Por Ro Tierno, Fotos: Epitafios Laboratorio Teatral/Una nueva generación de creadores de México suele hacer su paso por Argentina como parte de su formación profesional. El resultado es interesante: un convivio de diferentes culturas con puntos en común que enfatiza la creación de nuevas mentes, jóvenes y latinoamericanas. Hablamos con el dramaturgo Josué Almanza, creador de textos como Los caballos fueron cobardes y Tränenpalast, originario de Puebla y radicado en Argentina desde hace tres años.
En un café típico de Buenos Aires, me siento con Josué Almanza y analizo su acento. No es chilango, tiene un acento suave, y por momentos una pronunciación argentina. Saca de su bolsa un ejemplar de Subversivo, editado por la Benemérita Universidad de Autónoma de Puebla, y me lo obsequia. Se trata de una de sus obras, escrita en el marco de su compañía Epitafio Laboratorio Teatral que conforma con compañeras y compañeros de Puebla.
La compañía nació con la intención de conformar un grupo de experimentación y trabajo en conjunto, con actores y actrices de Puebla. En un principio estaba formado solo por mujeres, lo que llevó a Almanza a escribir sus propios textos: “nació la necesidad de escribir obras exclusivamente para mujeres, porque veía que no había textos que le permitieran orientar otro terreno, los personajes caían en los clichés”. El primer texto fue Epitafios (Mouseidon Editorial, 2008), una serie de biodramas que fue premiado y becado en varias ocasiones.
¿Desde qué perspectiva abordas la cuestión de género en tus textos?
JA: Hay una crítica a la cuestión de género, que en México hoy día todavía sigue muy invisibilizado. Imagina diez años antes, incluso yo no lo tomaba como una cuestión de género ni militancia, pero sí lo era en el sentido de que estábamos abriendo un espacio que sentíamos que hacía falta, era algo muy latente. La dramaturgia mexicana hoy día sigue siendo escrita por varones, hay dramaturgas emergentes muy buenas, excelentes, pero normalmente los premios y apoyos son para varones.
¿Cómo ha sido tu proceso hasta ahora, la curva de aprendizaje?
JA: Me surgió una beca que me cambio la perspectiva, un viaje itinerante por América Latina, donde pude visitar varios países que habían sufrido un proceso de dictadura, conocer espacios y hablar con directores donde se reflejaba ese periodo. Hice residencia en Cuba, Guatemala, Chile, Argentina y Uruguay. El haber dado ese salto me construyó, porque ahora todos mis textos tienen un discurso social vinculado a los procesos políticos, a la migración. Allí decidí hacer procesos de escritura en otros países, para otros contextos, y eso definió por completo mi dramaturgia. Convivir con otros grupos teatrales y directores fue proceso de aprendizaje más que una escuela.
¿Qué características comparten la nueva generación de dramaturgos y dramaturgas?
JA: Algo que me define mucho es la migración y algo que agradezco a Argentina es haberme encontrado con una migración genuina, fabulosa, que existe aquí. Hablo desde una generación de dramaturgos latinoamericanos, encuentro muchas diferencias pero más similitudes, por los procesos políticos que atravesamos en cada uno de los países latinos, que nos hermanan de alguna forma, y hace visibilizar problemas que todos tenemos, con las instituciones culturales, por ejemplo. Estudié ese caso también, cómo la mala gestión de teatros y demás hace que las nuevas generaciones tengan muy poca entrada para poder mostrar sus trabajos. Considero que se está adoptando una postura de género que es muy valiosa en las nuevas generaciones, una visibilización para públicos específicos, teatro para bebés, para gente con discapacidad, me encanta que hay una gran diversidad que está siendo comandada por jóvenes.
Otra característica que sin duda tiene esta nueva generación es la diversidad de herramientas utilizadas, la multiplicidad de disciplinas abarcadas y la necesidad de explorar nuevas técnicas que rompan esquemas y discursos establecidos. Por eso Josué Almanza no sabe cómo definirse, en vez de dramaturgo prefiere ser alguien que “trabaja con los actores y actrices” y su trabajo transita el biodrama, el periodismo performático y la narraturgia. Su formación va desde una Licenciatura en Actuación y Dirección Escénica en la Casa del Teatro en la Ciudad de México, pasando por una Maestría en Dramaturgia hasta una Especialización en Literatura Infantil en Argentina.
“En México muchas de estas conceptualizaciones todavía no se perciben como tal, como movimiento estético, se percibe más bien como algo que viene de otros países. Las diferencias contextuales entre México y otros países hacen una singularidad del teatro mexicano, los procesos de aprendizaje, el mestizaje, la conquista, el sincretismo que habita en todas las ciudades, es muy particular y desde ese lugar me gusta escribir”.
Por otro lado, el año pasado se montó en La Teatrería un texto de Almanza que había dado que hablar, Los caballos fueron cobardes, una versión sobre de La Señorita Julia, de August Strindberg, un trabajo propuesto y dirigido por Adrián Darío Rosales y protagonizada por Laisha Wilkins, Luz Ramos y Marco De La O.
“El director me escribió para hacer una versión de La Señorita Julia contemporánea, a mí siempre me había gustado el texto. Pude hacer un experimento con los dos personajes femeninos, mujeres más empoderadas. No vi la puesta, según supe fue un poco conflictivo. En cuanto al texto dramático yo quería hacer una exploración de la sexualidad femenina, que de repente quizá resultaba muy chocante para un perfil de público más de teatro comercial. Me cuesta estar en esos espacios, porque mi teatro suele ser más político, más trasgresor. Igual el director terminó muy contento por lo que estaba generando, aunque la gente iba a ver el clásico”.
Actualmente Almanza se encuentra en múltiples proyectos, entre ellos la publicación de Antología de Teatro para niños, niñas y jóvenes, apoyada por el INBAL, y en diciembre el estreno de Cuando Kong secuestró la libertad escaló el Empire State y cayó muerto, un texto para jóvenes que obtuvo una mención en el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz.
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