Por Mariana Mijares, Fotos: Facebook Oficial/ El musical basado en Romeo y Julieta con libreto de Arthur Laurents, música de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim, regresa por sexta ocasión a Broadway (el último estuvo de 2009 a 2011); pero, a diferencia de otras versiones, la que actualmente se presenta en el Broadway Theatre se caracteriza porque tiene lugar en el presente.

Ahí, en el Upper West Side de Nueva York, se sigue explorando la rivalidad entre dos bandas juveniles callejeras de diferentes etnias: los Jets (originalmente un grupo de blancos, ahora un espectro de americanos) y los Sharks (una banda de puertorriqueños).

La distinción entre ambos clanes se hace aún más evidente gracias al vestuario diseñado por An D’Huys, quien propone a los Sharks con una paleta en colores rojo y negro y a los Jets en azul y negro. La rivalidad se acentúa también a través del amor entre Tony y María (que representan a Romeo y Julieta, y a sus confrontadas familias). Estos son interpretados por Isaac Powell (de Once on This Island) y Shereen Pimentel, quien anteriormente formó parte de The Lion King y quien resulta una de las mejores voces del montaje.

Uno de los aspectos más representativos de esta propuesta, y que por momentos juega a favor, pero en otros en contra, es el uso de una enorme pantalla como principal marco de escenografía. Especialmente al inicio, esta suma mediante una cámara en movimiento que avanza lentamente llevando al público a conocer de cerca diferentes aspectos de los distintos barrios. En contraparte, se vuelve más adelante un obstáculo; pues con frecuencia las acciones ocurren detrás de la pantalla, o de objetos que rompen toda cercanía con los actores. Incluso, por minutos estos desaparecen por completo del escenario y sus acciones son solo visibles a través de la pantalla y de videos pregrabados; rompiendo el encanto de la cuarta pared del teatro.

Sin embargo, el espacio escénico concebido por Jan Versweyveld destaca cuando decide enfocarse en el proscenio y emplear agua, pues uno de los números principales incluye una compleja coreografía con los personajes peleando debajo de una tormenta que resulta tremendamente metafórica, y poderosa.

En ese sentido, en esta versión de West Side Story sobresalen las dinámicas y modernas coreografías de Anne Teresa De Keersmaeker, que son distintas a las originales que siempre se emplearon de Jerome Robbins (también director original) y que inspiraran a una generación. Ahora, los bailes buscan -de acuerdo con una entrevista con la coreógrafa belga en Playbill- ‘harmonizar los opuestos’ mediante movimientos que representan el mundo globalizado y moderno.

El montaje es dirigido por Ivo van Hove, conocido por trabajos como A View From the Bridge, The Crucible y recientemente Network. En aquel montaje, el uso de pantallas (también de Jan Versweyveld) jugaba a favor de la propuesta pues era consecuente y complementaba la historia de un conductor de noticias; en contraparte, en este proyecto (y su primera dirección de un musical) Van Hove y los actores se ven opacados por esa enorme pantalla que termina por resultar una distracción.

En suma, la nueva y contemporánea puesta de West Side Story genera el efecto de seguir recordando que las diferencias causan divisiones, y consecuencias; y aunque los elementos técnicos podrían ser perfectibles, las actuaciones de este talentoso y nuevo grupo de actores enfatizan la relevancia de una historia que, desde los tiempos de William Shakespeare, resulta una lección de comprensión y empatía, solo que con música, baile y canto…

 

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