Por Antonio Bujarin/Es otoño. Una mujer y un hombre se encuentran en las bancas coloridas de un parque y sus historias personales se parten de inmediato. Su vida queda dividida —a partir de entonces—, entre un pasado anterior y ese instante en el que se cruzan sus miradas. Son Ana y Pedro. Ella toca una melodía evocativa en la guitarra y canta; él se sienta a su espalda, la escucha, ceba un mate y comienza a hablarle. Lo que sigue, es una lucha entre la atracción irremediable y el deseo de no perderse, de darse a entender para el otro, a pesar del nerviosismo y la fragilidad de los gestos y el lenguaje.
Así comienza Enamorarse es hablar corto y enredado, una obra del dramaturgo argentino Leandro Airaldo, dirigida por Sebastián Sánchez Amunátegui e interpretada admirablemente por Tamara Vallarta (Ana) y Jhovanni Rága (Pedro). Una obra que, en su puesta en escena argentina, obtuvo varios premios, entre ellos: el IV Torneo de Dramaturgia Transatlántico, Trinidad Guevara, Argentores y Teatro del Mundo.
“Sueño con un placer inscrito, con una hora que quede fuera del círculo de las horas”, escribe Roland Barthes —parafraseando a Goethe— en Fragmentos de un Discurso amoroso. Así es el encuentro entre Ana y Pedro: un suceso emotivo, sugestivo, que pretende prolongarse, hacer su propia pausa. En la obra, la yerba mate es parte de este curso y de esta detención. El mate se ceba con cuidado, sin prisas, con el agua a una temperatura adecuada —jamás fría, jamás hirviendo—. El sabor de la yerba va cambiando, de amargo a suave, por ello, se agrega a veces miel al inicio. Pedro compara las relaciones amorosas con esta variación en el sabor de la infusión: “El mate se va asentando, como los vínculos”, dice. En otro momento, se pregunta y le pregunta a ella: “¿Qué fue primero, el ocio o el mate?”. De este modo, la delicadeza de cebar mate acompaña el placer inscrito en sus cuerpos; esa hora fuera de los círculos del tiempo. Ya al inicio, el avistamiento de una mariposa los había llevado a hablar de “la metamorfosis, de lo feo a lo bello”. Dando cuenta, también, de la partición de sus propias vidas a partir del encuentro. Él la llama “Princesa roja” y Ana, que lleva un vestido y una pashmina carmesí, se confunde y piensa que se refiere a ella, y no esa especie de mariposas propia de los Andes.
Los personajes pertenecen a dos mundos aparentemente antagónicos: Ana, a la ciudad (en el original es una porteña), y Pedro, al campo (en el original, un gaucho). Esto facilita una comedia —una farsa, en el mejor sentido— entrañable, con buenas dosis de un dramatismo conmovedor. Pero la obra no es concesiva, señala el estereotipo y, a la vez, se separa del lugar común. Pedro es un viudo ingenioso, con dos hijos; su habla es llana y cargada de sabiduría: “Enamorarse es un enr(i)edo”, dice, replicando la voz de su madre, que se encuentra en los últimos momentos de su vida. Y esa letra “i”, de más, refiere las vueltas del lenguaje, la imposibilidad de entenderse cabalmente, pero, también, es una marca personal que señala su origen.
(La lengua “de la familia”, es la lengua del secreto” y también la lengua del espanto, dice Clarisse Nikoïdski, escritora francesa, que eligió el ladino o judeoespañol de sus ancestros, y no el francés, para escribir una obra poderosa y atípica. En su ladino materno, resuenan las “ies”: “Ti incuntrí nil caminu di las palavras/ mi datis a biver tu agua” [Te encontré en el camino de las palabras/ me diste a beber tu agua]).
Ana, por su parte, es una citadina inteligente y sensible, con una “timidez arrojada”; corrige a Pedro amorosamente y lo lleva, amorosamente también, a otros enr(i)edos, “sin i”, en los que la palabra se emparenta con otras palabras como “red”, “retículo”, “retina” e, incluso, “involucramiento”.
Enamorarse es hablar corto y enredado es un paréntesis en el barullo obstinado de la Ciudad de México. El director, Sebastián Sánchez Amunátegui (quien montó el año pasado Estúpida historia de amor en Winnipeg), hace un buen trabajo al respetar ciertos elementos insustituibles de la obra, como el mate o la Princesa Roja, y adaptar otros, como ciertos rasgos del habla de los personajes. Las actuaciones de Tamara Vallarta y Jhovanni Rága resultan entrañables, frescas, y le dan aún más carácter al guion. Una obra recomendable, que permanecerá en La Teatrería hasta el 20 de diciembre.
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