Por Mariana Mijares, Fotos: Víctor Benítez y Francisco Bravo/ Existió una Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico, social, militar y científico que inició tras la Segunda Guerra Mundial entre el bloque occidental -liderado por Estados Unidos-, y el Oriental -comandado por la Unión Soviética-. Uno de los acontecimientos más recordados de este periodo fue la caída del muro de Berlín, en 1989.

Cercano a estos años, el escritor Juan Villoro, quien conocía la lengua y literatura alemanas, estuvo como agregado cultural en la Embajada de México en Berlín Oriental. En este periodo el también dramaturgo cuenta haber recibido distintos estímulos: el tiempo de paranoia y los espías, las trágicas historias de amor de Lou Reed, la pasión por el rock, el temor de cortejar la destrucción a través del arte, o de las drogas. Estos quedarían plasmados en el montaje La guerra fría.

Otro de los ingredientes de este montaje que se presenta los sábados y domingos en el Museo Tamayo, son los aspectos que el también novelista de El testigo y Arrecife define como los ‘infinitos vericuetos de la relación amorosa’; relaciones en las que las heridas de guerra, se vuelven efectos secundarios del cariño.

Villoro nos cuenta más sobre la obra que combina arte, performance, música y actuaciones, dirigida por Mariana Giménez, producida por Claudio Sodi y protagonizada por Mariana Gajá, Mauricio Isaac, Jacobo Liberman, y el músico Alejandro Preisser.

Tomando en cuenta su estadía en la Embajada de México en Berlín y el antecedente de su montaje Desde Berlín. Tributo a Lou Reed, parecería que el contexto de la Guerra Fría se ha quedado con usted. ¿Qué aspectos de este periodo encuentra más llamativos para trasladarlos al teatro?

Fue una etapa muy importante mi vida porque se trataba de años formativos. De 1977 a 1981 escribí los guiones del programa de radio “El lado oscuro de la luna”. Ahí Lou Reed jugaba un papel especial; siempre ha sido un músico que me ha interesado.

Cuando me fui a vivir al Berlín dividido, de 1981 a 1984, su disco Berlín era una clara referencia para mí. Esa es una muy oscura historia de amor, una tragedia descrita en canciones.

Años después, en mi novela Arrecife, inventé un concierto de Velvet Underground en México, con la presencia de Lou Reed. Esto hizo que el director español Andrés Lima me invitara a rendirle tributo cuando murió el cantante en su espectáculo “Desde Berlín”.

De algún modo, muchos estímulos se condensan en La guerra fría: mis años en el Berlín de la paranoia y los espías, las trágicas historias de amor de Lou Reed, la pasión por el rock, el temor de cortejar la destrucción a través del arte, de las drogas o de la pasión, los infinitos vericuetos de la relación amorosa, ¡todo eso!

¿Cómo construyó a los personajes: ‘Gato’ y Carolina?, ¿en base a algún conocido? ¿Tienen aspectos de usted mismo?

Me han preguntado eso -comentando que les parecen muy reales-, lo cual me da gusto porque ese debe ser el efecto. Pero en realidad son un compuesto de varias cosas: tienen que ver con los personajes de Lou Reed, pero también con mexicanos de mi generación que oyeron “Berlín” pero no quisieron llegar hasta el abismo, gente que he conocido.

Por último, también exploro las posibilidades que para mí pueden tener las personas. Escribir es ponerte en la piel del otro, aunque esa piel sea imaginaria.

Al haber vivido en Berlín, ¿experimentó esa sensación de soledad y aislamiento que reflejan los personajes?

Durante tres años no vine a México. Vivía en un país donde no podía compartir mis manuscritos con nadie, aprendiendo mucho, pero también bastante aislado de lo que más me interesaba. Supongo que algo de eso se coló a la obra.

Sus dos protagonistas, además de lidiar con una guerra externa, lidian con una guerra interna. ¿Nos podría ahondar más en esta analogía?

“Todo hombre mata lo que ama”, dijo Oscar Wilde. La frase es excesiva, pero ha sido cierta en muchas ocasiones. En aras del amor puedes aniquilar lo que más aprecias, ya sea por nerviosismo, por inseguridad, por celos. La pasión une, pero también genera emociones tan intensas que no son fáciles de sobrellevar. Ni los más masoquistas se enamoran con el fin de aniquilarse, pero muchas veces ese es el resultado del amor. Del cortejo se pasa a una guerra no declarada.

