Por Óscar Ramírez Maldonado / Me dirijo al Teatro Hidalgo, ubicado en el centro de la Ciudad, a espaldas del Palacio de Bellas Artes. Entre el tráfico decembrino y un Metro potencialmente abarrotado, escojo el segundo para evitar un atasco que me evite llegar a tiempo. Sin embargo, tengo suerte, el sistema colectivo va razonablemente vacío o razonablemente lleno, según el humor que uno tenga. Los personajes que aquí viajan hacen de este transporte un mundo aparte, es todo un circo como lo es la Ciudad de México.
De pronto, frenada violenta, la fuerza del frenado lanza hacia adelante a los que vamos de pie. Un señor, que supera los 65 años, choca conmigo. En la mano izquierda lleva un guante, en la otra nada. Una chamarra raída, shorts deportivos -en esta ciudad que recibe con una onda gélida al invierno- y unas botas que revelan que ha recorrido muchos caminos. Se ve que la vida le ha jugado algunas malas pasadas, pero guarda cierta dignidad en el rostro y en su forma de caminar.
Bajo del vagón y pienso en el circo, precisamente me dirijo al inicio de temporada de Las Galas de Invierno del Circo Atayde. Mucho se ha discutido si el arte circense podrá sobrevivir a las reformas a la Ley General de Vida Silvestre y a la Ley General de Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente que en 2015 prohibieron el uso de animales en el circo.
Llego al teatro y tomo mi asiento, suena la tercera llamada. En el proscenio aparece un payaso Augusto, segundos después se le une un payaso Cara blanca y, finalmente, un payaso Vagabundo. Son tres como Los Reyes Magos y también buscan la estrella de oriente. Son los tres personajes clásicos del clown. Detrás del telón, que se abre lentamente, encuentran lo que buscan: brillo y resplandor, no se trata de una estrella, se trata del circo.
Ahí, en el Teatro Hidalgo, se despliega el vértigo y la risa, la emoción y la belleza, la música y el baile, las luces de colores. Son artistas circenses que salieron de la carpa para tomar el escenario teatral, pues, a fin de cuentas, se trata de artes escénicas. Una vida dedicada al circo se siente, se transmite desde los primeros minutos del espectáculo.
Los payasos, el maestro de ceremonias, el malabarista, las y los acróbatas, el ensamble de baile, el funambulista -siempre me ha gustado más este término que equilibrista, porque suena a carpa y a música de circo– y la orquesta llevan a los más grandes a otros tiempos, a sus recuerdos de la infancia; los más pequeños descubren el asombro en la precisión y velocidad de los movimientos. La imaginación y la fantasía se extiende por el teatro desde el escenario, en las butacas hay expresiones de sorpresa, todos quieren participar, ser parte de la magia.
Termina la función y queda un sentimiento de haber viajado en el tiempo, de dejarse llevar. Mientras vuelvo a casa, pienso que al circo no le duele nada, ha encontrado nuevos caminos y recuperado vigencia en sus viejas formas. A pesar de las malas pasadas y un largo camino recorrido, mantiene la dignidad intacta.
Sí, hay quien extraña a los domadores y sus bestias; si se ha perdido parte de una tradición no lo sé, es una discusión para otro sitio. Tal vez los más puristas añoren esas épocas, como los leones de los viejos circos, que seguramente odiaban “La entrada de los gladiadores” -la célebre pieza musical de Julius Fucik que automáticamente nos remite al circo-, no tanto por los latigazos, sino porque les recordaba mejores tiempos.
La Galas de Invierno del Circo Atayde, que se presentan del 22 de diciembre de 2022 al 8 de enero de 2023, en el Teatro Hidalgo, son una excelente oportunidad de dejarnos llevar, reír y disfrutar en familia. Consulta horarios, precios y descuentos, aquí.
