Por Antonio Bujarin, Fotos: Gabriela Alarcón

Microoportunidades para improvisar

La improvisación no es una. Se improvisa para indagar alrededor de un motivo o una línea de pensamiento —una línea musical o algo enunciado—. Con la improvisación subvertimos los trazos conocidos del mundo, la forma consabida de las cosas. La improvisación es, en este sentido, una insistencia y una resistencia accionadas con espontaneidad. Los motivos son, por decir, “la primavera, el amor, el ruido y todo” y el improvisador, David Antin (1932-2016), el poeta neoyorkino que, desde finales de los sesenta, hizo aportaciones notables a lo que se conoce como talk poetry. Alrededor de esos motivos, Antin dice: “cerca de 130 millas hacia el norte/ la forma en que sabrías que llegó la primavera es que hacia/ finales de marzo podrías escuchar retumbos de tronadas cañonazos que/ significarían la fractura de los hielos en el río caramba dirías/ debe ser ya primavera el hielo está quebrándose en el río/ y es como/ una serie de lejanos retumbos de tambor/ brrrrrrmbrrrrrm pero no te sentiste mucho/ mejor al respecto  porque el cielo continuaba gris y frío/ y los árboles seguían sin amparo […]”.

La improvisación nos devuelve al mundo con un nuevo entendimiento, conseguido por diferentes acciones de atrevimiento y soltura. Pero la improvisación es un ejercicio —ejercicio de ejercicios— que se anticipa y se domina. Al menos eso se pretende: estudiar la naturalidad y el impacto de esos movimientos de traslación y desapego. En teatro, el actor estudia y premedita, en un primer momento, el grado de apego y desapego, tanto de las líneas del guion, como de las acotaciones que implican movimientos y gestualidades; el actor premedita estos desapegos considerando todos los aspectos de la representación, el teatro como unidad viviente. En el teatro, la improvisación puede concebirse y ejercitarse como género. Ahí está, como botón de muestra en México, la Trataría D’Improvizzo, una puesta en escena con 14 actores que utilizaba como recurso principal la improvisación.

Para Tamara Vallarta, actriz mexicana, amante del bolero y el jazz (recientemente, la hemos visto en la serie de Netflix, Tijuana, y en las obras de teatro Enamorarse es hablar corto y enredado y Moscú), en el teatro “todo el tiempo se dan  microoportunidades para improvisar.

”Siempre puedes sentir al espectador”, nos confiesa, “pero en esta obra en particular [Moscú] estamos viendo directamente al público, estamos hablando con el público. Es muy fuerte, porque te das cuenta si están entrando, si están jugando en esta convención o si, al contrario, están dubitativos con lo que están escuchando o si lo creen fielmente.

”En el monólogo de Teté [Espinoza], a Carmen [Mastache] y a mí nos toca estar viendo a un lado del público, y es muy bello ver ‘aaah, ella lo está viviendo, así, impresionante’. Te da más fuerza, te da más raíces para seguir. Siento que algo crece”.

La improvisación y la música 

Un elemento que une las dos puestas en escena en las que actúa hoy Tamara Vallarta es la música. Enamorarse es hablar corto y enredado inicia con una canción original de Brandon Torres, interpretada por Tamara (en voz y ukulele). Eso introduce y atrapa de inmediato al espectador. En Moscú, hay dos momentos musicales, esta vez interpretados por las tres actrices (Tamara, Teté y Carmen): la canción tradicional rusa “Ochi chernye” y la famosa canción mexicana, escrita por Tomás Méndez Sosa, “Cucurrucucú paloma”.

“Para mí”, dice Tamara, “la música es el arte que puede conectarte en un segundo con mundos y universos enteros; es la que te hace vibrar (literal y metafóricamente) desde un inicio y seguirá, mientras te acompaña en una melodía que bailotea en tu cabeza… Supongo que la música siempre estuvo ahí, en reuniones en casa de unos abuelos donde cantaban con guitarra o en las de mis otros abuelos a donde iban tríos.

“Me encantaría estudiar música… Y cantar siempre me ha fascinado. He entrenado, pero es de mis más grandes miedos, es lo que más vulnerable me hace sentir… En Moscú me siento más protegida y acompañada que nunca con Carmen y Teté para cantar, creo que canto mejor de lo que nunca he cantado estando con ellas”.

