Por Mariana Mijares, Fotos: Berenice Villatoro/ Cuatro aspirantes a escritores contratan a un maestro, Tomás, para que les imparta un seminario sobre escritura en donde en cada sesión serán confrontados y llevados al límite; de eso y más va Seminar, el texto de Theresa Rebeck dirigido por Diego del Río que se presenta de viernes a domingo en el Teatro Milán.

Para saber quiénes son los maestros y lecciones que más los han ayudado, cómo prevalecer en su profesión y cómo lidiar con la competencia, platicamos con Rafael Sánchez Navarro, Aida del Río y Octavio Hinojosa; quien además de actor es productor asociado del montaje junto a Lobos Producciones.

¿Que de la obra se quedó contigo para querer producirla y actuarla?

Octavio: Desde la primera lectura se me hizo muy divertida, la dramaturga Theresa Rebeck evidentemente entendía, y había vivido, la competencia feroz que existe en el mundo de los escritores. Yo estudié en Stella Adler muy chico, a los 16 o 17 años, y desde antes de ser actor profesional ya veía cómo a cada uno nos decían que la carrera del actor es definida en gran parte por el “tipo” o la apariencia que tenemos; que era determinante en los papeles que podíamos o no hacer. Pero entonces la pregunta obligada es: ¿La portada del libro te dice todo sobre su contenido? El paralelo que encontré en Seminar con el mundo de los actores, y los artistas en general, se me hizo fascinante.

¿Qué aspectos del texto, o del proyecto, los atrajeron para querer participar?

Rafael: Lo primero fue Diego del Río. Ya había visto su trabajo y creo que es un gran talento, y cuando me mandó el texto me encantó. Seminar es una comedia muy divertida y con reflexiones muy inteligentes e importantes. Además, me encantó el personaje; me recordó a maestros que he tenido. Al día siguiente de leerla le dije que estaría encantado de participar.

Aída: Me quedé cuestionándome mucho sobre la técnica de enseñanza que utiliza Tomás. Cuestioné mucho la ética y los roles que tenemos a veces como estudiantes. Definitivamente resonó conmigo, porque hay varias similitudes con el mundo de la actuación; sobre todo por esta cosa feroz de querer ser el mejor.

Este es un papel muy distinto a los que te hemos visto. ¿Eso te atrajo aún más a esta obra?

Aída: ¡Claro! Como actriz probar cosas diferentes es emocionante. Aunque la realidad es que me enamoré de Karen desde el primer diálogo. Me emocionó interpretar a un personaje con convicciones tan fuertes, porque eso viene de la mano de una personalidad fuerte, compleja y entregada, y creo que justo eso es Karen. Además, pasa por varios lugares que me interesaba explorar como actriz. Me gusta mucho que la obra permite que conozcamos la máscara que usa para defenderse en el mundo y también que le podamos conocer su estado más vulnerable. Justo creo que ese es el reto y lo que la vuelve tan divertida de interpretar: que tiene muchísimas capas. Me divierto con ella como con pocos personajes.

A lo largo de su vida y trayectoria, ¿Han tenido maestros como Tomás? O en su caso, Rafael, ¿ha sido un maestro tan duro como Tomás?

Rafael: No, ¡yo soy muy barco! Nunca he dado clases, pero sí he dirigido teatro. Creo más en la motivación que en la imposición. Pero desde primaria sí me tocaron maestros como Tomás; con un método eficaz pero poco ortodoxo: rudo y cruel en su manera de enseñar.

Aída: Afortunadamente no en el carácter, pero sí tuve maestros que supieron ver lo mejor de mí y direccionarme hacia ello. Creo que he sido muy afortunada con eso.

Octavio: Sí. Tomás es una combinación de muchos maestros que he tenido. Los mejores maestros a veces son los más duros. Pero un buen maestro debe entender cuando el alumno está listo para crecer. Hay veces que los alumnos no están listos y es muy peligroso. Y sabemos de casos en Juilliard, incluso en algunas escuelas de actuación en CDMX donde alumnos se han suicidado por no aguantar la presión. Creo que un buen maestro puede ser duro, pero tiene que tener la sensibilidad de entender quién está listo para los golpes y quién todavía no.

¿Creen que, como ocurre en la obra, a veces los maestros descargan frustraciones personales en sus alumnos?

