Por Saúl Campos/ Esta es la historia de L y H una pareja que ha intentado estar junta tantas veces, fracasando tan lastimosamente en repeticiones constantes que una última vez parecería no importar. Solo que en esta ocasión el sacrificio de por medio es más grande para comenzar desde cero y es tal cual abrirse paso en el otro lado del mundo: China, Shanghái para ser exactos. Han viajado tanto juntos, que pueden tener la fuerza para hacer las maletas una vez más y sin embargo no tienen lo necesario para despedirse antes de seguir lastimándose. ¿Será que en China las cosas resultan mejor?
Partiendo desde la cinta Happy Together del director Wong Kar-wa, llega Shanghái, de Gibrán Portela, bajo la dirección de Pablo Marín a la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque. Una historia sobre la co- dependencia narrada a través de la metáfora de un interminable vuelo en avión.
A través de un juego dramatúrgico en el que los personajes van soltando elementos lo suficientemente sencillos para entender que desean, terminar con lo que vienen cargando, pero al mismo tiempo se arman de nuevos argumentos para validar su “martirio”, Portela nos introduce al enfermizo mundo de las relaciones tóxicas, aquellas en las que los límites de la confianza se han perdido y se han ganado los temores a la soledad y a afrontar la realidad.
El autor nos entrega una adaptación de cine a teatro que no se siente como tal, sino como un concepto teatral original y diseñado especialmente para permitirle ver al espectador la serie de emociones por las que seguramente ha pasado o pasará en la vida, mientras la historia de estos dos hombres que se aman, pero no pertenecen juntos, se refleja en escena.
Para esta comunión, el director nos propone un mundo onírico que bailotea entre la nostalgia de colores ochenteros frente a la construcción de una dirección de actores precisa. Marín toma a José Cremayer, Axel Arenas, Emiliano Ulloa, Isaí Floresy Klaudia García y los guía hacia un texto más fuerte, llenándolo de imágenes que, aunque a veces pecan de un excesivo movimiento o irónico letargo, suman una poética que le da la valía necesaria a este montaje.
Desde momentos coreográficos con aires de tango que nos dan el desdén necesario de una pareja en ruptura, una lluvia de cigarros, a un abrazo en el filo de un asiento o un hombre caminando con un gato de la suerte en la mano. Son pequeños elementos que Marín asoma y que nos dejan ver la huella de dirección que tiene para nosotros y que, sin duda, nos está atrapando en este universo donde L y H son quizás una mirada a algo que podemos ser todos en algún momento con alguien más.
Complementando el trabajo de Marín, la sencillez y limpieza del trabajo de iluminación y escenografía de Félix Arroyo logran que podamos viajar al país asiático con el alcance de unas sillas y unas cuantas lámparas de papel. Sin duda los contrastes y acentos de luz de Arroyo son precisos para que los cuadros que la dirección propone alcancen una plasticidad que realmente adhiere al espectador a la trama.
Shanghái es teatro del que raspa, del que puede que nos haga caer más de un veinte, del que puede que nos duela. Pero lejos de las remembranzas, es una historia poderosa, sumamente poética, con una plástica valiosa y que merece ser vista con la misma necedad que sus personajes principales a la idea de amarse.
La obra se presenta hasta el 17 de marzo en la Sala Xavier Villaurrutia, consulta precios y horarios, aquí.
