La confrontación entre la ambición política y el hartazgo del pueblo. La emergencia de los instintos más primarios en un civilizado cuarteto de padres de familia. El torpe intento de dos hermanos por ayudar a que el tercero pueda cumplir su deseo de adoptar a un niño. La batalla cotidiana entre dos mujeres, madre e hija, dispuestas a perpetuar una estela silente de abuso y violencia mutua.

Temáticas plenamente identificables para el público mexicano, situaciones del día a día que, desde su butaca, el espectador identifica como algo muy de éste país, aunque todo cuanto se esté ocurriendo en escena provenga de otros contextos, aunque todo cuanto se escuche, tenga su raíz en otras lenguas: inglesa, irlandesa, alemana, francesa, catalana, etc. Una vez traducidos, éstos textos no hacen más que demostrar que, como decimos aquí, en todas partes se cuecen habas.

En la actual Cartelera de Teatro podemos encontrar muy distintos ejemplos del teatro proveniente de países europeos que suscita el interés del público, la comunidad y la crítica. La presencia de textos dramáticos de aquellos lares en nuestro país es tan vieja como el continente mismo.

Tan solo hay que recordar que, para vencer la tradición española del teatro del siglo XIX, en el Teatro de Ulises Salvador Novo y Xavier Villaurrutia recurrieron a traducciones de textos británicos y franceses contemporáneos para renovar las formas y fondos del teatro nacional -o, al menos, el de la Ciudad de México-, a principios del siglo XX.

Desde entonces, el teatro contemporáneo proveniente de Europa -dejemos fuera, por ésta ocasión, Shakespeares, Moliéres, Ibsens y Chéjovs- ha estado presente en los distintos movimientos de vanguardia -Poesía en Voz Alta en los cincuenta, Casa del Lago en los sesenta- y fue privilegiado e impulsado por grandes creadores del siglo XX como Juan José Gurrola, Alexandro Jodorowski, Ludwik Margules y Manuel Montoro, por mencionar a algunos.

Uno de esos creadores de referencia, Luis de Tavira, acaba de estrenar la segunda temporada de Furor, de los dramaturgos alemanes Lutz Hübner y Sarah Nemitz. En ésta, la actriz Stefanie Weiss -también traductora del texto- y los actores Juan Carlos Vives y Rodrigo Virago conforman una tríada que hace que el aire se pueda cortar con un cuchillo gracias a la tensión que provoca el reflejo de los fenómenos sociales que actualmente castigan al mundo, como el cinismo de la clase política, la polarización de clases, los discursos de odio, las noticias falsas y la ingobernabilidad de las redes sociales.

En éste montaje, Tavira vuelve a un texto contemporáneo alemán, tras tener éxitos notables con obras de Brecht como La honesta persona de Sechuán, Santa Juana de los Mataderos o Madre coraje y de Botho Strauss como La guía de turistas y Grande y pequeño.

Reciéntemente, su puesta en escena de Tragaluz del británico David Hare fue muy elogiada; en los noventa, tuvo un gran éxito dirigiendo en formato comercial El rehén del británico Ronald Harwood. Y, como actor, faceta en la que últimamente se le ha visto muy activo y entusiasta, interpretó el texto La fundamentalista del finlandés Juha Jokela y, bajo la dirección de Sandra Félix, La última cinta de Krapp, ese monólogo de Samuel Beckett que rara vez se ve en nuestros escenarios.

Una de las voces más sonoras de la dramaturgia y la narrativa francesa es la de Yasmina Reza, quien desde la década de los ochenta ha lanzado, ya sea en novelas o en obras teatrales, feroces e incómodas sátiras sobre la burguesía de Francia, la cual, a juzgar por el éxito que han tenido las representaciones de sus textos alrededor del mundo, parece ser igual en todos lados.

Apenas el año pasado fue escenificada Tres versiones de la vida, bajo la dirección de Rina Rajlevsky, con las actuaciones de Mario Alberto Monroy, Fernando Memije y las muy destacadas Daniela Luján y Ana Kupfer. Y aún resuena en el mundo teatral el duelo que sostuvieron, a finales de los noventa, Héctor Bonilla, Claudio Obregón y Rafael Sánchez Navarro, dirigidos por Mario Espinosa, en ese joven clásico del teatro que es Arte.

Actualmente está en cartelera el segundo montaje profesional de Un dios salvaje, una de sus obras más representadas -y con una versión cinematográfica dirigida por Roman Polanski-. Estrenada hace 13 años por OCESA, en dirección de Javier Daulte, hoy es dirigida por Miguel Septién, quien también la tradujo.

