Por Mariana Mijares, Fotos: Francisco Bravo/Novecento es el monólogo del novelista, dramaturgo y periodista italiano Alessandro Baricco que estrenó por primera vez en 1994; ahora, más de 20 años después, se vuelve un viaje en el que Benny Ibarra lleva a los espectadores del Teatro Milán a conocer a ‘Novecento’, un hombre que vivió toda su vida en un barco.

Para este montaje, el también cantante se reunió de nuevo con Mauricio García Lozano (quien lo dirigiera en El Hombre de la Mancha) para recrear a los personajes en la vida de este excepcional pianista que recorría los mares a principios del siglo XX.

Pero aunque esté solo sobre el escenario, Benny está bien acompañado por la escenografía de Ingrid SAC -que nos sitúa entre el barco y el mar-, por la música original de Pablo Chemor y un concepto sónico diseñado por García Lozano, Vico Gutiérrez y el propio Benny.

El cantante y actor nos habla en exclusiva sobre esta, su primera experiencia en un monólogo, en el que artista y público viajan a un barco de emociones…

Benny, ¿cuál fue la primera impresión que tuviste cuando leíste el texto de Baricco?

Bueno, fue sentir, sabiendo que iba a enfrentarme a este reto de una gran responsabilidad actoral, tener en las manos un texto ya legendario que ha tenido mucho éxito en todas partes del mundo, que inclusive ya se hizo película, entonces pues, independientemente de las expectativas de la gente están las mías -que siempre resultan ser las más duras-, porque me gusta hacer bien las cosas y estar bien preparado.

Fue un proceso que además incluyó colaborar de nuevo con Mauricio García Lozano…

Sí, Mauricio García Lozano, con quien tuve la oportunidad de trabajar en El hombre de la mancha, no había vuelta atrás.

Sabía que iba a estar bien acompañado, bien dirigido, bien protegido, pero con muchos retos: el reto de aprenderme este texto fue sin duda enorme; también el enfrentarme a un texto que no es obvio, que realmente como interprete, como autor, te reta a ser transparente; no hay puntos de anclaje comunes y corrientes como sucede en otras obras, específicamente hablando de una historia de amor per se. No hay una Dulcinea para el Quijote, no hay una Julieta para Romeo, la historia de amor aquí es muy personal, habla de un respeto y un amor hacia uno mismo, hacia una manera muy específica de ver la vida y de ser coherente con tus decisiones como ser humano. Esa es de las grandes lecciones de Novecento.

Había que entrarle al texto con cautela, con respeto, buscando conmoverme y de esa manera conmover al público. La verdad estoy muy contento, siento que sí le hemos atinado, que la puesta en escena me permite como actor subirme -literalmente- a un barco de muchas emociones. Si bien no toco, ni canto, es un buen musical y eso a me resuena a nivel personal y me ayuda a contar mejor la historia de este pianista que nunca se bajó del barco.

Como bien dices, este no es un musical como el que protagonizaste: El hombre de la mancha al lado de un gran ensamble y elenco; ahora en cambio estás en un monólogo. ¿Cómo has sentido la diferencia?

Pues es grande, pero sin duda es un reto lindo, como bien dices; me trepo al escenario y no hay a quién pasarle el balón, es enfrentarme a mis propias decisiones: las buenas, las malas; a mi estado de ánimo, a mi vulnerabilidad como persona, y eso me ha hecho fuerte. Me siento como pez en el agua, y la verdad es que me gusta tener esta oportunidad de estirar el músculo creativo, de fortalecerlo noche tras noche, eso es muy bonito.

Si funciona es porque las cosas están saliendo bien, porque estoy en un buen momento de mi vida creativa; y si no llega a funcionar, también tiene que ver con que está vivo, con que es una puesta en escena y por lo consiguiente suceden cosas distintas todas las funciones; hay un público distinto, yo estoy en un humor diferente cada vez, y eso es una prueba constante de fortaleza, de equilibrio, de enfoque, de concentración y de respeto a las tablas.

Aunque no tengas compañeros en escena, me parece que un elemento que te acompaña de manera muy bonita es la escenografía. ¿Cómo trazaste junto con Mauricio esas interacciones con una escenografía que evoca al mar y al barco?