Volviendo al tema de la  improvisación (no hay que olvidar que Tamara es amante del jazz, un género basado en digresiones y elaboraciones espontáneas), confiesa: “Sí [en el teatro], hay toda una partitura de texto, una partitura corporal, una partitura sobre ‘tengo que ir de este lugar a este otro lugar’, ‘tengo que provocarle esto al otro’, ‘la escena va de esto’, pero ya que tienes todo eso amarrado, ¡te lanzas! Por eso cada función es distinta. Eso no pasaría si no nos permitiéramos improvisar.

“Hay un disco que estoy preparando pero muero de miedo, jaja. Y quién sabe qué me depara este año. Por lo pronto yo seguiré recuperándome de los vestigios de una enfermedad que me dio hace ya 14 meses y la rehabilitación y recuperación son parte de mí y de mis proyectos, aunque no sea algo del ámbito profesional, han llenado de mucha reflexión y pasión y vida a la parte profesional”.

Mis “Moscús”

En el teatro de Antón Chéjov, Moscú es el lugar utópico, al que se quiere llegar siempre, pese a cualquier contratiempo. Esto sucede en Las tres hermanas —quizá la obra más notable del dramaturgo ruso—, que es justo la obra de teatro que las tres actrices de Moscú (una obra escrita y dirigida por Aurora Cano) quieren mantener en cartelera. Haciendo extensivo este concepto de “Moscú”, como lugar ideal o utópico, Tamara confiesa lo siguiente:

“En Moscú se abrieron para mí varios ‘Moscús’. El otro día le confesé a Carmen que cuando yo empecé a estudiar y a ver teatro, yo tenía el rollo de ‘Carmen Mastache está en la obra’, ‘entonces voy’, ‘¿en qué obra esta Carmen Mastache?’… ‘voy’. Cuando me dijeron: ‘Tamara, te estoy proponiendo para este proyecto, tienes que hacer casting, etcétera, y va a estar Carmen Mastache, y va a dirigir Aurora Cano y el texto es suyo’. Aaaaay, ahí ya había dos ‘Moscús’. Y luego tuvimos una lectura con Aurora y ahí nos dijo que la otra actriz iba a ser Teté [Espinoza], aaaaay, entonces aquí ya se me armó un gran ‘Moscú’.

“Pero creo que esto se puede abrir a tantas cosas… Otro ‘Moscú’ es que cada que esté en una función, con cualquier proyecto que haga, en teatro, en tele o en cine, que mínimo haya una persona que reflexione y que ponga en duda sus valores; que le cambie algo, aunque sea por un segundo. Y si es más que uno… mejor. Todos los que se puedan. Siento que  [‘Moscú’] es el encuentro con otros creativos, tener proyectos que sean más relevantes”.

“Y también me encantaría vivir fuera, pero siempre que pueda llevar cosas de mi país a otro lado. Lo multicultural me encanta. Yo tengo una cosa por Londres muy impresionante. Es muy chistoso, porque en algún momento de la obra, Eri [el personaje que interpreto] dice: ‘En los países nevados les importa realmente el teatro’. Y en Inglaterra tienen una cultura de teatro riquísima. Yo siento que por ahí va que yo piense, ‘wow, Londres’.

Las respuestas del arte en un entorno convulso

“El arte es lo único que nos salva, que nos mantiene a flote. Hace poco, en nuestro chat de la obra, a propósito de las últimas noticias de feminicidios y específicamente ante el caso de Fátima, Teté [Espinoza] nos escribió para decirnos que no sabía de dónde iba a sacar fuerzas para subirse al escenario, porque nosotras, además, tocamos estos temas [en Moscú].

“Una semana antes, yo conocí a Ingrid [Escamilla] e igualmente me cuestioné si iba a poder decir mi monólogo. Pero, al contrario, esto, tan vigente, hace que yo me dé cuenta de lo necesario que es [el arte]; de cómo nos da fuerzas para enfrentarlo, de cómo nos obliga —este montaje en específico—, a enfrentarlo.  Sobre todo en México, que estamos ya casi anestesiados, ante tantas noticias. Entonces, venir a recordar y a aceptar esta violencia que nos rodea, genera una reflexión, que es lo que necesitamos como sociedad. Para eso están estos espejos que genera el arte”.

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