En el programa de mano del primer montaje de Los chicos de la banda en 1974, se podía leer una importante aclaración: que los actores que participaban en la obra estaban casados y que, al contrario de los personajes que interpretaban, ninguno de ellos era homosexual. Esto, como medida frente a la fuerte censura que atravesó antes de su estreno por parte de las autoridades, que entonces consideraban que el drama de Mart Crowley, dirigido por la activista Nancy Cárdenas, atentaba contra la moral de la época.

La anterior es una de las historias que, para bien y para mal, sustentan el Teatro LGBTQ+ en la Ciudad de México, que no es otra cosa que las puestas en escena que abordan eso que Federico García Lorca nombró como “el amor oscuro” y todo aquello que le concierne y le aqueja.

A casi cincuenta años del primer montaje que abiertamente aludía a la comunidad homosexual, hoy en día la cartelera ofrece variadas propuestas sobre la diversidad sexual, aunque el objetivo de éstas sigue siendo defender esa diversidad y crear conciencia en las viejas y nuevas generaciones sobre el respeto que merecen las diversas expresiones de género.

Aunque en éstos tiempos obras teatrales o espectáculos de cabaret como La ley del ranchero, Transbordador Zel, Tebas Land, Segismunda, Junio en el 93, Vedette, Torch Song, Orgullo, Visitando al Sr. Green, The Prom, El predilecto, La ira de Narciso, Kassandra, Menti-Drags, Mañana, Estúpida historia de amor en Winnipeg, Beautiful Julia, Príncipe y príncipe, Acá en la tierra, Novo en un clóset de cristal cortado, La culpa, The Shakespearean Tour, La Prietty Güoman, Rotterdam, Shanghai, Ángeles en América, todos los episodios de Las Meninas y el propio nuevo montaje de Los chicos de la banda, han gozado de éxito y atención por parte del público y la prensa.

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También es cierto que todavía en 2015, Un corazón normal sufrió intentos de censura en su gira por algunos estados de la República Mexicana y, en plena pandemia, el que la Secretaría de Cultura recomendara en sus redes sociales la obra Príncipe y Príncipe como parte de la celebración del Día del Niño desató una pléyade de expresiones homófobas por parte de los usuarios.

Empero, el listado anterior -al que seguramente le faltan varios títulos- es una muestra de que cada vez son más las obras que abiertamente abordan los conflictos y la cotidianeidad de la comunidad LGBTQ+ y, sobre todo, buscan, desde el escenario, borrar las fronteras y divisiones y contar simple y llanamente una historia sobre el amor -y sus vericuetos- entre dos -o más- personas.

Para lograr esto y para continuar con la lucha desde las tablas, son muchas las figuras y los títulos que han contribuido, empezando por Salvador Novo y todo cuanto conlleva su obra, genio y figura. Por mencionar apenas dos ejemplos: su texto dramático El tercer Fausto escrita en 1934 y su montaje de Los signos del zodíaco de Sergio Magaña en el Palacio de Bellas Artes en 1951, con un joven homosexual dentro de los personajes principales.

Nancy Cárdenas, se sabe, es pionera en el reconocimiento a los derechos de la comunidad homosexual y desde el teatro lanzó sendos gritos para ello. El más célebre, por el escándalo de censura que suscitó y porque además se presentaba en el Teatro Insurgentes, es el ya mencionado Los chicos de la banda.

Pero en 1979 presentó una adaptación en comedia musical de la novela de la francesa Colette Claudine en la escuela, en la que exploraba, bajo el cobijo del teatro universitario, el amor y el erotismo lésbico, con Laura Zapata como protagonista y, en el reparto, un joven llamado Tito Vasconcelos. Éste tema en manos de Cárdenas tuvo su punto más alto un año más tarde, cuando escenificó Las amargas lágrimas de Petra Von Kant de Rainer Werner Fassbinder, logrando el más grande de entre los muchos éxitos teatrales de la actriz Beatriz Sheridan, “quien cada noche se convertía ante nuestros ojos en un ser radicalmente atropellado”, escribió Germán Dehesa en una de sus columnas.

Mientras esto sucedía en el Teatro El Granero, en la UNAM se escenificaba Y sin embargo se mueven, la primera obra considerada como “teatro gay” por la crítica especializada y el primer espectáculo teatral sobre la homosexualidad masculina en la Ciudad de México, a partir del testimonio de sus actores: Gustavo López Cuesta, Fernando López Arriaga, Homero Wimmer y Tito Vasconcelos, quien entonces era asistente y amigo del autor y director del proyecto: el actor, dramaturgo, cronista, promotor y crítico teatral y musical José Antonio Alcaráz, quien con ese y otros montajes cimbró a la intelectualidad de aquellos años con ese espectáculo musical que marcó muchas de las pautas que hoy se disfrutan en el cabaret y el teatro de temática gay.

Si bien actualmente hablar de Tito Vasconcelos es hablar de un completo creador escénico y activista fundamental, en los años ochenta fue protagonista de tres obras dirigidas por un artista que tras dejar huella en el teatro con montajes de vanguardia, saltó a la televisión para reestructurar las telenovelas: Carlos Téllez introdujo en México el teatro del mítico dramaturgo e historietista argentino francés Copi, con Eva Perón, traducida por los novelistas Luis Zapata y Olivier Debroise; presentó una versión teatral de El lugar sin límites de José Donoso y escenificó el primer montaje de Torch Song (Una canción apasionada) de Harvey Fierstein, en traducción de Carlos Monsiváis.

