Por Roberto Sosa/Por levantar la voz y emancipar el pensamiento. El grito es de libertad que nace en sus entrañas. No es un discurso feminista, ni es hablar en contra del género masculino. Se expresa a través del arte para exigir equidad, igualdad… comprensión. Un baúl simboliza una prisión, un resguardo para las mujeres que pensaban, que sentían y debatían; es también su trinchera y desde ahí le habla al espectador para hacerlo cómplice de su espectáculo.
Lizeth Rondero articula la obra con cinco monólogos y cinco personajes. Mauricia Josefa, Doña María Gertrudis, María López, Trinidad Ruiz y una joven universitaria, toman el escenario para hacer un recuento de la condición de la mujer en este país, el arqueo va desde la Nueva España hasta nuestros días. Los atavismos que han padecido las mujeres durante siglos son expuestos desde una estética que tiene que ver con lo artístico (música, canto y actuaciones), no con la belleza.
La construcción de los personajes como Mauricia Josefa y Doña María Gertrudis, son a partir de una investigación que la protagonista realiza sobre las condiciones de la mujer durante la época de la colonia. En el siglo XVI en la Nueva España, la Iglesia Católica instituyó los “depósitos para esposas”, sitios donde eran resguardadas por su forma de recapacitar, acciones y cuya moral “estuviera en peligro”.
La indagación recorre el tiempo y llega hasta nuestros días. Presenta un caso que cimbró esta ciudad durante la década de los 70s: Trinidad Ruiz, “La tamalera” de la Portales. Cansada de los maltratos y abusos de su marido con ella y sus hijos –que no eran de él- una noche decide asesinarlo a batazos cuando dormía, muerto los descuartiza y dicen que parte del cuerpo lo utilizó en los tamales que vendía para mantener a sus hijos. Fue condenada a 40 años de prisión, murió en la cárcel.
En cada escena Lizeth se transforma, los personajes los aborda desde sus entrañas. En cada uno de ello se reconoce y lo exhibe, con el dolor que esto le provoca, con lágrimas en su rostro. El llanto en su cara simboliza el de miles de mujeres en este país que han sufrido por siglos humillaciones, maltrato, vejaciones…violaciones. Su llanto atraviesa, nace del sufrimiento, de la impotencia, de la inequidad. Sin duda se trata de un trabajo histriónico excelente.
La dramaturgia es de Felipe Rodríguez, en su texto logra plasmar lo que Lizeth Rondero necesita expresar; evidente es la afinidad con el tema entre dramaturgo y actriz. El reto para Rodríguez fue la crear la obra a partir de lo verídico y trasladarlo al contexto teatral. El resultado son cinco monólogos que en tono de farsa y comedia, traspasan al espectador por la emotividad y por la forma en que se representan.
Por temor a que cantemos libres es un grito de libertad: “A mi ya no me cierran la boca”. Sin caer en discursos feministas para agredir a los hombres, la obra busca sensibilizar a hombres y mujeres. “Estamos sometidas a la mirada, y nosotras hacemos lo mismo…”. Las mujeres en este país pudieron votar para elegir presidente de la república hasta 1958, hoy siguen sufriendo discriminación, acoso sexual…sin olvidar los feminicidios.
La dirección de escena es de Nora Manneck; Alba Rosas pianista; composición musical de Omar Guzmán; iluminación (excelente), Gerardo Olivares Fuentes “Tenoch”; vestuario de Giselle Sandiel; escenografía, Astillero Teatro. Las funciones son en le Foro A poco no hasta el 25 de marzo.
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Acerca de la obra Por temor a que cantemos libres , la puesta en escena es buena , pero la parte donde muestra la imagen De Dios y la besa con un comentario por mucho soez es una falta de respeto a todos los que creemos en Él y lo respetamos , está obra habla del respeto y si el mensaje es ese ¿por qué no respeta a Dios principalmente ? ¡EL RESPETO SE GANA CON RESPETO !