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MANADA: Proezas actorales bajo una sólida dirección



Por Luis Santillán/Luis Eduardo Yee hace una apuesta muy osada en Manada, y no está en la versión de su pluma que presenta sobre Las tres hermanas, sino en las decisiones que toma como director. Coloca como elemento focal el trabajo actoral sin aspavientos, gradúa la construcción emotiva para que esté en un rango que genera ritmos muy peculiares, el trazo se adelgaza casi a lo imprescindible, confía plenamente en la gente que convoca y les permite crear desde sus visiones.

Lo interesante está en que cada acierto se vuelve un freno. La propuesta rítmica es muy interesante de inicio, permite que el relato se vaya construyendo sin prisa, con el tiempo que requiere la palabra y las cargas emotivas, tiene acentos que alimentan el conjunto de manera bella, por momentos recuerda algunas composiciones de György Ligueti; sin embargo, en el equivalente al último acto, se produce una sensación monorrítmica que desgasta la atención.

La graduación emotiva permite que las complejidades de los personajes queden expuestas, eso fomenta puentes entre la escena y el espectador. Permite apreciar los matices con los cuales algunos actores alimentan la situación por la cual atraviesa el personaje, hay un deleite en seguir el devenir de los mismos porque da la impresión de que todo está en la justa medida, el problema se da cuando algunos actores comienzan a romper el aparente equilibrio –y no porque sea una propuesta de dirección-. En esos momentos lo que ocurre es un choque directo entre la sutileza y las emociones que se desbordan más allá del contenedor construido.

Cada actor aporta algo, la suma produce la sensación de estar ante una increíble orquesta actoral, las contribuciones generan un gran mosaico que beneficia la propuesta, sin embargo, cuando se desborda la graduación hay actuaciones que caen en los excesos. Es necesario acotar que no hay sobreactuaciones ni exageraciones, solo que al ir construyendo casi como filigrana, un matiz más visible, un tono de voz elevado, rompe por contraste. Existe un bloque excelente donde Pablo Marín (en el personaje de Masha) crea un momento patético, se descarna emotivamente, pero la escena se equilibra por la contención de Hamlet Ramírez (en el personaje de Olga). Hay una contraposición acertada, poderosa, porque está construida en aras de la propuesta.

Quizá los momentos más débiles están en segmentos de Francia Castañeda (en el personaje de Vershinin), porque al tener que construir de una manera más contenida no logra proyectar la pasión que está apuntada en la dinámica de relación que se establece con Masha; los otros están en Roldán Ramírez (en el personaje de Natasha) porque –en proporción del resto del reparto- su trabajo se siente impuesto, forzado, fuera del universo generado.

Manada, texto y dirección de Luis Eduardo Yee es una obra que tiene todo el derecho de generar resultados con altibajos, porque aquellos que se logran cabalmente son poderosos, exponen grandes virtudes tanto actoralmente como en la dirección. Yee apuesta y crea una obra que no puede pasar indiferente, que amerita ser vista porque la sensación que produce al público es sumamente grata.

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