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MOSCÚ: Una especie de análisis teatral



Por Saúl Campos/Tres actrices representan una versión de La Tres Hermanas de Chéjov ante una audiencia perdida, frente al reto de vivir entregadas a una producción que quizás pase sin pena ni gloria por la historia del teatro y que las unirá en mayor o igual medida de lo que las puede separar. Lo que sucede dentro y fuera de la escena se transformará en un fantasma que perseguirá a estas mujeres que, como los personajes de la obra de Chéjov, buscarán poder moverse sin éxito hacia un lugar menos hostil, menos frío.

De la mente de Aurora Cano, con un reparto prometedor conformado por Carmen Mastache, Teté Espinoza y Tamara Vallarta, llega Moscú, una especie de análisis teatral sobre la funcionalidad del teatro, su validez y todo aquello que podría provocar una acción responsiva del arte ante la cotidianidad misma y sus quehaceres. Y que se queda lejos del cometido, al ser una especie de coordinado de escenas que yuxtaponen un sinfín de situaciones sin línea clara.

En medio de una interesante escenografía e iluminación es de Jesús Hernández y un vestuario futurístico en colisión a una nostalgia histórica de Jerildy Bosch, la directora nos propone a jugar a observar el desarrollo de la vida de tres organismos, cual si fuese una caja de petri, en la que la fantasía teatral aparece y desaparece para insertarse cercana a aquello que sucede en la vida real de sus ejecutantes, como una coincidencia inevitable.

Aunque la propuesta se antoja sumamente interesante, Moscú termina por hablar sobre demasiados temas al mismo tiempo, entre la identidad femenina, la estabilidad económica, la realidad del arte frente a la sociedad en la que se desarrolla, la validez histórica, el proceso creativo, los conflictos del gregarismo. Todo entra a juego para saturar la narrariva con una serie de subtramas que entorpecen la trama y terminan por confundir al a audiencia en el sentido auténtico de lo que hay en escena.

Por momentos el discurso de Cano, mas que analítico o contestatario en un plano profundo, se queda como una reflexión breve y redundante que nace de un lugar común, cual si estuviera sometiendo su idea a un tratamiento de ejercicio universitario, lo cual sin duda demerita la calidad de la propuesta, que si bien intenta ser un gran ejercicio, no logra conformar un concepto entero.

Moscú se resuelve como una propuesta que se queda a medio camino en una ambición y discursos que no aportan algo nuevo a la discusión teatral, pero quizás un momento de divertimento, confuso, pero divertimento al fin.

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