En dupla con el estupendo dramaturgo Carlos Olmos, Téllez llevó las leyes del teatro a la telenovela, logrando con ello la más destacada del género: Cuna de lobos. Cuando Olmos volvió al teatro, hacia la década de los noventa, presentó dos de las más memorables obras de la cultura LGBTQ+: El dandy del Hotel Savoy, sobre los últimos días de Oscar Wilde, y El eclipse, una soberbia pieza sobre la salida del clóset de un joven en un pueblo chiapaneco dominado por sendas matriarcas -interpretadas para la posteridad por Beatriz Aguirre, Marta Aura y Lilia Aragón-.

Al terminar su mancuerna con Téllez, Tito Vasconcelos estrena obras de su propia autoría y dirección, como Mariposas/Maricosas, A otra cosa Mariposas y Mamita Querida, además de dirigir una versión de Afectuosamente, su comadre, el texto clásico de José Dimayuga y Plastic Surgery de Luis Zapata y Mario de la Garza -Zapata tradujo para él otra obra de Copi, Loretta Strong, que Tito aún no lleva a escena-.

Y aunque es por demás prolífico, en la actualidad su nombre va ligado al cabaret -en donde es creador, docente y empresario-, ese género teatral y musical que sigue siendo el espacio más notable, eficaz y representativo para la defensa de los derechos de las diversidades y que tuvo momentos de gloria en lugares como La Edad de Oro, El Café Colón, El Nueve y El Cuervo, que luego se convirtió en El Fracaso, siendo el preámbulo de lo que más adelante fue El Hábito y hoy es El Vicio.

Cuando El Hábito abrió sus puertas en el Coyoacán de 1990, Jesusa Rodríguez ya era conocida como una creadora escénica arriesgada y, junto con la compositora Liliana Felipe, disruptora de las buenas conciencias con montajes ya clásicos como El concilio del amor de Oscar Panizza y Donna Giovanni de Mozart, amén de un notable número de espectáculos de cabaret en el que aparecieron figuras de la actuación y la música que hasta la fecha continúan con su propuesta inclusiva y de lucha: Astrid Haddad, Regina Orozco, Susana Zabaleta, Pedro Kóminik entre otros.

La ahora senadora dejó un importante legado que sus discípulas, Las Reinas Chulas -Ana Francis Mor, Cecilia Sotres, Nora Huerta y Marisol Gasé-, se han encargado de continuar y adecuar a los nuevos tiempos y a las nuevas generaciones.

Justo frente El Hábito, ya en el nuevo milenio, en el Teatro La Capilla se retoma la tradición de las vanguardias de Novo y el director Boris Schoemann presenta en nuestro país el teatro de autores como el canadiense Michel Marc Bouchard, con Los endebles, Tom en la granja y Las musas huérfanas -que ya había sido escenificada por Mauricio Jiménez- y el del recientemente fallecido Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, con Sensacional de maricones -una de las varias obras en las que, desde la acidez y la sátira, LEGOM criticó y defendió el universo gay-.

En contraste a estas propuestas que siguen encontrando un amplio público, otros públicos se han generado a través del trabajo de productores como Fred Roldán o Wilfrido Momox, o de espacios como el Centro Cultural Roldán Sandoval, el Foro de la Comedia -hoy El FOCO- o el Centro Cultural de la Diversidad.

Los guiños en las obras de Emilio Carballido y Víctor Hugo Rascón Banda, obras como A tu intocable persona de Gonzalo Valdés Medellín -la primera en abordar el tema del VIH/SIDA- Los gallos salvajes de Hugo Argüelles, Pastel de zarzamora de Jesús González Dávila, Camaleones y Un misterioso pacto de Oscar Liera, Muerte súbita de Sabina Berman, Naturaleza muerta y Marlon Brando de Humberto Leyva, Bellas atroces de Elena Guiochins, personajes como La Reina Isabel de Contradanza que consagró a Claudio Obregón, el prisionero Valentín de El beso de la mujer araña en dirección de Arturo Ripstein.

Así como la geisha atormentada interpretada por Humberto Zurita en Sr. Butterfly, el Oscar Wilde de Alejandro Calva en Actos indecentes, la Bugambilia creada por Carlos Olmos para la versión teatral de Aventurera, la anciana trans interpretada por Héctor Bonilla en Yo soy mi propia esposa, los montajes mexicanos de Los ojos del hombre, Severa vigilancia, PD. Tu gato ha muerto, El show de terror de Rocky, La jaula de las locas y RENT -entre otras- son parte de la historia del teatro mexicano.

Y de la historia de la comunidad LGBTQ+, cuya lucha se ha reflejado, impulsado y acompañado desde el arte escénico, aunque, hay que decirlo, en estos tiempos se abren nuevos caminos que exigen un trabajo más fuerte en la toma de posturas y en la visibilización y representación de todas y cada una de sus expresiones, vivencias y necesidades.

Por Enrique Saavedra/ Fotos: Cortesía

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