Por Saúl Campos/ En la actualidad, la solución a la mayoría de nuestros problemas se encuentra en la palma de nuestras manos. Nuestro celular se ha vuelto extensor que necesitábamos sin saberlo (o necesitarlo realmente) y se ha apoderado de nuestras palmas, condenado nuestros cuellos y miradas a dedicarle celosa compañía y tiempo. Sin embargo, hay mucho de lo que nuestro celular, junto al resto de los aparatos tecnológicos que usamos a diario, que nos están ocultando, una red de información que nos hace vulnerables a un millón de ojos que ansían volvernos compradores, usuarios, elementos públicos, sin privacidad.
Privacidad cumple 100 representaciones en el Teatro de los Insurgentes, en esta historia inspirada por el caso de Edward Snowden. En esta anécdota, un escritor emocionalmente incapaz de entablar una conexión con otra persona, analiza a través de su psicólogo y diferentes personalidades expertas en la materia de la comunicación, la forma en la que todo lo que le rodea se va conectando para construir su camino a una nueva vía de relacionarse, en la que la capacidad gregaria pasa a segundo término, mediada por la interacción digital.
En la función estuvieron como invitados especiales personajes que fueron espiados por el gobierno a través del programa espía “Pegasus”, como la periodista Carmen Aristegui. Además, Edward Snowden envió, a través de un video, un mensaje a los presentes, en el cual señaló que “no importa lo pequeño que somos individualmente, si nos juntamos como grupo, nos juntamos como comunidad, y vamos juntos al teatro para debatir, sentir y pensar, es el principio de la revolución de las mentes”.
A través de un espectáculo que despliega un auténtico aprovechamiento fastuoso y oportuno de la tecnología, el director Francisco Franco construye uno de los montajes más emblemáticos que a la fecha podremos contar bajo su batuta. Franco delimita con un tono asertivo a su audiencia dentro del fantasma de la seguridad en medio de un sistema digital que expone todo lo que el usuario hace, una historia de auténtico horror, qué más bien sólo es una explicación detallada de la verdad.
El montaje va exponiendo la red de conexiones que unen a unos y otros con cautela, se vale de momentos de comicidad necesarios para girar a frentes de alto impacto, de forma que el espectador se concentra totalmente en la trama del hombre en juicio, cuya frenética vida en medio del caos podría ser la de cualquiera, tan solo bastaría transportar los ejemplos a cada caso.
Resulta curioso, pensar que realmente nada de lo que nos diga el texto podría sernos nuevo: sabemos que todos los sistemas que usamos a diario captan nuestra información personal, para que empresas más grandes puedan comprarla y hacer uso de la misma en beneficio de una maquiavélica estructura de consumismo, incluso para incluir nuestros datos a una base de aparente seguridad internacional. Aquí es dónde lo curioso se torna una pesadilla, y es que la trama se encarga de hacer ver a cada espectador el engranaje de la máquina de exposición a la cual el mismo elige someterse.
Lo valioso en Privacidad es que la obra nunca toma partido por una utopía, al contrario, es realista, sabe que el problema de la tecnología y metadata no se detendrá en un punto, al contrario, seguirá creciendo en medida que la población misma la alimente. He ahí la valiosa lección que propone: ¿Hasta dónde cada usuario marca sus límites de convivencia con lo tecnológico y opta por dejar de exponer su vida?
Pese a lo interesante de su trama y la bien planteada dirección, además de un grato ensamble del cual destacan necesariamente la presencia de Amanda Fara, Ana Karina Guevara y Alejandro Calva; esta obra no podría llegar a tan buen puerto sin la presencia de sus estelares. Diego Luna y Luis Gerardo Méndez no sólo hacen gala de sus rangos actorales, además echan mano de la gran empatía que logran con el público para poder llevar el texto que tienen en sus manos a un puerto totalmente grato.
En la interpretación de Diego Luna, nos damos cuenta que cada uno de los actores ofrecen una experiencia distinta. La interpretación de Diego resulta un auténtico espejo de la desesperación interna del personaje, sin rayar en extremos. Luna ofrece autenticidad y una comprensión de su personaje en pleno, con una ruta emocional que se afecta constantemente a medida que avanza la trama y va descubriendo mayores horrores a su alrededor y dentro de sí mismo. En adición, la buena química que refleja con el resto del ensamble, permite que cada elemento actoral pueda brillar y actuar en un engranaje preciso.
A nivel tecnológico, Privacidad puede ostentar sin conflictos el ser una de las puestas más arriesgadas y efectivas que se han presentado en México. Y vista como un montaje en general, es una de las propuestas más efectivas que sin duda recamarán la atención del público con creces. Una obra que se agradece haya sido planeada desde la escucha de audiencias y que cuida hasta el mínimo detalle para poder ser impresionante en cada área que la compone.
El teatro debe servir como espejo para la sociedad, para identificar en el las imperfecciones en uno antes de salir de casa o en todo momento, o simplemente para reconocernos… Privacidad presenta dos opciones para ese espejo, la exploración tradicional, forzar nuestro reflejo, a través de un cristal virado a negros.
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