Fotos. INBAL
Por Saúl Campos/Existe una delgada línea entre el querer y el poder, aquella que construye sueños y los derriba con la misma facilidad. Una barrera que pocos logran aceptar en una primera instancia y que ha llevado a otros más a creer por completo que el camino que están construyendo tendrá un destino ideal. Esa limitante llamada realidad ha alcanzado al hombre que hoy se desnuda en escena para hablar de su historia de fracaso, algo que su Pez Rojo, su mascota, ha atestiguado en numerosas veces, y quizás en esta, pueda causar una buena reacción, para variar.
El Teatro El Granero Xavier Rojas del CCB nos presenta Memoria de pez rojo, de José Alberto Gallardo, un monólogo bajo la dirección de Jaime Camarena y la interpretación de Manuel Ballesteros. Una conmovedora charla sobre los sueños que no se cumplen y aquella constante sensación de fracaso y no pertenecer, algo que ante los ojos de los demás podría ser indiferente. Pero en la memoria interna se convierte en un mantra.
Gallardo nos propone entrar en la vida de un hombre que siempre ha anhelado cumplir las metas que se ha impuesto: explotar ese talento como comediante, como nadador, como alguien lo suficientemente atractivo para una audiencia, y que solo ha encontrado la falla y el dolor. Su pez rojo pareciera ser el único que lo escucha, y en ocasiones le indica cual camino de realidad debería seguir.
La metáfora del autor acerca de lo difícil que es mantener un sueño cuando las herramientas quizás no se encuentran del todo disponibles, se vuelve una secuencia de pasajes dolorosos que se aglomeran uno sobre el otro para terminar en un cauce de comedia aún más oscura. El texto no pretende complacer o ser directo, sino juntar una especie de hiperrealismo con realismo mágico, y entonces adentrarnos en una psique estructurada, compleja e indescifrable como un ajedrez incompleto.
Y a pesar de que esta narrativa podría resultar en un brutal ejercicio escénico, la dramaturgia de Gallardo se torna repetitiva por momentos, provocando que su historia no avance. La intención de mezcla de estilos y ubicaciones en tiempo y espacio nos termina por otorgar a un personaje principal que realmente se siente confundido y desesperado, más por la manera en la que termina estando escrito que por el trasfondo que podría ofrecernos.
Aunque todo hasta el momento podría aprovecharse y ser contado desde la vía más franca, el director propone la visión experimental, e inaugurando actividades con un desnudo innecesario, nos expone a un bizarro viaje en el cual es difícil seguir el texto, descifrar la intención artística del actor y encima codificar las imágenes que fuerza, proyecciones, coreografía y trazo.
La visión del director nos deja frente a una propuesta sin claridad, en la que resulta incómodo no poder identificar el final de una obra. Además, la escenografía de Héctor Lara junto a la iluminación nos queda a deber intimidad de cada momento, traslados imaginativos a otros sitios o meramente lógica en el diseño. Todo lo desarrolla frente a un ajedrez con el tablero incompleto, a trazos. Que en ningún momento adquieren sentido y pareciera solo generar distracciones.
Para sostener una historia sobre la fragilidad en escena es necesario permitirse abrirse a ella misma y no generar una armadura de pretensión que termine proyectando comentarios a favor y en contra. Sin embargo, Memoria de pez rojo podría escalar a ser un diálogo bastante honesto sobre la inequidad y la volatidad, al menos dentro de una pecera a medio llenar.
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