Por Saúl Campos/Tom ha sufrido mucho en su vida, desde una infancia frente a la pérdida de su mascota, ser víctima de picaduras de abejas, soltar a su amor verdadero (al menos según él) y simplemente vivir. Todo ha sido tan doloroso como su apellido, es como si esto lo marcara desde siempre y definiera la línea de vida que llevará… Pero, ahora el dolor es más fuerte, literalmente el tiempo se le está agotando y quizás todo lo malo que le ha pasado no sea tan fatídico como esto. Ahora hay una audiencia frente a él, quizás ellos entiendan, quizás no, pero al menos escucharán… o tal vez tampoco. Pero algo pasará, de eso estamos seguros.
Por segunda vez se presenta en México, Tom Pain (basado en nada), ese monólogo de Will Eno (Sí, el autor que nos dio un duelo de actuaciones entre Toni Collette y Marisa Tomei en The Realistic Joneses) que estuvo a nada de quitarle el Pullitzer en 2005 a un fuerte John Patrick Shanley que candidateaba con una obra llamada Doubt (Una batalla… casual).
Totalmente separada del montaje que alguna vez dirigiera Alberto Villareal, este texto sobre el dolor de vivir, contado por un hombre joven cuya vida podría ser obsoleta y al mismo tiempo invaluable, se abre paso como una de las opciones más interesantes y por demás curiosas de la temporada. Pero desglosemos estos términos, ya que quizás encriptan más que lo que ilustran.
El autor nos acerca de una forma brillante a la mente de una persona al límite de su propia existencia, alguien que se ha enfrentado a bromas crueles del destino y que podría no tener razón alguna para seguir adelante con su existencia… y, sin embargo, ahí está, de pie, sucediendo. Eno refleja la curiosa bipolaridad que tenemos los humanos por amar y odiar nuestra vida con la misma pasión, de una manera que nos resulta alegórica, sí, pero cruel.
Así es el humor de este personaje, una cuestión de oscuridad mezclada con la sensibilidad más ardua que podría provocar la imagen de Bambi junto al cadáver de su madre. Estamos frente a un ser humano que tiene claro en la vida lo que no le gusta, pues viene de un lugar en el cual ése algo alguna vez le dio felicidad y ahora ese fantasma le hace daño.
¿No hacemos esto siempre los mortales? O generamos odio a lo conocido pero doloroso, o amor a lo desconocido y negativamente rumoroso, no hay puntos medios o medias tintas, tendemos al cariño con el mismo valor que al desagrado, y Eno lo sabe, disfruta hacerlo evidente, nos lo pone en la cara con un gesto cómico, pues sabe que nos va a doler al poco tiempo… así es la vida al final del día.
Tenemos que entender que esto que propone Will Eno, no es la historia de una persona con un trastorno o enojada con la existencia. Sino la catarsis de alguien que tiene en claro que su existencia está en el borde, quizás mañana no esté más presente y ha perdido tanto en valorar lo negativo que ahora quiere hacer ver lo bueno que fue haber vivido el dolor, pues ahora lo puede entender. Esto escrito es ORO puro en filigrana, con maestría y agilidad.
Ahora bien, entendiendo que hay un gran texto por ocupar… ¿Qué pasa realmente con este montaje? Bueno, pues lo anteriormente descrito no sucede. Vaya, no entendamos que estas líneas piden que el director complazca al reseñista, después de todo, la cabeza del barco es quien elige hacia dónde vira el timón… sin embargo, el problema es que la traición viene hacia el texto mismo.
Adrián Vazquez decide darle a su versión de Tom Pain un tono de un realismo un poco incómodo que da a entender que su personaje no está en una catarsis, sino en una crisis. Este ser que está en el escenario es gracioso desde un lugar que verdaderamente quiere serlo y falla al esforzarse cada vez más, no en función del texto, sino en medio de un trazo extra dinámico que no apoya a Luis Arrieta para generar empatía con el público, sino alejarlo de él.
Y es justo lo anterior lo que duele al espectador, hay momentos en los que la historia de ese personaje puede ser relatable, y entonces una intensión exagerada o un trazo escénico forzado aislan a la audiencia de sentir afinidad y en efecto adverso, imprimen la desesperación de no saber qué está aconteciendo sobre la tarima de madera, bajo un montón de lámparas industriales que Carolina Jiménez propone desde la escenografía. Todo es confuso, y no precisamente funcional. ¿En verdad se vale privar al público de conectar con una historia poderosa al distraerlo con tantos elementos corriendo en otro sentido?
Tom Pain (basado en nada) es un monólogo valioso desde su dramaturgia y estructura generosa, que bien pudo haber sido más fuerte en su hechura y haber marcado un momento teatral. Sin embargo, su discurso está presente y hay que escucharlo, cada voz merece ser atendida, mientras tenga existencia.
Las funciones son en La Teatrería, hasta el al 11 de septiembre, consulta precios y horarios, aquí.
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