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LOS CABALLOS FUERON COBARDES: De los límites necesarios a la libertad de adaptar un clásico



Fotos: Jesús Cornejo

Por Saúl Campos/La Señorita Julia, es una niña mimada y malcriada que goza de su posición como hija de un adinerado hombre. Sus placeres van desde manipular a sus lacayos y seres allegados, hasta usar la seducción para conseguir satisfacer sus más obscuros deseos. Cuando se tope en su juego con Juan, su chófer y Cristina, su cocinera, los métodos de Julia encontrarán una barrera que pondrá a prueba la estamina de todos, frente a una lucha de poderes y clases que se encamina rumbo a una catástrofe segura.

Teniendo competencia directa en el Teatro Milán con Señorita Julia de August Strindberg, bajo la dirección de Martín Acosta, La Teatrería nos ofrece un nuevo episodio en la cartelera mexicana de “¿Espera, no es la misma obra que acabamos de ver en otro teatro?” con Los caballos fueron cobardes, versión libre (Quizás incluso más libre que la protagonista de Frozen) de Señorita Julia a cargo de Josué Almanza, bajo la dirección de Adrián Darío Rosales.

En esta versión del clásico de Strindberg, las libertades de adaptación a cargo de Almanza, quien si bien retoma la anécdota de las clases sociales en un juego de seducción y poder, terminan llevando la fineza y astucia del autor original, a un páramo dónde las metáforas forzadas y la necesidad de “expandir” las mentalidades y discurso de los personajes convierten a la obra en un pastiche de personajes caricaturizados y con una solidez precaria que descuida hasta la calidad de sus líneas.

Strindberg nos expone originalmente el choque de pensamientos entre clases sociales a través de sus realidades y sus ambiciones más puras, así como el “¿Qué pasaría si las alcanzaran?”. Para ello, usa como vehículo el juego de seducción y el deseo.

Si bien el adaptador trata de hacer más interesante la codicia de un personaje tan emblemático como Señorita Julia a través de los giros que le da a la trama original, no logra hacerle justicia al personaje, permitiendo que los diálogos clásicos y sutiles característicos del original, se vean inmersos – a la menor provocación- entre palabras altisonantes y ademanes repetitivos que ensombrecen la idea central del autor original. Los recursos utilizados en la adaptación no nos dejan en claro lo que busca la propuesta en cuanto significado o sentido.

La dirección por su parte, no logra subsanar las ausencias del texto, y lejos de poder ayudar a su reparto a llevar el viaje de la mejor forma posible, termina por evidenciar más a su ensamble actoral, sus protagonistas. Laisha Wilkins y Marco de la O no terminan de construir personajes para teatro y se quedan en actuaciones de mediano alcance en cuanto a rango, con tonos de voz llenos de un drama exagerado y gritado, así como expresiones faciales tan acartonadas que se vuelven dignas de un episodio de La Rosa de Guadalupe quizás, más no de un escenario.

Es aquí donde la figura de Luz Ramos aparece como un claro en medio del sombrío bosque, demostrando -como es costumbre- su rango actoral, construyendo con lo que tiene alrededor un personaje víctima de las circunstancias y de sus propios deseos, que trata de evolucionar a medida que la trama avanza, y que de tener una réplica efectiva, sin duda sería recordada como una de las mejores actuaciones de soporte del año.

Un acierto importante es el diseño de escenografía, que cumple con la propuesta y nos presenta un panorama sucio y desesperanzador en el que habitan los personajes de esta historia. Sin embargo, al combinarse con el diseño de iluminación se evidencia la calidad de construcción y vestuarios, que francamente son discordantes con el espacio y el tiempo de la narrativa (y con el glorioso diseño de peinado y maquillaje).

Las comparaciones son inevitables, más cuando la versión de Señorita Julia que se presenta en el Teatro Milán -la cual no es una obra para todo el público- sí es una obra que tiende a dividir opiniones, que genera gusto o disgusto, pero nunca indiferencia. Pero cuando en la otra mano, la propuesta en La Teatrería la reacción que obtiene de la audiencia es un honesto “no entendí”, debemos hablar del elefante en la habitación y evitar que el libertinaje teatral (derivado de someter a un clásico a la pluma, sin tener en mente que el resultado sea digno del original y nos cuente una historia) irrumpa en el objetivo que todos los relacionados a este arte tenemos: acercar a nuevas audiencias a las salas.

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Un comentario sobre “LOS CABALLOS FUERON COBARDES: De los límites necesarios a la libertad de adaptar un clásico

  1. Al que escribió está crítica es importante darle el mérito de las malas palabras a Patrick Marber, pues están mintiendo acreditando a un tercer dramaturgo. Lo importante que es estar informando antes de tirar veneno en busca de un par de nuevos lectores

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