Por Luis Santillán/ Las declaraciones de la víctima y los acusados en el proceso judicial del caso conocido como “La Manada” dio pie a que Jordi Casanovas creara el texto Jauría, este proceso que implica la transcripción de las declaraciones ya lo había usado previamente el autor, ya que, en palabras de él, eso le permite “aprovechar [el teatro] para recuperar el papel central que siempre tuvo en la sociedad. […] no deberíamos desatender la realidad del momento”.
Las palabras del autor son relevantes para dimensionar los alcances del texto, pues su pretensión es expositiva, sin desarrollo de acción, línea anecdótica o de personajes; la fuerza posible, a nivel escritura, sólo existe por la brutalidad de realidad de los testimonios. Su propuesta cae más en la impronta documental, filtrada por la selección del material acorde al efecto que quiere causar.
Angélica Rogel está a cargo de la dirección de la puesta en escena que se estrena en México, su trabajo sobresale porque tiene tantos aciertos que vuelve emotivo y contundente un material que podría no rebasar lo temáticamente morboso.
Rogel emplea los recursos de la escena para sublimar lo denotativo del discurso, es ella quién va colocando ritmos y estados emotivos para que la tragedia se vaya acercando. Su mayor logro radica en embellecer el horror, y no como un acto purificador, sino para proyectarlo con toda su complejidad, la escena muestra víctima y victimarios como entes que orquestan una barbarie, el manejo del ritmo en la primera parte construye poco a poco las bases de una situación que será una pesadilla, pero sin caer en una creación de personaje que predisponga, realmente crea el seguimiento de los acontecimientos para darle acento a los detalles que se volverán relevantes en la segunda parte de la obra.
Los movimientos planteados por la directora, ejecutados bajo la coreografía de Alan Uribe Villarruel, generan enlaces que complejizan el punto de vista porque el abuso se vuelve poético, la agresión se vuelve armónica, cómo estar en contra de algo que parece bello; lograr esa cuestión es el mayor acierto de la dirección, al colocar al espectador entre el gozo de lo estético, provocado por la actriz y actores, y la condena del caso, el desprecio de la acción real de “La Manada”, causan una fisura en quien ve la obra.
Rogel logra plenamente lo que el autor no, en la propuesta de dirección la realidad adquiere fuerza, no por ser real, sino porque desencaja en la mente del público. Rogel trabaja con la ficción para impactar con el teatro a una sociedad golpeada con los abusos, mediante su trabajo pone en relieve una de las razones por las cuales el teatro cada vez tiene menos apoyo del Estado, pues es un grito que fija la realidad en la conciencia colectiva.
El trabajo actoral de Ana Sofía Gatica es contenido, eso permite que haya un constante aquí y ahora de la situación del personaje, su labor fomenta que el espectador vaya paso a paso en ese recorrido, que le duela tanto como al personaje, ella coloca las palabras en un universo tangible.
El grupo de actores, Eduardo Tanús, Antonio Peña, Daniel Bretón, Roberto Beck, Rodrigo Virago y David Calderón León, hace un muy buen trabajo, porque crean de manera muy satisfactorio ese coro, ese conjunto que asume el rol de la jauría, no caen en códigos que estimulen el prejuicio, por el contrario, logran proyectar un tono de ingenuidad.
Las decisiones de Angélica Rogel provocan que Jauría sea una obra muy bien construida, coloca la relevancia del acontecimiento real al alcance emotivo, pero el mayor logro es que se vuelve relevante no por el horror, sino por la belleza de su manufactura.
La obra se presenta los lunes hasta el 23 de enero en el Foro Lucerna, consulta horarios y precios, aquí.
