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LA PERSONA DEPRIMIDA: Desafío abierto a la auto confrontación



Por Alegría Martínez/ Prohibido sentir dolor, tristeza o conmiseración por uno mismo, parece exigir una sociedad compuesta por personas instaladas en una felicidad ficticia. Sobrevivir a la sombra del desconsuelo, conlleva la carga extra de la culpa como si fuera un delito, exhala el único personaje de La persona deprimida.

El texto de David Foster Wallace, (Estados Unidos, 1962-2008), adaptado para el teatro por Daniel Veronese, quien dirige en escena a Carolina Politi, implica una confrontación progresiva con un personaje encerrado en sí mismo, desde una voz que pretende no ser la suya al hablar del profundo pesar que lo acorrala irremediablemente.

Aterrado por su propio yo, el personaje que narra la historia de La persona deprimida, acude a episodios traumáticos de su infancia. Recuerda vívidamente la pugna de poder entre madre y padre, disfrazada de “principios”, que la ubicaron como espectadora de una feroz batalla y receptora de desechos emocionales, adjudicándole una responsabilidad que no le correspondía.

Permeado por una inmensa soledad, el texto de Foster Wallace realiza un profundo análisis de la depresión, trastorno que padeció por más de 20 años antes de suicidarse.

El complejo escrito de siete cuartillas, nutrido de extensas notas al calce que pormenorizan los sucesos descritos por la persona, presa de un gran sufrimiento, subraya constantes fallas en la conducta de una sociedad que se niega a mirarse a sí misma.

La tristeza, el abandono emocional, el poder económico como balsa de la evasión, la inalcanzable amistad para personas centradas en su angustia y la derivación de éstas y otras circunstancias que se traducen en culpa, temor, desesperación, auto rechazo, e imposibilidad para sobrevivir en una sociedad que aparenta bienestar y dicha, engarzan el texto del también autor de “La broma infinita”.

Conocido como “el mejor cronista del malestar de la sociedad norteamericana”, Foster Wallace también expone la delicada relación entre paciente y psiquiatra, el finísimo hilo de comunicación que se rompe cuando la persona atendida se percata de una simulación por parte de la terapeuta, la contradicción entre la distancia profesional y la pretendida amistad que se crea entre ambas, entre otros detalles.

Veronese realiza una brillante adaptación al intercalar en la cascada de palabras y alusión de hechos, las notas que completan el texto del novelista estadounidense y le agrega un desafío directo al espectador para asomarse a lo que irradia desde su adentro.

El director argentino, que ha estrenado diversos montajes con éxito en México, además de sus obras “Los corderos” y la imprescindible puesta en escena de “Mujeres soñaron caballos”, prescinde en esta ocasión de elementos escenográficos y ubica a la persona deprimida al centro de un espacio oscuro y desprotegido.

Frente a una silla blanca, de pie y vestido de negro, el personaje creado por Carolina Politi se dirige a un público que escucha con azoro la descripción descarnada y precisa de lo acontecido a la persona deprimida en su etapa infantil y adulta.

El fluir incesante de frases desprendidas del pasado y el presente de una mujer que acepta vivir una “agonía emocional”, adquieren en la voz, la presencia y la mirada directa de la actriz, la forma y el fondo de lo que aqueja a un ser humano que ha elaborado una estructura externa pétrea para encubrir su aflicción en continuo avance.

El espectador, atónito ante palabras que desnudan hechos, recuerdos, rencor y recriminaciones, percibe el entrecruzamiento de sucesos que vulneran a la persona deprimida, a partir del trabajo de Carolina Politi, quien además encuentra el modo de deja escapar la ironía como si se escurriera un hilo de sangre invisible.

La persona deprimida, es un montaje a la altura del reto que propone un texto brillante y complejo, que exige del espectador concentración y escucha para acceder a lo que ocultan los silencios de personas en tensión continua y calma aparente.

Veronese va todavía más allá como adaptador y director del texto de Foster Wallace, cuando la actriz encara al espectador y lo cuestiona directamente. El desafío de asomarse a lo que la mirada y el juicio de otro nos devuelve, podrá ser aceptado, o arrumbado en el olvido, como es habitual. La invitación está abierta.

La obra se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Milagro, consulta horarios y precios, aquí.

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