Por Saúl Campos/Dos empleados de un teatro (Quienes quizás tienen química en juego) se encuentran solos arreglando todo para la función. Ella trata de hablarle, pero él parece ignorarla. Cuando ella descubre que él es sordo, la pena la llevará a tratar de reparar el daño u ofensa que pudiese haber causado, de forma que le pueda entender. El teatro será el lenguaje para que esta joven logre interactuar, así que, por qué no relatar una historia adecuada sobre amantes accidentales en espera de ser felices: Romeo y Julieta entrará en acción, aún cuando Romeo permanezca silente.
Dentro de la programación de noviembre de La Corrala del Mitote en el CENART, no hemos tenido falla alguna, y su obra matutina de fines de semana nos lo viene a asegurar. Bajo la producción de la Compañía Seña y Verbo, Carlos Corona adapta y dirige el clásico de Shakespeare, renombrado ¡Silencio, Romeo!, una obra ejecutada en lenguaje de señas, en mezcla a la actuación tradicional.
La adaptación de Corona es realmente fiel al texto original, no hay nada nuevo que descubrir en las palabras que hemos escuchado tantas veces para contar esta historia. Es a la hora de llegar a marcar los puntos sobre las íes y construir el plano escénico en el cual nos va a contar la historia, donde el también director se apresura a dejarnos en claro que la actuación que los actores sordos hagan con sus manos, será de tanta valía como la que los actores oyentes ejecuten, al grado que no haya distinción.
Y sí, la aproximación se realiza y sobrepasa. El director encuentra en su equipo actoral la fórmula para que este experimento de inclusión innegable se erija avante sobre retos importantes como: el propio lenguaje isabelino, el cambio de personajes en un mismo actor, la duración, el relato de la historia. Esta compañía entiende tan bien la misión que tienen, y deciden responder al reto atrapando y hechizando a la audiencia en un montaje donde cada palabra en seña es clara y no necesita traducción.
El elenco conformado por los actores sordos Eduardo Domínguez y Roberto de Loera, junto a los actores oyentes: Karla Monroy y Daniel Ortíz, logra una química tan buena, que nos desprenden de la tragedia shakesperiana, para dejarnos ver a través e estos personajes una historia ya conocida, pero actuada desde la emoción de aquellos verbos que no se comunican con el sonido.
Sin duda, son Daniel Ortíz y Eduardo Domínguez quienes logran llevarse la obra. El primero con un timing tan preciso y simpatía inmediata que le hacen imposible robarse cada escena en la que aparece, y el segundo, con una poética tan clara en los ademanes y palabras articuladas con sus manos, que sin lugar a duda transmite una fuerza escénica que atrapa.
Estando en una sociedad donde cada vez más son los temas de inclusión que se colocan en la balanza, así como la validez de los mismos, pasando por intentos de construcción e incorporación de grupos sociales que han llevado a varias personas a optar por deformaciones de la gramática y fonética para hacer amén de la integración, esta obra deja en claro que la mejor forma de ser incluyente es abrir nuestro conocimiento a los sistemas de comunicación reales y disponibles para quienes en verdad enfrentan una desventaja que los excluye de la sociedad, con algo tan simple como no poder emitir una voz.
¡Silencio, Romeo!, es sin duda una muestra inteligente, interesante y sumamente efectiva de la inclusión al servicio del arte y viceversa. Una joya escénica que a la par de ofrecer un clásico en cartelera, ofrece un aleccionamiento inmediato y calidad escénica.
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