¿Qué hay en el teatro hoy? Esa pregunta que suele hacerse cualquier espectador a fin de enterarse sobre la oferta actual y decidir qué obra ir a ver,bien puede aplicarse a algo más amplio: es revisar nuestra cartelera de teatro para darnos cuenta qué títulos, qué géneros, qué estilos, qué temas predominan en las propuestas escénicas. Es voltear a ver, además de las diversas formas de producción que se ofrecen, las diversas expresiones de la dramaturgia. Al decir ¿qué hay en el teatro hoy? es preguntarse, antes que otra cosa, por la salud de la mera raíz del drama: el texto.

Tras una pandemia en la que las reglas -y muchos asuntos más- cambiaron, el regreso a las salas de teatro ha permitido que se puedan apreciar nuevamente las distintas propuestas dramáticas: quiénes las están haciendo, cómo lo están haciendo, qué les interesa decir. Y la dramaturgia mexicana de este 2022, que lo mismo viene con la marca del nuevo milenio que con el sello de una crisis de salud y seguridad mundial, tiene mucho qué decir sobre eso y más.

En la cartelera reciente han convivido textos de diferentes formas y fondos. Tan solo en los días recientes se han estrenado propuestas tan diversas como Cascada 126 de Gala Gutiérrez, Diane de Itzel Lara, ¡Violencia! de Valeria Loera y Las visiones de José Emilio Hernández, además del texto de Juan José Arreola, La hora de todos.

Éstas se unen a otras obras que también estrenaron en este año, o bien tuvieron un reestreno o lograron por fin continuar su temporada tras la pandemia: La dulzura de David Olguín, El hámster del presidente de Saúl Enríquez, El Sendebar: la cruzada de un fémina ilustrada de Mariana Hartasánchez, Postales de Martín López Brie, Hombruna de Richard Viqueira, No todas viven en Salem de Jimena Eme Vázquez, Robin fly de Alexia Alexander, Un barquito en la pared de Itzel Villalobos, La exequia de Doña Pompa de Alan Escalona, Sangre y madre de Giannina Ferreyro, A la orilla del mar de Wendy Hernández, Solo en el desierto de Vicente Ferrer, FIERCE/Fiera de César Enríquez y Mirna Moguel y Huellas de manglar de Frida Tovar, entre otros ejemplos que revelan un grato revoltijo de inquietudes en los autores contemporáneos y vigentes de distintas generaciones.

Para entender, a grandes rasgos, lo que esos títulos entrañan en cuanto a sus temáticas, géneros, estilos y fusiones, seis jóvenes autores nos cuentan lo que consideran que estos primeros años del nuevo siglo y, sobre todo, estos dos últimos años de encierro e incertidumbre, han dejado en la dramaturgia mexicana.

Para Ingrid Cebada, de Veracruz, “las temáticas de género, tanto perspectiva como violencia de género, han tenido mayor apertura y visibilidad en estos tiempos”.

La ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido 2017 por su obra Cero, que se estrenó en el Teatro La Capilla bajo su propia dirección, comenta: No sé si sea un aporte como tal, pero el universo de la violencia y el narcotráfico que vive nuestro país ha sido lo que más se ha visto en estos últimos años. Y eso tiene que ver con el momento en el que vivimos como generación.

La directora del colectivo La Maniobra, con sede en Xalapa, agrega: “también se han permitido temáticas sobre las nuevas fronteras del amor, sobre las nuevas posibilidades de amar y de relacionarnos como personas. Si bien este tipo de temáticas se han tocado a lo largo de toda la vida, hay un poco menos de juicio al momento de escribirlos. Las dramaturgas y dramaturgos jóvenes hemos podido expresarnos con mayor libertad porque no tenemos una carga juiciosa hacia nuestras formas de amar y relacionarnos”.

Y remata: “En cuanto a estilos, todos los límites del teatro y la escena que se han extendido y expandido los límites del canon dramático narrativo que siempre se había jugado, han tenido también mayor apertura y relevancia en estos años”.

Marcelo Treviño, quien ha sido dos veces finalista del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo con sus obras La piel helada de los niños y Abejas en la niebla, apunta: “A nivel temático, esta nueva década todavía está por definirse, pero a nivel global estamos viviendo en una constante evolución: con las redes sociales, con la pandemia, nuestra forma de relacionarnos con el otro y con nosotros mismos es cada vez más compleja. Creo que esto podría impactar en la dramaturgia en la búsqueda de intimidad, de focalizarnos en el conflicto interno, en lo que sucede de la piel para adentro, más que hacer obras con un tono más épico o representativo de nuestro momento histórico. Las obras actuales están buscando sacudirse un poco de la representación global y apuestan por personajes más íntimos, más personales, no tanto alegorías de valores universales.

