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TRES VERSIONES DE LA VIDA: Lo que cada persona esconde de sí misma



Por Alegría Martínez/ La llegada de una pareja de invitados a cenar, 24 horas antes del horario convenido a la casa de Enrique y Sonia, es el punto de partida de la obra Tres versiones de la vida, de Yasmina Reza, quien cambia la actitud de sus personajes en tres oportunidades, dentro de una misma situación, en la que cada quien exhibe sus debilidades, creando así una tensión cómica entre anfitriones e invitados.

La sala de un matrimonio acomodado, es el lugar de la acción, donde el sofá y los dos sillones individuales -que anteceden al trinchador con botellas de licor y a un gran ventanal, sin ventanas ni celosías-, contienen la humanidad de los personajes como si se tratara de un imán protector del que se levantan a ratos para esgrimir sus argumentos.

La autora de textos como Arte, Un Dios salvaje y Babilonia, ubica a sus protagonistas, -un científico que desea, además de un ascenso, publicar en una revista importante-, y a su esposa, Sonia, -una abogada que no ejerce su profesión-, en la interrumpida inercia de una tarde común en casa.

Conocedora de la flaqueza, la vanidad y la prepotencia humanas, Yasmina Reza exhibe a los integrantes de ambas parejas enfrascadas en satisfacer sus deseos, ya sea que se trate de trabajo, sexo, revancha entre esposos o enfrentamientos verbales que revelan el estado de las relaciones.

A través de diálogos inteligentes, que a veces son lanzados como estocadas al contrincante, los personajes femeninos se dirigen a su respectivo esposo y al de la mujer con la que están socialmente obligadas a conversar, mientras ellos hacen lo propio. Parte de lo que piensan de la otra persona, es expresado con falsa dulzura, sarcasmo, prepotencia o lambisconería, según se trate de una o de otra versión de los hechos, lo que sin cambiar de fondo el resultado de la situación, ofrece una visión diferente y modifica la circunstancia.

Bajo la dirección de Rina Rajlevsky, Daniela Luján y Mario Alberto Monroy, interpretan a los dueños de la casa, y Ana Kupfer y Fernando Memije, juegan el rol de los impuntuales invitados en esta comedia, cuya acción se ve interrumpida por la incesante demanda de un hijo pequeño, del que sólo se escucha la voz, en contrapunto con el caos que propicia el comportamiento de los cuatro adultos.

La risa, provocada por el modo en que cada personaje decide enfrentar la situación, es distinta en cada oportunidad, como cuando la anfitriona es altanera y después melosa, mientras el subordinado al inicio es lambiscón y luego engreído, al tiempo en que el jefe exhibe su falta de empatía y más tarde su bajo comportamiento, y su esposa transita entre la irritación, la crítica y la falsa amabilidad, lo que evidencia la contradicción que vive cada uno, preso de un círculo de insatisfacción perdurable.

El humor de Tres versiones de la vida, se cuela en la conciencia del público que observa girar sobre su propio eje a las dos mujeres y los dos hombres de esta historia que se repite como si los seres humanos se encontraran en constante involución.

El desarrollo de las situaciones, bien resuelta por la directora y por el elenco, sin meterse en mayor hondura, avanza y subraya los defectos de una sociedad mecanizada e indolente que no mira más allá de su interés inmediato.

Con el diseño sonoro de Carlos Metta, -que logra la nitidez de la voz del niño colándose por los laterales-, escenografía de Adrián Martínez Frausto, iluminación de Félix Arroyo, vestuario de Sara Salomón, producción ejecutiva de Ricardo Bermúdez, asistencia de dirección de Adriana Rosas y producción de Rodrigo Trujillo, Jacobo Nazar y Mónica Bravo, el montaje invita a considerar la posibilidad de dar rienda suelta a las versiones que cada persona esconde de sí misma.

La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 7 de agosto, en el Teatro Virginia Fábregas, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.

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