que lo distinguen hasta nuestros días como la figura fundamental para la cultura mexicana que es: dramaturgo, traductor, director, productor, editor, gestor cultural, poeta, cronista y chef –El Refectorio de Novo marcó época culinaria por sus platillos y sus famosos parroquianos-.

Desde el barrio Del Carmen, Novo erigió uno de los epicentros del teatro contemporáneo de aquellos tiempos, estrenando obras que hoy son clásicos del teatro universal, como Esperando a Godot de Samuel Beckett, en 1955 -dos años después de su estreno en París- que tradujo y dirigió, con las actuaciones de dos jóvenes y destacados intérpretes: el español Antonio Passy y el mexicano Carlos Ancira, u obras del propio Novo como A ocho columnas, El joven y los Díalogos.

Novo dirigió obras como El presidente hereda de Viola -con la cual se inauguró el teatro- Lázaro de Obey, Helena o la alegría de vivir de Roussin, Paseo con el diablo de Cantini, Mamá nos obedece de Ruiz Iriarte, 13 a la mesa de Sauvajon, Mi marido y tú de Ferdinand, además de un ciclo de obras de Tardieu. En esas obras participaron figuras del teatro tan importantes como María Douglas, Marilú Elízaga, Virginia Manzano, Ofelia Guilmain, Ana Ofelia Murguía, Mercedes Pascual y Raúl Dantés, entre otros.

La salud de Novo impidió que en la década de los sesenta La Capilla tuviera una actividad sólida. En los setenta, tras la muerte de Novo, el teatro, el restaurante y el predio completo le fue heredado al sobrino del gran cronista: Salvador López Antuñano, un prestigiado médico cirujano que nada tenía que ver con las artes escénicas, pero que desde 1975 y hasta su muerte en 2015 estuvo al tanto de las actividades de la casa de su tío, fungiendo como el principal protector de ese legado.

Luego de presentar esporádicamente montajes de diversas compañías independientes, en los años ochenta Don Salvador le confía el teatro a una joven actriz, directora y productora que era profunda admiradora de Novo y se le veía a cada rato en alguna mesa del Refectorio: Jesusa Rodríguez.

Antes de emprender una severa remodelación del foro, Jesusa, al lado de la compositora y cantante Liliana Felipe, presentó varios montajes que hoy son referentes de la vanguardia teatral de aquellos años: ¿Cómo va la noche, Macbeth?, El concilio del amor de Oskar Panizza -que enfrentó un fuerte tema de censura- y Donna Giovanni.

En 1990, Jesusa abandona la Capilla para ocupar los departamentos frente al teatro que fueron derrumbados para convertirlos en un nuevo espacio teatral y musical: el Teatro Bar El Hábito, que durante poco más de quince años trastocó las noches de Coyoacán con la presentación de figuras de la música, el cabaret y la cultura -y, en las butacas, bastantes figuras de la política-, como Chavela Vargas, Carlos Monsiváis, Eugenia León, Tito Vasconcelos, Isela Vega, Astrid Haddad, Regina Orozco, Susana Zabaleta, Pedro Kóminik y, por supuesto, Las Reinas Chulas, quienes asumieron la administración en 2005 pasándolo de El Hábito a El Vicio.

Durante la década de los noventa, nuevamente La Capilla recibió esporádicamente a compañías teatrales a las que Jesusa rentaba el teatro.

Fue justo en el 2000, a causa de la larga huelga que vivió la UNAM, que el director Boris Schoemann tocó las puertas de Madrid 13 buscando espacio para poner en escena la obra que ensayaba con sus alumnos del Centro Universitario de Teatro: Los endebles o la repetición de un drama romántico del dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard.

Con ésta obra, inició una etapa que, hasta la fecha, es la más duradera de la historia de La Capilla, ya que cuando Schoemann quiso devolver las llaves a Jesusa luego de una larga y exitosa temporada, Jesusa se negó, dejándolo la casa de Novo bajo su custodia.

Actualmente, además de cumplir 70 años, está por cumplir 22 de su nueva época, bajo la dirección de Boris Schoemann y su compañía: Los Endebles.

Cobijada por el fantasma benigno de su fundador, La Capilla es, en las dos primeras décadas del siglo XXI, lo que fue en la década de los cincuenta y de los ochenta: un referente del teatro contemporáneo nacional e internacional que ha visto pasar por su escenario a un sinfín de artistas escénicos con propuestas de riesgo y arrojo.

Creadores que hoy conforman la actualidad de las artes escénicas de nuestro país tuvieron en este teatro -que sigue siendo de menos de 100 butacas- sus primeras experiencias o algunas de las más importantes de sus trayectorias: Hugo Arrevillaga, Raúl Méndez, Angélica Rogel, David Gaitán, Adrián Vázquez, Pilar Boliver, Conchi León, por citar algunos nombres.

El Teatro -De- La Capilla es, como le gusta decir a Boris Schoemann, un semillero de creadores escénicos, un lugar que apuesta por las compañías jóvenes y emergentes, el sitio al que más de un creador de renombre regresa, el espacio que a pesar de becas y apoyos siempre está en constante resistencia, porque como todo lo que es independiente y como todo lo que es chiquito -teatro de bolsillo, lo llamaba Novo-, está en constante riesgo de extinción y, tal cual lo han demostrado algunos casos, de olvido.

Por eso la programación todos los días, por eso La Capilla Virtual durante la pandemia, por eso la creación de la Sala Novo en 2016, justo en donde estuvo el Refectorio de Novo, para seguir cocinando proyectos propios y ajenos; por eso el Lab Capilla para seguir acompañando los procesos de jóvenes interesados en iniciar o perfeccionarse; por eso una Segunda Época de la editorial Los Textos de La Capilla -fundada por Novo y retomada por Schoemann- porque el teatro también se lee y de la lectura nace el amor para o el recuerdo de una puesta en escena.

Por eso el ir y venir constante de actores, directores, escenógrafos, iluminadores, vestuaristas, técnicos, periodistas, taquilleros, fotógrafos, administradores, fans del teatro, programadores, públicos primerizos o experimentados, públicos siempre diversos, a veces de uno o a veces casi de cien; por eso las charlas en el patio de los que hicieron la obra con los que la presenciaron, por eso un café bar para completar la experiencia de esperar lo que está por verse o comentar lo que se ha visto; por eso los cuidados constantes para que ese teatro, esa sala y ese café-bar sean eso, pero sean algo más: una casa; por eso entrar a La Capilla es sentir que se entra a una casa -si van, verán que arquitectónicamente sigue conservando esa pinta- y, para quienes han pisado su escenario y sus distintas áreas de trabajo, La Capilla es un hogar. Un hogar que tiene su propio guardián, su propio Salvador.

La Capilla es la casa que, desde 1953 hasta el día de hoy, Novo -primero en figura y después en fantasma- ha compartido con quienes han pisado su escenario, han recorrido su patio y se han sentado en sus butacas.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía Teatro La Capilla

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