Pablo Perroni, Fernanda Borches, Tato Alexander y Chumel Torres son los encargados de dar vida -y pelea- a esos padres de familia que al reunirse para hablar civilizadamente sobre un conflicto de sus hijos, descubren que, con un poco de alcohol, los instintos primarios pueden imponerse a las buenas maneras. El público ríe, tal vez porque sabe que jamás podría llegar a los niveles de violencia y brutalidad a los que llegan estos refinados. O tal vez ríe porque sabe que sí.

Otra comedia, muy distinta a la anterior, es Ugo, Pako y Luiz del británico Ray Cooney. Teatro contemporáneo, sí, pero a la vieja usanza: comedia de puertas, de equívocos, de personajes exacerbados que no buscan más que entretener al espectador con sus peculiares conflictos, aunque en el caso particular de ésta obra la ternura se impone, pues los enredos surgen por el genuino deseo de dos hombres no muy ejemplares de ayudar a su hermano y a su cuñada para que puedan darles a un niño en adopción.

Dirigida por el actor argentino Nicolás Cabré, la obra conjuga a un nutrido reparto -hay varias alternancias- encabezado por Héctor Suárez Gomís, Ana Layevska, Rubén Branco, Aarón Baldieri, Alfredo Veldáñez y las actuaciones especiales de Pilar Boliver y Anabel Ferreira. El teatro de Cooney no es nada nuevo en nuestro país: Jorge Ortiz de Pinedo tuvo distintas temporadas con su obra más conocida, Sálvese quien pueda (que también se ha montado con otros títulos y otros comediantes) y escenificó Batas blancas no ofenden.

Volviendo a la seriedad y más bien hacia la tragedia contemporánea, otra obra que tiene su segundo montaje en nuestro país es la ópera prima del hoy internacionalmente reconocido dramaturgo, guionista y cineasta Martin McDonagh, La reina de belleza de Leenane, que hoy se presenta bajo la realización de la compañía Por Piedad Teatro, desde la cual los actores, traductores y directores Ana Graham y Antonio Vega han introducido a dramaturgos europeos fundamentales como Sarah Kane (Devastados), Mark Ravenhill (Fotografías explícitas), Martin Crimp (El campo), Paul Walker (Los baños), Roland Schimmelpfening (El dragón dorado) y Maria Milisavljevic (Abismo), entre otros.

Aunque ya lo conocemos en México y aunque ésta obra ya ha sido escenificada -a principios de este siglo la actuaron Blanca Guerra y Angelina Peláez en una dupla de ensueño, dirigida por Iona Weissberg-, es de agradecer que ni Graham ni Vega se queden con las ganas de poner su propio McDonagh, un autor al que el mundo aplaude gracias a cintas como Tres anuncios por un crimen y Los espíritus de la isla, pero cuyo anclaje está en el teatro y en su posibilidad de reflejar el aflore de la violencia más enquistada y soterrada en el seno familiar o social, como lo demuestran obras puestas en la ciudad de México como El teniente y lo que el gato se llevó, El oeste solitario y The Pillowmann (que jamás entenderemos por qué no la titularon El hombre almohada), que ha tenido dos notables montajes.

En La reina de belleza de Leenane, que dirige Angélica Rogel, la propia Ana Graham se enfrenta a Sofía Álvarez para poner sobre la mesa la crueldad, la dependencia y el abuso, que puede habitar en una madre y una hija que, afortunadamente para el espectador, se hallan en un poblado del primer mundo irlandés y no en el tercermundismo mexicano.

Si bien el teatro proveniente de países europeos es una constante en nuestros escenarios, es de destacar la labor que han hecho a lo largo de su trayectoria productores como Ana Graham y Antonio Vega para traducirlo y ponerlo en escena, ofreciendo una garantía al público mexicano para encontrarse con autores y textos de trascendencia mundial.

Por supuesto, la gran valía de la presencia de estos textos en nuestro país es, entre otros temas, la posibilidad de ejercitar la traducción -y en eso hay que destacar la labor de las editoriales como El Milagro, Los Textos de La Capilla, Paso de Gato y Teatro sin Paredes para la publicación de algunas de esas traducciones- de esos textos a fin de darlos a conocer a un público que, al ir al teatro y se tope con la realidad de, por ejemplo, Alemania, de Inglaterra, de Francia o de Irlanda, sepan que no es muy distinta de la que hay en su propio país, para fortuna o, en la mayoría de los casos, para desgracia de todos. Pero justo, por eso y para eso, está el teatro, venga de donde venga.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Luis Quiroz, FB Un dios salvaje, Cortesía INBAL

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