Aída: Definitivamente. Los maestros son seres humanos y es difícil no llevarse al aula lo que uno trae en el corazón o la cabeza. Creo que hay algunos docentes que no están del todo resueltos y que por eso descargan sus frustraciones en el aula. Es muy triste que lo hagan, la verdad.

Octavio: Algunos sí y son crueles por deporte. Otros genuinamente quieren sacar lo mejor de ti. Pero es imposible que un maestro no llegue a una clase con su experiencia de vida, con sus éxitos y fracasos. Todos cargamos con algo. Seminar habla de eso también; cada artista tiene su propio camino y ninguno es mejor que otro. Simplemente son distintos.

¿Algún curso o clase les recordaba al seminario que trascurre en escena?

Aída: Una vez tomé un curso con un maestro inglés experto en Shakespeare. Era similar porque para entrar el maestro te elegía a partir de tu CV y cartas de recomendación; sin eso no podías tomarlo. Siento que al igual que en Seminar, todos teníamos una cosa feroz de estar ahí y ser el mejor… la interacción entre los compañeros era muy similar pero no con el maestro (risas).

Octavio: Estudié cine en el conservatorio de la Universidad de Boston. Los maestros eran muy duros. Pero más duros éramos nosotros con el trabajo de nuestros compañeros. Nos hacíamos pedazos entre nosotros; todo mundo pensaba “yo soy un genio y los demás son unos imbéciles.” Era un mecanismo de defensa, todos íbamos empezando. Ahorita me da mucho gusto ver que a muchos de mis compañeros les ha ido muy bien. Maduras y aceptas que el éxito ajeno no demerita tu trabajo. Él puede tener éxito y tú también. Pero bueno, si algo es clave para sobrevivir en este mundo es que debes tener fe ciega en ti, porque al principio nadie la va a tener.

En ese sentido, ¿Creen que se necesita destrozar el trabajo de alguien para hacerlo crecer?

Rafael: Absolutamente no. Porque me ha tocado aprender de grandes talentos que me han enseñado con mucha consideración, con tacto.

Aída: No creo… yo fui maestra de teatro y era la señorita miel (risas). Soy una fiel creyente de que la honestidad no está peleada con el respeto y creo que ser honesto, pero sin trasgredir la dignidad de la persona, es suficiente.

Octavio: Si la persona está lista, pues sí. Es muy doloroso. En las artes el alma de las personas siempre está en juego; es algo muy delicado. Pero Diego del Rio dijo algo que se me quedó grabado: “cuando pierdes tu reputación, entonces eres libre”. A veces cuando te destrozan, te liberan, y entonces desde ahí puedes construir de nuevo. Ahora hay una nueva mirada sobre lo que es ético en la docencia. Me parece importante estar revisitando ese tema constantemente.

A ustedes, ¿qué lecciones o maestros los ayudaron a crecer? ¿Por qué?

Rafael: En este momento recuerdo a Julio Castillo y a Héctor Mendoza, maravillosos directores y maestros; muy amorosos con sus actores. También me viene a la mente mi profesor de Taekwondo. Yo participé en uno de los primeros grupos infantiles en México, porque antes, para estudiarlo debías tener más de 18 años, pero trajeron a un maestro coreano que me marcó mucho porque me enseñó de disciplina y me ayudó a creer en mí mismo. Pero sin duda, el mejor maestro que he tenido en la vida es Manolo Fábregas, mi padre, era el que más sabía no solo de actores, sino de dirigir, producir; es quien me enseñó con más atención y cuidado.

Aída: Creo que la mejor lección que me dieron fue que no me diera miedo ser cómo soy. Me pasaba siempre en la escuela que era muy correcta, pero al grado de aburrida porque nunca era la mejor y nunca la peor; no había mucho riesgo. Yo estaba muy frustrada; de hecho, en esa época quería que algún maestro fuera tipo Tomás (risas). Le conté de mi frustración a mi profesor de actuación y él me ayudó a caminar en la cuerda floja y a arriesgarme y creo que fue muy lindo descubrir que podía hacer eso. Estaba con la persona indicada.

Octavio: Tuve un maestro que se llama Van Brooks, y así como dice Tomás, “El texto es música”, él entendía la música del actor mejor que nadie. E igual que Tomás, tampoco había manera de engañarlo. Veía cosas de mí que yo todavía no podía ver. Pero fue encontrando la manera de decírmelo cuando estuve listo. Y tuvo el tacto de dejarme aprender otras lecciones fuera del aula. Hay cosas que te tienen que enseñar los maestros, y otras te las tiene que enseñar la vida. Hasta la fecha es el mejor maestro de actuación que he tenido.