Mis personajes pasan de la pasión a un tenso armisticio, luego a un cese al fuego y de ahí a una relación. La típica situación de quien deshoja una margarita (“me quiere, no me quiere…”) asume en la obra un tono de codependencia neurótica. Lo interesante es que se trata de una muy genuina historia de amor. Las heridas pueden ser los efectos secundarios del cariño.

La música es otro personaje en esta obra. ¿Eligió específicamente las canciones? ¿Escribió algunas letras?

Al final de la obra se habla de “palabras que quieren ser música”. La obra convoca el fantasma de Lou Reed, pero también presenta a un rockero mexicano que está buscando el camino secreto para llegar a una melodía. Desde el principio pensé en una obra que generara situaciones musicales. Hace años escribí un par de letras para Café Tacuba, pero en esta obra mi función es de dramaturgo. Alejandro Preisser se hizo cargo de la musicalización de manera espléndida, rindiendo tributo a Reed y presentando piezas propias.

¿Cómo trabajó con la directora: Mariana Giménez, para lograr un proyecto que combina actuaciones, arte, performance y música?

Eso fue un regalo inmenso. Había visto tres obras dirigidas por Mariana (La paz perpetua, Todo y Nada) y me encantó su capacidad de trasladar los parlamentos a una coreografía física y su habilidad para entender la música. Le propuse que dirigiera la obra y por suerte aceptó. Su trabajo es de una originalidad y un riesgo extremos.

¿Vio ya el montaje terminado? ¿Qué sensación le generó ver el trabajo de Mariana y Mauricio?

Hablé mucho con Mariana y luego vi algunos ensayos en los que di lata con ciertos detalles, pero lo decisivo fue ver cómo el texto cobraba vida propia, con asociaciones gestuales y performáticas sorprendentes para mí.

Al presentarse La Guerra Fría en un museo la experiencia es claramente diferente. ¿Concibió la obra para un museo?

No, la obra fue pensada para cualquier tipo de espacio teatral. El productor Claudio Sodi tuvo la idea del Tamayo y entonces se me ocurrió que involucráramos a Abraham Cruzvillegas, que ha trabajado con desechos.

Mis personajes son okupas que recogen cosas viejas e incluso basura para amueblar un departamento donde no pagan renta. Abraham había hecho una pieza con pepenadores de Corea del Sur (¡otro país dividido!) y eso se convirtió en el perímetro de la obra; diseñó algunos muebles para nosotros, una puerta, y lo reforzamos con basura de nuestra elección.

No hay un límite muy claro entre el arte y el desperdicio; por otro lado, algunos teóricos señalan que el arte logra que nada se convierta en un desperdicio. La basura que se recicla con un fin estético no es un desecho, tiene la segunda vida del adorno o del desafío visual.

¿Qué considera que le aporta al montaje presentarse en el Tamayo?

Me parece muy importante teatralizar espacios que no parecen diseñados para eso. Cuando el arte se “museifica” pierde fuerza y capacidad de transgresión. Por definición, los museos son tradicionales -preservan algo-, pero pueden revivir de manera radical, y me parece que esto sucede con una pieza como esta.

¿Por qué le gustaría que nuestros lectores fueran a ver La guerra fría?

Un personaje dice: “Si no has sentido el impulso de matar a alguien, no puedes ser un artista. Pero si matas a alguien, sólo eres un asesino”. La obra explora los límites de la pasión y del arte: se asoma al abismo, pero defiende la posibilidad de no dar el último paso.

Lou Reed fue malinterpretado por quienes lo consideraron un profeta de la destrucción. Lo más importante para él era describir todas las posibilidades de la aniquilación y lograr que la aniquilación fracasara. Muchos de sus personajes sucumbieron, pero él sobrevivió, para desconcierto de sus más persecutorios seguidores.

Enfrentar el fuego y no incendiarse requiere de talento y valentía. La obra trata de eso: instrucciones para sobrevivir a la autodestrucción.

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