Por Saúl Campos/Floriano es un noble que huye de la justicia tras creer haber asesinado al príncipe Reinero, hasta que su amigo Valerio, tratando de ayudarlo, lo convence de fingir locura para refugiarlo en el Hospital de los Locos en la ciudad de Valencia. Lugar al que la bella Erífila llegará también al creerla loca las autoridades, cuando la encuentren en la calle del inmueble desamparada tras haber sufrido una decepción amorosa que terminó en atraco. Los jóvenes creyéndose locos descubrirán un amor inesperado,en medio de un lugar donde aparentemente más de uno finge demencia para poder hacerse de un enamorado.
La Corrala del Mitote de la Compañía Nacional de Teatro vuelve (No, no en forma de ficha) en esta ocasión al Centro Nacional de Las Artes. Este experimento teatral que busca recrear el estilo de anfiteatros al aire libre de los siglos XVI Y XVII, se acerca el Siglo de Oro Español y entrega en conjunto al Cenart y la ENAT, una dirección de Antonio Algarra sobre el texto de Lope de Vega: Los locos de Valencia.
Con un elenco de ex- alumnos de la ENAT, Algarra decide rendir honor a Lope de Vega en un montaje bastante homogéneo que engancha a sus espectadores desde el segundo uno. Algarra nos entrega la mayor virtud de este montaje con una experiencia que aprovecha el inmueble, y nos introduce a la temporalidad y espacio necesarios al arranque de un coro con acentos flamencos y barrocos.
Tras esto, la historia se cuenta de principio a fin respetando la farsa a la perfección, con cada verso interpretado en el tono adecuado. Estamos frente a una dirección que se mete con un tema bastante complicado como lo puede ser una obra clásica, pues el verso mal ejecutado puede sin duda llevar al espectador al hastío más profundo y a no entender qué está pasando en escena, por fortuna, el director nos entrega una obra que no solo ejecuta bien sus elementos, sino que corre a un ritmo ágil para no separarnos nunca de la atención a la acción.
Complementando la propuesta, es el vestuario de Sergio Mirón el que necesariamente desvía las miradas al elenco desde el primer cuadro. Con elementos clásicos, sobre cortes modernos, Mirón logra esa sensación de naturalidad que los espectadores deseamos encontrar en un vestuario, justo ese punto en el que deja de ser un “vestuario” y se hace parte de la identidad de esos personajes, indumentaria que nos encantaría utilizar un día cualquiera por su gran diseño. Lograr esto sin duda sería cosa fácil para otros diseñadores claro, pero lograrlo en un montaje al aire libre merece mínimo un ramo de flores y un aplauso de pie.
Ahora bien, si hasta este punto no hay en usted querido lector la más mínima y necia cosquilla de acercarse a este montaje, déjeme decirle algo: del numeroso elenco de actores, que sin duda logran un trabajo coral, podemos encontrar con suma facilidad a cuatro actores que se abren poco a poco un nombre en las marquesinas y que sin duda llegarán bastante lejos gracias al enorme talento que poseen en escena. Miguel Jiménez, Patricia Loranca, Abraham Villafaña y Luiz Ricart son esa definición de actores que al público nos hace volvernos fans de inmediato. No solo consiguen interpretar personajes sólidos, cercanos y francos, sino que alcanzan a perderse por completo en estos seres que además ejecutan el verso con una naturalidad tan loable que nos dejan deseando poder escuchar el verso como conversación de diario.
Jiménez demuestra una entrega tan estremecedora al conducirse sobre el escenario con una soltura y ligereza tan casual, que nos hace olvidarnos del hecho de que… ¡está trepándose a un segundo piso mientras actúa y lo estamos escuchando perfectamente! Loranca simplemente atrapa con su energía desde que aparece en escena, a la par de Villafaña que nos deja debiendo más momentos de su personaje entonando bulerías. Y Ricart por su parte construye un personaje secundario tan exacto que llega par robar cualquier escena en la que aparezca, punto.
Los locos de Valencia es la mejor oportunidad que tenemos en cartelera para disfrutar de teatro clásico del Siglo de Oro sin la sensación escolar que usualmente puede dejar este tipo de producciones. Una labor titánica que merece ser vista por mucha más audiencia y analizada por todo aquel que aspire a tocar lo escrito en el Siglo de Oro o contemporáneos.
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Yo la vi y se me hizo muy tediosa aunque bien montada. Sientense abajo porque arriba los tubos tapan mucho la visión.