Por Roberto Sosa/ El programa de mano dice que el Dublívoro (monstruo que imaginó Grandville) es una especie de cocodrilo, una bestia en cautiverio dotado de cabeza en ambos extremos del cuerpo. Capaz de devorar sin dar salida a lo que digiere dentro. El monstruo está dentro de un estanque y se traga un automóvil. Representa principio y fin. El Dublívoro podría ser el mismo autor y director de la obra que se devora a si mismo. El escenario y lo que representa es un universo surrealista.
Ella es nada: “lo que soy, soy por segunda vez…”, no representa la vida, podría ser una mascota o un ente cuya esencia son los mocos, secreciones que desprende o los pone sobre la mano de quien reconoce. Ofrece silencio y una vida plana. Puede cantar en inglés, dialecto italiano o kurdo y bailar con los ojos vendados a ritmo de cumbia. Su padre la vendió a un hombre mucho mayor que ella: “estoy en la edad de la aburrición…”
El significado de Memorial –entre otros-, podría ser un libro en donde se apunta algo o un monumento conmemorativo, y el término cabe, que sin ser un manual o monolito, si recapitula lo que la especie humana sería en un futuro o lo que ya dejó de ser. El cadáver de un mamut yace a lado del estanque donde vive el monstruo que se come al automóvil, y junto está un meteorito que recién cayó en la parte de atrás de la casa. ¿Qué simbolizan…?
La autoría y dirección son de Alberto Villarreal, su dramaturgia no es horizontal, es decir un texto con inicio, desarrollo y final, la obra no es así. Él indaga, se arriesga y provoca, no le interesa ni busca un resultado específico; el espectáculo le podrá gustar o no al público y es válido. Después de ver la función lo podrá desaprobar – me tocó ver espectadores salir de la sala antes del final-, y también ovacionar. No todo lo que representa tiene lógica o entendimiento, así es el teatro de Villarreal.
Se trata de una puesta en escena vanguardista con elementos y escenas que nacen en la entelequia del autor, en un universo inexistente. Lo que presenta sobre el escenario es producto de un talento que rompe paradigmas, con lo arriesgado y superfluo que esto representa. Memorial nos habla del Dios que no ha nacido, que nacerá muerto. Dioses holgazanes o dioses violentos. En “Planilandia” todo es posible y en el teatro todo cabe.
Es importante destacar el trabajo de Esmirna Barrios, la mejor cómplice del director; Barrios conoce y entiende al muchas veces incomprendido Villarreal. Su talento le permite seguir los designios del realizador. Diseñaron juntos el espacio escénico y la iluminación; la selección sonora, musical y las coreografías. Ella es responsable del diseño de arte, vestuario y maquillaje; partícipe directa en la estética de la obra. Actúa, canta y baila, con gracia y estilo. Mejor imposible, sin ella Alberto Villarreal no lograría su propósito.
La obra cuenta con un gran elenco: Mauricio Davison, Mario Balandra, Esmirna Barrios, Beatriz Luna y Alberto Santiago. Todos con probada calidad histriónica; sobre el escenario se amalgama talento joven y maduro. Davison es poderoso, decadente y ocurrente; Balandra, el viejo que le compara a su hija. Barrios es Nada, una mucosidad; Luna es su repetición; y Santiago representa al hombre, una replica masculina de si misma.
Las funciones son en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, consulta precios y horarios de la obra, aquí.
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