¿Qué consideran que necesita una persona que se dedica a las artes para creer en sí misma y ser lo suficientemente fuerte como para seguir en esto?

Rafael: Esa pregunta me recuerda una frase que comentaba en los ensayos, que es que para esta carrera se necesita corazón, pero también fuerza y estómago para aguantar los momentos difíciles; y claro que también talento, porque quien no lo tiene, tarde o temprano se desvanece de esta profesión.

Aída: Creo que lo más importante es no ser aprensivo con los comentarios de otros. Tomar las críticas que te sirvan y construyen, y mandar a la fregada las que no. A mí me ayuda mucho ir por la vida sabiendo que la voy a regar y que a veces voy a hacerlo bien y otras no; pero creo que si no te importa tanto, es mejor. Saber dónde poner la importancia de vida y muerte. En mi caso, está en contar la historia, lo que digan los demás es extra y no es tan importante.

Octavio: Hay que ser muy terco porque todos te van a decir que no. Pero soy la persona más terca que conozco, entonces esa parte la tengo resuelta. Cada día entiendo mejor lo que tantas veces me dijeron: ‘estas carreras son un maratón, si no te rindes, algún día llegarás a la meta. Pero quizá la meta es otra a la que imaginabas al principio’. Seminar también habla de eso.

¿Cómo puede la comunidad artística dejar atrás las envidias y negatividades para verdaderamente impulsar a otros a seguir creando?

Rafael: Qué buena pregunta… Creo que con hermandad. Respeto. Consideración por el prójimo. Alguna vez leí en un libro de Peter Brook que decía que para poder proyectar al público había que estar bien con el público, con tus compañeros y contigo mismo. Me parece una fórmula, una propuesta sólida. Yo trato de ser respetuoso con el trabajo de los demás y cuando los jóvenes me piden un consejo lo hago con cuidado y dándoles importancia, porque yo recuerdo con gratitud a quienes me enseñaron -y me siguen enseñando- en esta carrera; como Diego del Río, que es menor que yo pero de quien se puede aprender mucho.

Aída: Es difícil, porque además es una comunidad que incita mucho a la competencia, pero creo que lo mejor que podemos hacer es entender que ningún actor es igual al otro y que la creación del otro puede engrandecer tu creación y viceversa.

Octavio: Cada quien procesa eso de diferente manera. Para mí fue cuestión de madurez. Un día me di cuenta de que los éxitos de mis compañeros no restaban a mi camino; que podía crecer con ellos, y celebrar con ellos. Pero a veces las envidias y las negatividades también hacen crecer a los artistas. Bette Davis no hubiera sido ella sin Joan Crawford. La rivalidad de F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway también era legendaria, y creo que los empujó a ambos a ser mejores autores. Entonces a veces hay que dejar un espacio para sentir un poquito de envidia, eso te mantendrá con garra.

¿Por qué les gustaría que el público vaya a ver Seminar?

Rafael: Primero porque nos gusta hacer el teatro con público; dice el Pato Castillo: ‘A mí el tipo de teatro que me gusta, es el teatro lleno’, yo coincido. Pero invitaría a la gente a ver esta comedia porque es divertida y a la vez tiene reflexiones importantes del crecimiento del ser humano; de confrontar contigo y con los demás. También, los cuatro ‘alumnos’ que tengo en escena son espléndidos actores y estoy encantado de trabajar con ellos.

Aída: Siento que la belleza de Seminar está en que todos sus personajes tienen características con las que la gente se puede identificar fácilmente. Van a ver a su propio Tomás y van a querer salir a platicar de él. Se van a reír y se van a conmover. Es una oda al arte y a la docencia. También quiero que vengan porque el trabajo de mis compañeros es espectacular y eso no sucede siempre, un ensamble de actores que cada función salen a jugar. Es un gozo hacer la obra y creo que mucha gente debería de verla.

Octavio: Porque es una obra que te hace reír y te hace llorar. Porque sean abogados, dentistas o contadores, van a verse reflejados en la competencia feroz que hay en todas las profesiones. El ser humano está entrenado para competir y para perseguir el éxito, todos tenemos un montón de obstáculos en el camino al éxito personal y de eso va Seminar.

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