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Sobre el escenario vemos a un personaje relatando o viviendo un episodio de su vida. Pero tal vez ese que está frente al público no es es del todo un personaje y ese episodio tal vez no sucedió exactamente así; tal vez ni siquiera sucedió. Pero al finalizar la obra salimos plenamente convencidos de que todo ahí fue verdad, es decir: que fue una ficción con todas las de la ley.

Algo así es lo que sucede en las obras de Sergio Blanco, el dramaturgo, director, actor y teórico uruguayo afincado en Francia que desde hace algunos años ha sacudido a la escena teatral con sus propuestas dramáticas y escénicas que parte de sus propias vivencias -verdaderas o inventadas- para propiciar un cruce entre el relato real y el relato ficticio. Eso que en la literatura es la tan llevada y traída autoficción tiene a Blanco como uno de sus principales investigadores y exponentes en el ámbito teatral.

Amén de títulos premiados como La vigilia de los aceros o la discordia de los Labdácidas, 45’ y Kiev, son sus autoficciones las que han dado la vuelta al mundo y lo han posicionado, a decir del crítico español José Luis García Barrientos, “como uno de los cuatro o cinco dramaturgos mayores de la lengua española en la actualidad”. Creadas en París o en algún otro lugar del mundo, obras como Ostia, El bramido de Düsseldorf, Cartografía de una desaparición y Cuando pases sobre mi tumba se han traducido a diversas lenguas y se han presentado en distintos países. De hecho, en los meses recientes, tres de sus obras más celebradas han enriquecido la cartelera de la Ciudad de México: Kassandra, La ira de Narciso y Tebas Land.

Trece años después de su estreno original, nos llegó la heroína troyana Kassandra, que gracias a las artes de Blanco se convirtió en una migrante trans angloparlante que vive la prostitución y el exilio. Previamente, este monólogo escrito casi por completo en inglés fue publicado en los cuadernillos de dramaturgia internacional de la editorial Paso de Gato. Ya en escena, Emiliano Ulloa le dio vida bajo la dirección de Luis Eduardo Yee, en el Foro Shakespeare. El autor ha relatado que escribió esta obra durante una larga caminata por las calles de Atenas, durante la cual, la ciudad le dictó la obra. En correspondencia con ello, Yee apunta que, para lograr el montaje, se ancló a escuchar:

Llevar a escena Kassandra fue un ejercicio de escucha. En otras obras los mecanismos tienen que ver con generar sentidos que contextualicen o actualicen los significados propuestos por quien escribe, pero en este caso no hubo necesidad de ello: la solidez de la pluma de Sergio en este texto radica en la atemporalidad y vigencia de sus palabras. Como si usara los orígenes de nuestro entendimiento, de nuestra noción de civilización que construye el paradigma de lo humano para cuestionarlo al ponérnoslo de frente”.

Si bien las obras no se habían presentado en nuestro país, su autor sí ha estado ya en México, en donde además de dictar conferencias magistrales, impartir talleres e interpretar sus propias autoficciones en eventos como Trans Drama y la Semana Internacional de la Dramaturgia Contemporánea, ha entrado en contacto con los directores que actualmente escenifican sus textos.

En entrevista con Cartelera de Teatro, Blanco asegura que, una vez que decide dar los derechos de sus obras a los directores que desean escenificarlas, los deja trabajar tranquilos y no se mete en sus procesos de trabajo: “siempre estoy a disposición para conversar con ellos o intercambiar o responder a sus preguntas, pero en la medida de lo posible trato de ausentarme para que puedan dialogar tranquilos con quien en verdad hay que dialogar y que es con el texto”.

Desde París, en donde reside, Blanco celebra el éxito de estos montajes mexicanos y, sobre todo, la lectura que en nuestro país se hace de sus líneas: “En tanto que dramaturgo no soy necesariamente la persona que mejor conoce mi texto, el haberlo escrito no me habilita a tener ningún tipo de autoridad en lo que se refiere al análisis o la comprensión de este. Yo tengo mi propia lectura de mis piezas, pero es una lectura como cualquier otra. Y es por eso por lo que trato de influenciar lo menos posible con mi propia lectura a quienes están dirigiendo mis obras. Lo que me interesa justamente es la manera en que cada director o directora lee mis textos. Siempre es interesante ver cómo un equipo de personas ha descifrado lo que uno ha escrito. Cada vez que veo la puesta en escena de alguna de mis piezas, aprendo muchísimo sobre ese texto y muchas veces descubro cosas que antes no había ni siquiera imaginado. Ser leído por otra persona es mucho más fascinante que la lectura que uno mismo se puede hacer de uno mismo.”

Eso es lo que ha sucedido desde julio de 2021 en las temporadas que ha tenido La ira de Narciso, otro monólogo en el cual Blanco revisa otro mito griego a través de un “thriller porno intelectual” dirigido por Boris Schoemann y estelarizado por Cristian Magaloni, quien se planta frente al público como un actor que interpreta al Sergio Blanco, quien es partícipe de todo un misterio en la habitación de su hotel en plena capital de Eslovenia. En el Teatro La Capilla y en la Sala Novo ha sucedido este juego de espejos en el que se reflejan temas fundamentales de la obra de Blanco: el arte, el sexo, la belleza, la prostitución, el crimen y el deseo.