Fuimos buscando la manera de que el texto fuese el protagónico constante, lo apoyamos con una buena escenografía, austera pero efectiva, y después creamos un ambiente sonoro que me acompaña durante toda la obra y que hace que la gente pueda clavarse realmente en lo que está pasando y me ayude a contar la historia.

También creamos un sonido envolvente, no solamente surround, sino también con bocinas en el techo, que hace que cuando estés ahí, conmigo, te claves en ese viaje y puedas vivir la experiencia lo más cercano a lo que es estar arriba de un barco. Eso a mí me ayudó muchísimo.

Tú no interpretas a Novecento, tu personaje más bien cuenta su historia, ¿cómo describirías a este personaje, un hombre que nunca ha bajado de un barco?

Sí, Tim Tooney es el narrador de la historia, y se sube al barco en 1927 con 17 años de edad, y ahí es donde conoce a todos esos grandes personajes; entre ellos Novecento, un hombre de un virtuosismo notable en su instrumento: el piano, y después con todas las diferentes circunstancias que rodean a nuestro personaje: que haya nacido en el barco en 1900, que nunca se haya bajado, que haya vivido y aprendido de la vida a través de otras personas, de la gente que se sube al barco; y pues eso lo que me da es la oportunidad de transformarme en los diferentes personajes: en Tim, en el resto de la banda, en el capitán, en el comandante, en el timonel, en el doctor, y sin duda en Novecento. Lo que hago es separar física, energética, y vocalmente mis personajes, y pues por ahí ir narrando la historia.

La gente lo tiene que vivir para realmente entender lo que intento comunicarte ahora, pero lo hago a través de estar presente. En un monologo en el que no puedes distraerte, tienes que estar en el aquí y en el ahora.

Justamente yo viví la experiencia a través de tu voz. Eres un cantante consolidado, pero ¿nos podrías hablar de cómo modulas la voz para los personajes de este montaje?

Pues jugando y atinándole, a veces. Costó trabajo irle dando una personalidad a cada uno; porque no es nada más la voz, es el cuerpo, cómo se mueve, cómo pausan las palabras. Cada uno tiene -como todos-, maneras de expresarse, de ponerle enfoque a ciertas palabras.

Eso sólo me lo ha dado la práctica; conforme más hago el monólogo mejor lo conozco, mejor conozco los diálogos, y eso me ayuda muchísimo a poder, en el momento, en el instante, darle frescura a cada una de las líneas. Realmente intentar que la gente sienta que es la primera vez que cuento esa historia, que todo está saliendo de mi cabeza por primera vez; que haya una frescura e inmediatez a la hora de soltar las líneas. Eso es chamba, realmente un trabajo actoral, y de la mano de un gran director, pues sin duda es más fácil.

A través de los personajes se va llevando al público a un viaje por puertos y sitios que Novecento solo se imagina, pues nunca se ha bajado del barco. Hablando de ti, ¿cómo son tus hábitos para viajar?, ¿cuáles suelen ser tus lugares favoritos?

Viajo lo más que puedo, es de mis pasiones en la vida; cerca o lejos, donde sea, inclusive cuando hago giras es de lo que más disfruto. Me gusta ir de gira por lo mismo, porque conozco nuevas personas, nuevas comidas, nuevas energías.

México es un país bellísimo en ese sentido, y siempre me sorprende. Por más que conozca una ciudad, cada vez es distinto; eso me entusiasma. Y realmente me gusta conocer, no nada más ir a descansar sino enterarme de cómo es la vida en otras partes del mundo.

¿Y tienes alguna experiencia en barco?, algo que te recordara un poco lo que haces en este montaje…

Sí, sin duda he tenido la oportunidad de viajar en barco más de una ocasión, y es un sentimiento poderoso, que dependa la vida entera de un solo vehículo; sentirte completamente vulnerable a mitad del mar. Es una experiencia que pone todo en perspectiva y que ayuda a valorar la fragilidad humana, es realmente fascinante.

Finalmente, ¿cómo invitarías a la gente a ver a Novecento?

Novecento es una historia mágica, es una puesta en escena muy bien lograda, muy cuidada, con mucho respeto y amor por la gente que en este México de hoy decide invertirle a la cultura; al teatro hecho en México y por mexicanos.

Les invito a desconectarse, a que vayan a un teatro divino, el Teatro Milán -donde siempre están pasando cosas interesantes-, y créanme que la van a pasar muy bien pues les voy a contar una historia muy hermosa…

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