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FEBRERO 33: un monólogo sobre la locura y el tiempo



Por Óscar Ramírez Maldonado / Enero de 2020 fue calificado por las redes sociales como un mes que parecía no tener fin por todo lo que sucedió en él. Si bien existían ya noticias del nuevo coronavirus causante de la Covid-19, lejos estábamos de pensar las consecuencias que esto tendría. No imaginábamos que poco menos de un mes y medio después, la OMS declararía la Covid-19 una pandemia y que vendría el cierre total de actividades en el mundo. Un encierro que habría de dislocar el tiempo para la humanidad completa, que habría de fracturar sueños y proyectos, y que pondría a prueba nuestra resistencia ante lo desconocido y un futuro poco promisorio.

En 1972, cuando el dramaturgo guayaquileño Luis García Jaime escribió el monólogo Febrero 33, no podría haber imaginado todo esto; los retos eran otros en esa época, pero atravesaban los mismos tópicos: la soledad, la incertidumbre y el aislamiento. Su texto aborda de manera poderosa al individuo frente a una realidad que lo supera. La resistencia -a veces inútil- ante los embates del destino

Este es el contexto en el que llega a México la obra de este autor ecuatoriano bajo la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui. Un mundo en el que, así como el personaje de esta obra busca su lugar, el teatro busca su lugar en esta nueva normalidad. Dentro del ciclo Festival del Monólogos a través de la plataforma Teatrix México, este monólogo y los que integran el ciclo buscan encontrar una forma nueva de conectar con el público.

Ente los aciertos de este montaje en formato híbrido, grabado en la sala Zaruma del Teatro Sánchez Aguilar, en Guayaquil, Ecuador, está el que busca mantener el diálogo de ida y vuelta entre el actor y el espectador, entre el dramaturgo y el público. El objetivo es encontrar un punto donde se pueda encontrar la interpretación mediada por una cámara con el público (el presencial y el que mira a través de una pantalla).

No hay convenciones escritas todavía en este campo. Si bien desde hace unos años se ha discutido sobre el teatro a través de los dispositivos electrónicos, apenas hace un año que los creadores están explorando -muy seriamente y porque no hay otra opción- este lenguaje. Si bien ‘el aconteciendo convival’ del que habla el crítico y filósofo argentino Jorge Dubatti no está presente en estos nuevos formatos, de lo que se trata es de mantener algo de la experiencia teatral. Febrero 33 lo logra muy bien.

Victor Aráuz, interprete de este monólogo, mantiene el contacto con el público virtual a través de esquivar la mirada directa con la cámara, logrando una actuación precisa. La energía que imprime el actor ecuatoriano al personaje es la justa; uno no puede evitar pensar en la complicación de mantener un nivel en la actuación que funcione tanto para el público en el recinto como para el público virtual. Araúz logra mantener durante los casi 45 minutos que dura el montaje la intensidad necesaria. El personaje de este monólogo es un actor que ha perdido la conexión con la realidad, solamente recupera la lucidez cuando recita a Shakespeare.

La mirada del actor que evita el contacto directo es un dato sutil que de pronto se le escapa al espectador recién inaugurado en estos formatos digitales-presenciales (como lo somos todos los espectadores en este momento). Nuestro ojo no está acostumbrado a descifrar estos detalles, es el propio director del montaje quien nos revela en entrevista para Cartelera de Teatro: “le pedí al actor que enfocara su mirada hacia alguien, le pedí que nunca mirara a la cámara, porque siempre pensé en el espectador anónimo”. Es decir, reproducir en lo digital el contacto entre el público de una sala llena y el actor que busca el contacto colectivo.

Es refrescante acercarnos con la dramaturgia de un país cercano al nuestro como es Ecuador; es todo un descubrimiento, una deuda pendiente con las dramaturgias de otras latitudes de nuestro continente. Como todo texto trascendente, García Jaime va eslabonando elementos. El tiempo como la gran convención impuesta. Cervantes y Shakespeare, nominalmente murieron el mismo día, sin embargo, el bardo inglés lo hizo bajo el calendario juliano, el autor del Quijote, bajo el gregoriano (es decir con un mes de diferencia). Tal vez una casualidad al escribir el texto, pero que le otorga cierto peso al paso del tiempo como algo impuesto. Shakespeare habló sobre personajes acechados por la locura y por destinos inevitables. Otro dato más, García Jaime padeció Alzheimer al final de su vida; el tiempo que se borra y pierde contorno, que se reconfigura y desdibuja en un ritmo distinto.

Es, a fin de cuentas, una obra que cuestiona los puntos contrapuestos de la vida: “Odio el gesto de alegría, y odio más aún el rictus de tristeza”, dice el autor a través de su personaje. Un texto que cuestiona la injusticia social y la ceguera de la sociedad. No es un texto sobre el lugar común del loco como el único cuerdo en la sociedad; es un texto sobre la sociedad que enloquece y aliena, que le pide demasiado al ser humano, que condena, que enferma pero no da la medicina.

García Jaime nos deja un texto sobre lo que deseamos y no obtenemos, sobre la rebeldía y la persistencia. Sobre el amor que ante la desgracia puede llegar al extremo más terrible.

Febrero 33 se podrá ver OnDemand del 4 al 7 de marzo en la plataforma de teatro digital.

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