Magaloni anota: “Lo que me encanta de La ira de Narciso es que vemos a un artista realmente comprometido con su arte, que para bien y para mal vive a través de su arte. Meterme en una cabeza así de obsesiva y entregada para crear su objeto artístico, ver cómo se pierde a sí mismo por su propia obra de arte y ver cómo su propio deseo lo consume y él se sacrifica e inmola por ese deseo, es lo que más me entusiasma de la obra. Y eso es lo apasionante de Sergio: la intensidad con que vive lo artístico, la entrega que tiene: es alucinante”.

En sus redes sociales Sergio hace evidente que está al tanto de los montajes de sus textos y comparte fotografías, reseñas y críticas y recibe comentarios, pero acepta que no es suficiente para conocer a profundidad los rumbos que toman las versiones locales de cada uno de sus textos: “El teatro requiere de la presencialidad física para que uno pueda hablar de él. La representación teatral es un acto que requiere de la presencia verdadera de cuerpos, es una ceremonia que supone un encuentro real de cuerpos presentes, y mi cuerpo no lo ha podido estar. Espero en algún futuro próximo poder asistir en carne y hueso a alguna de estas representaciones.”

En México, vaya que se antoja su presencia en estas obras en las que los personajes son él, o atraviesan experiencias que él vivió… o no necesariamente, pero todo apunta a que sí.

Cumbre de esos cruces entre realidad y ficción es Tebas Land, que se estrenó recientemente en nuestro país. Publicada en la Antología de Dramaturgia Uruguaya de Paso de Gato y con una notable edición en la argentina DocumentA Escénicas, se presenta actualmente en el Foro Shakespeare dirigida y protagonizada por Mauricio García Lozano, quien es director y compañero de escena de Manuel Cruz Vivas, con quien logra una complicidad para que el público mexicano se adentre en la autoficción y en el metateatro que Blanco propone en esta personalísima visión del mito de Edipo en la cual hace que en escena se vea a un dramaturgo-director y a un actor-parricida. La realidad, la ficción, el teatro, la vida cotidiana se ponen en tensión y, finalmente, se dan la mano.

Para García Lozano, “Tebas Land es un texto muy importante. Aunque haya sido escrito hace diez años, tiene el aliento del teatro clásico, en tanto que apela a lo más esencial de las conexiones humanas y, sobre todo, tiene la ambición y la aspiración de hablar de forma universal. La obra de Sergio es rabiosamente contemporánea, con unas proposiciones muy desconcertantes y muy actuales, pero al mismo tiempo no deja de ser un teatro clásico. El amor de Sergio por el teatro de la palabra y por las raíces clásicas en términos de teatro grecolatino es brutal y en esta obra se expresa de punta a punta. Cuando ves Tebas Land te vas con la sensación de haber visto una obra súper moderna y a la vez una obra clásica.”

Al preguntarle qué tan incómodos siguen resultando los temas que aborda para sociedades como la mexicana o la de varios países de Latinoamérica, en contraste con las europeas, el autor del breve, pero ya fundamental ensayo “Autoficción” (publicado por la española Punto de Vista Editores), se sincera: “No conozco lo suficiente la realidad mexicana. Tampoco la uruguaya. Y tampoco la francesa. No sé si son temas incómodos o no. Es muy poco lo que yo pueda saber en términos de consideración social. Yo te diría que siento que no soy yo quien toca estos temas, sino que son estos temas quienes me tocan a mí. Yo no elijo hablar de un tema o de otro tema, yo solo me siento y escribo. No me interesa elegir temas. Es posible que sean los temas lo que me elijen a mí. No lo sé. Yo solo escribo. Y escribo porque es como una necesidad. Necesito hacerlo. Me hace bien. Me ayuda a pasar el tiempo.

Y, como cualquier personaje de alguna de sus obras -porque al final del día, se trata de él-, remata: “Es bello escribir e ir viendo por la ventana de mi escritorio como el día va pasando, como va cambiando la luz. Es bello ver como poco a poco, van pasando las semanas. Y como también van pasando las estaciones. La escritura me ayuda a pasar el tiempo. Yo no creo que busque incomodar. No es algo que me interese hacer. Yo solo me siento frente a mi computadora y escribo sin ninguna exigencia, sin ninguna estrategia, sin ninguna pretensión. Lo único que hago es tratar de traducir lo mejor posible en palabras aquello que me está pasando por dentro.

“Mi única preocupación es buscar la palabra justa y muy seguido pienso en esta frase de la liturgia cristiana: señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanarme … Cuando escribo trato siempre de buscar esa palabra”, concluye Sergio Blanco.

Por Enrique Saavedra, Foto: sergioblanco.fr

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