Por Ro Tierno, Fotos: Cortesía Mejor Teatro/ Cuando Lía Jelín quiso montar Toc Toc en Argentina, ningún productor le abrió las puertas, no les gustaba la obra. Entonces llamó a Morris Gilbert, y a las dos semanas estaba en la escena de México esta historia que ya tiene ocho años de éxito. El texto es del francés Laurent Baffie, quién la escribió a partir de su propia experiencia, como  forma de catarsis.

“Cuando la leí no podía creer, primero el tema, completamente nuevo, hablar de gente que tiene trastorno obsesivo compulsivo era difícil, no sé si el autor se dio cuenta, pero yo en la obra encontré A puerta cerrada de Sartre, Esperando a Godot, de Beckett y descubrí que tenía un zig-zag muy especial, no se instalaba nunca, si entraba en una zona de dolor se salía con un chiste, y cuando la cosa era muy chistosa, se entraba en una zona de dolor”, expresó la directora en entrevista para Cartelera de Teatro.

La obra fue traducida por Jorge Schussheim, y como si el éxito fuera poco, fue vista por Carlos Rottemberg, empresario teatral argentino, en un teatro de Santa Fe de CDMX y enseguida se comunicó con Lía para montarla en Argentina. Hoy se considera una de las comedias más vistas en la calle Corrientes de Buenos Aires.

Toc Toc narra el encuentro de cinco pacientes en la sala de espera del psiquiatra, que quedó demorado en un vuelo. Los protagonistas sufren un trastorno obsesivo compulsivo (toc), que será un problema a la hora de relacionarse en la espera, y esto nos dará una construcción de situaciones graciosas, tragicómicas, que hacen estallar de risa al público, pero también logra hacernos reflexionar sobre la enfermedad, sus causas y consecuencias, algo que se verá reflejado hacia el final. Es muy probable que salgamos del teatro reconociendo nuestros propios toc.

“Esta obra está apoyada en la angustia, no la trabajé como algo chistoso, lo que hace reír es la angustia, no la broma”, explica Jelín.

Luego del estreno en 2011, la directora nos platicó que la obra no siguió sus lineamientos durante tres años, y por eso ahora reestrenaron ya con su presencia y la de Mauricio Galaz como director residente.

El elenco del montaje que se presenta de viernes a domingos en el Nuevo Teatro Libanés, lo conforman alternando funciones Lola Cortés, Faisy, Silvia Mariscal, Ricardo Fastlicht, Omar Medina, Mario Alberto Monroy, Dari Romo, Pedro Prieto y Sandra Quiróz.

“En México son muy disciplinados, y tienen mucha movilidad, no se quedan en una obra, estrenan, se quedan dos meses, se van. Tienen muchísimo humor, un humor distinto, allá no se pueden decir malas palabras. Ellos tienen albures, el doble sentido, un albur es algo que se dice con doble sentido, son especialistas en eso”, comenta la directora que también tiene en cartel Confesiones de Mujeres de 30 en el Teatro Fernando Soler.

 

Una vez Sofía Gala (actriz argentina) dijo que teatro era lo mejor que sabías hacer, ¿es lo que más te gusta?

Yo te puedo contar que mi mamá me llevaba al Colón al aire libre cuando tenía 6 años, que quedaba en el Parque Centenario, todo lo que se daba en el Colón se daba al aire libre, todas las óperas, los ballet. A los 9 años decidí que quería ser bailarina, hacía teatro en la terraza de mi casa, ponía la colcha de la cama de mi mamá, yo vivía en Av. Warnes y Honorio Pueyrredón, jugábamos en la calle. El teatro siempre ha sido mi destino, primero como bailarina, y luego (después de muchos años de psicoanálisis), pude acceder a los textos. Mi primera dirección integral fue en el año 73, El gran soñador, danza teatro, y desde ahí no paré más, fracasos, fracasos, fracasos… éxitos.

¿Te queda algo por hacer? ¿Qué obra aún no te has dado el lujo de dirigir?

Varias cosas, La escuela de los bufones, de Michel de Ghelderode, un texto extraordinario. Después tengo una versión libre de Shakespeare, que en el último Festival Shakespeare lo hice como lectura, es una obra de 5 horas, y lo achiqué en una hora y media. Después la quise hacer en algún teatro y no me permitieron, Shakespeare es Shakespeare, no sé qué está pasando, hay mucho prejuicio con el teatro comercial, yo he hecho de todo.

Hay una crisis de público, en Argentina y en México, ¿qué crees que está pasando con el teatro?

El teatro no puede morir, nunca. Es tracción a sangre, no es celuloide, no es un beso a través de un vidrio como la televisión, es sangre, sudor y lágrimas, y la identificación que hay con el actor es fundamental, es un imponderable, igual que la lectura. La gente joven no lee y no sabe lo que se pierde, esa cosa imponderable que hay entre el autor y al lector, donde se describe una situación y debe ser imaginada, eso acelera y hacer crecer las neuronas. “Y así… abrió la puerta, y en ese preciso momento se oyó un ruido”… hay que imaginarlo, eso hace que uno se vuelva más inteligente, como escuchar Mozart. El único pecado del teatro es aburrir, es lo peor. Puede hacer llorar, hacer reír… pero aburrir no.

¿Cuándo fue la última vez que te sorprendiste en un teatro?

Cuando vi Los vecinos de arriba, en México, dirigida por un gran director, me quedé sorprendida de la lectura que tuvo, porque yo la vi acá (Argentina) y me pareció una comedieta infecta, y allá estaba puesta que los vecinos de arriba eran la fantasía de la pareja de abajo, no existían, ellos creían escuchar que hacían el amor todo el día, que la pasaban genial y no había nadie arriba. No es una gran obra, pero es una obra inteligente, donde ellos a través de esa fantasía logran separarse y vivir un poco mejor. Eso me encantó, hay muchos textos que me sorprenden.

Creo que no entendí lo que significaba que ‘el teatro esté vivo’ hasta que conocí a Lía Jelín. Con sus 80 años, la directora de Toc Toc es una mujer muy delgada, bajita, de ojos claros, piel muy blanca y cabello rojizo, con una alegría corporal y sonora que hacía mucho no veía ni escuchaba, ni siquiera de alguien joven. Esa noche vi la obra de Baffie y me reí mucho. Al finalizar la función los actores hablaron al público, presentaron a Morris Gilbert que se encontraba allí y saludaron a Lía Jelín. La gente aplaudía y se paraba, todos y todas éramos parte de ese encuentro, y había felicidad en la sala, que estaba repleta, la gente la había pasado bien y se sentía viva. Como diría Lía, a menos que te aburra (que siempre podemos levantarnos e irnos), el teatro siempre nos dará un momento especial.

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