Por Roberto Sosa/ “Lo que el viento a Juárez”, se cree que la frase popular está inspirada en un mural titulado: Juárez, Símbolo de la República contra la Intervención Francesa, pintado por González Orozco en el Castillo de Chapultepec. En la pintura el presidente Juárez con el rostro inmutable sostiene una bandera mexicana que ondea por el viento, pero su cabello permanece sin ningún pelo desaliñado. La frase también se utiliza para señalar cómo una persona sale victoriosa de una situación adversa.
Benito Juárez fue presidente de la República Mexicana de 1856 a 1872, sus periodos en el poder se vieron interrumpidos en diferentes ocasiones. Proclamó la Constitución de 1857 y la Ley Juárez que quitaba los privilegios a la Iglesia. En 1861 inicia la Segunda Intervención Francesa que lo obligó a huir de la capital hacia el norte del país; regresó en 1867 tras el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo.
De noche cruza por el desierto de Samalayuca, Chihuahua, lo acompañan su secretario y un cochero. Con su gobierno itinerante huye hacia la frontera norte. En el carruaje transporta lo necesario para dar continuidad a su gobierno, la larga travesía así lo requiere. La arena y el calor del desierto arroparan su sueño. En la delirante noche sueña que lo persiguen los mercenarios imperialistas, traidores, incluso con el mismo Maximiliano de Habsburgo.
La autoría y dirección son de Silvia Ortega Vettoretti, su dramaturgia tiene como protagonista a un personaje histórico extraviado en su ideología. En la ficción todo cabe, el presidente Juárez debate con su secretario ante la posibilidad de ordenar o cancelar la ejecución de Maximiliano en Querétaro. La historia dice que la decisión fue llevar al paredón al monarca, en la fábula las cosas podrían ser distintas. La farsa fundamenta el texto de Ortega.
La dirección de escena es impoluta, las escenas una a una concatenan sucesos que surgen en la entelequia del personaje. Silvia logra adecuadamente que ficción e historia convergen en medio de un desierto que provoca delirios al protagonista. Su labor es acertada, el resultado es producto de su convicción de hacer teatro pensado en el espectador, y sí, el producto está bien logrado.
Las actuaciones son de Baltimore Beltrán (Benito Juárez), Arturo Reyes / Rubén Cristiany (Secretario) y Salvador Hurtado (Cochero). El rol principal recae en un actor que sabe cómo encarnarlo. Vemos a un Juárez propio en su papel de presidente y asimismo vemos al ser humano desvariando. Reyes y Hurtado construyen apropiadamente a sus personajes, ante la mirada del espectador son reales, creíbles; sin duda buenas actuaciones.
La puesta en escena cuenta con el trabajo de una gran equipo creativo: Jorge Kuri diseña la iluminación y escenografía; vestuario, Mario Marín del Río; diseño sonoro y música original, Pablo Mondragón. Su trabajo logra que los asistentes conjeturen una cálida noche en lugar desolado, en otro tiempo; iluminación y sonoridad crean atmósferas que atrapa su imaginación y sentidos.
Lo que el viento a Juárez nos habla hipotéticamente de un hombre que no puede sustraerse de su propio destino. Historia y ficción conjuntan un momento decisivo para México. La dramaturgia es una fábula y la realidad que versa sobre un suceso histórico y otro ficticio que solo puede suceder sobre un escenario teatral. Las máscaras despojan la identidad del actor, acá nos despojan de nuestro héroe nacional.
Las funciones son en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico hasta el 12 de junio, consulta horarios y precios, aquí.