El dramaturgo regiomontano, de profesión abogado, agrega: “A nivel estilístico, la dramaturgia mexicana se está volviendo más cruda o más directa y está perdiendo la exploración de la palabra. Creo que está buscando un contenedor más ligero y una carga conceptual más fuerte: que los diálogos sean más simples, que contengan más en menos. La exploración de la palabra ya no es una curiosidad tan presente en mi generación, a diferencia de las del siglo XX, cuyo lenguaje era poético y se enfocaba en lo que construía en el mundo platónico, de los sueños y los valores; ahorita todo es más literal”.

Por su parte, el autor yucateco Janil Uc Tun, ganador del Premio Gerardo Mancebo 2022 con su texto La cascarita, celebra que actualmente “hay más dramaturgias que miran a la periferia y a lo que sucede fuera del centro y esto se está haciendo con recursos que podrían parecer que son propios de la narrativa, de la poesía, la crónica y el ensayo”.

Aunque considera que es complicado analizar lo que sucede en la dramaturgia en estos tiempos, cuando su propia escritura forma parte de ese presente, José Emilio Hernández, merecedor del Premio Gerardo Mancebo 2021 por su farsa Las visiones -que recientemente se estrenó bajo la dirección de Boris Schoemann y la producción de la Compañía Nacional de Teatro-, lanza algunas aproximaciones.

Que tienen que ver con el movimiento feminista, los feminismos que han cimbrado muchas cosas, entre ellas el quehacer dramático en todas sus formas: en la escena, en la gestión y en el escritorio. A quienes nos dedicamos a la escritura de textos dramáticos obviamente nos ha cimbrado y nos ha hecho reflexionar cómo producimos, qué privilegiamos en los textos, cómo los escribimos. No siento que la dramaturgia haya encabezado ese cimbramiento, pero sí se ha integrado a él. Ahora, al momento de escribir nos hacemos preguntas que antes no nos hacíamos acerca de las estructuras patriarcales y eso nos ha llevado a dialogar e integrarnos a las reflexiones de cómo contamos lo que contamos, qué queremos decir con eso que estamos contando. No soy partidario de pensar que la dramaturgia cuenta historias, pero estoy convencido que en la dramaturgia se dice algo”.

El autor de obras como La ciencia de la despedida y Yo también me llamo Hokusai, agrega: “yo me pregunto cada vez más no solo cómo escribimos, sino cómo observamos teatro y esa observación, ese espectar teatro tiene mucho qué ver con la puesta en escena, sí, pero primero tiene que ver con la disposición de la escritura: si yo escribo un texto de una forma y tiene una puesta en página de una forma, eso está estimulando el propio montaje y está haciendo que los espectadores lo vean de una forma distinta. Creo que estamos hartos de que nos cuenten la misma historia y, sobre todo, hartos de que contemos la misma historia entre nosotros; siento que la misma obra se repite diez veces con distinto lenguaje, con distinto elenco: es la misma historia. Necesitamos decir diferente.”

Con la seguridad que le da el ser el director del Festival de la Joven Dramaturgia, uno de los eventos más importantes en nuestro país para la muestra de las nuevas escrituras teatrales, Imanol Martínez, desde Querétaro, afirma: Si bien el Festival programa apenas un puñado de jóvenes autores me permite darme cuenta, al igual que las convocatorias en las que he sido jurado, de que las temáticas han ido cambiando, que había una urgencia en cómo se colaba la realidad en los textos; recuerdo las obras que abordaba la situación violenta del país y, al mismo tiempo, me daba cuenta de los procesos detrás de esos textos: son obras no solamente de dramaturgos sino también de directores, actores y gente de teatro que entra en la dramaturgia”.

El dos veces ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera, ubica a dos dramaturgos fundamentales que permitieron esos cambios: Gerardo Mancebo del Castillo Trejo y, sobre todo, Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio: “Él hizo un replanteamiento del drama en función de su posibilidad narrativa, lo cual revelaba una manera de hacer teatro que tiene ya 2500, pues desde el pasado existe una disposición para narrar en escena”.

Para concluir estos testimonios, la autora de Me sale bien estar triste y No todas viven en Salem, Jimena Eme Vázquez, quien además de autora y directora ejerció durante algunos años el ejercicio de la crítica -y, por qué no decirlo, de la sátira a la misma-, es contundente al declarar sobre los aportes de y para la dramaturgia en estos tiempos en donde aún hay riesgos de salud y seguridad.

Es difícil decir. La pandemia me ha tenido estos dos años como entre nubes y creo que perdí la certeza del tiempo. Quizá eso también le pasó a la dramaturgia, pero es mera suposición: perder el tiempo. Lo del zoom fue interesante, pero no sé decir si nos aportó algo o solo fue la pared que nos hizo rebotar en otra parte”.

Lo que es cierto es que la dramaturgia mexicana de la actualidad, entre innovaciones, transgresiones, renovaciones y convencionalismos, está lista para celebrar las fiestas patrias pues tiene mucho que decir o, más bien, afortunadamente para los espectadores, bastante qué gritar.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Marisa Garduño y Luis Quiroz 

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