Por Luis Santillán/Ladra corazón de Alejandra Urdiain desarrolla tres puntos de vista sobre la vida de los perros que son abandonados a su suerte; la línea motor es la perspectiva de Luna, una perra que sufre la perdida de sus cachorros, las otras dos son desde la perspectiva de los humanos, una mujer sin hogar que “adopta” a Luna y un hombre que trabaja en al antirrábico.
Las intenciones de la puesta en escena están colocadas en la urgencia por provocar una reflexión en torno al maltrato animal; desde sensibilizar a la gente sobre el hecho de que regalar un ser vivo implica una gran responsabilidad hacia quien recibe el obsequio, así como la forma en que éstos son tratados en lo antirrábicos.
La propia autora desarrolla el personaje de la mujer sin hogar, el entender a profundidad el texto le permite crear una entidad que genera empatía; la generosidad y solidaridad con la cual establece la relación con Luna se siente orgánica. El juego de espejo de situaciones eleva el dolor de Luna y a la vez logra que las circunstancias de la mujer se dimensionen de manera sutil y con mayor profundidad.
Alejandra Urdiain construye su personaje de tal manera que arrebata la atención sobre todos los demás, esto ocurre porque matiza, tiene variaciones tanto rítmicas como emotivas, le da el tiempo necesario a los momentos para que, tanto la historia como las motivaciones del personaje surjan.
Alejandra Zaid da voz y manipula a Luna. Aquí ocurre algo curioso, porque al principio de la obra se presenta como un personaje desdoblado, el cuerpo de Luna en el objeto manipulado y, la voz y contendedor emotivo en la actriz; esa propuesta es atractiva, sin embargo, conforme avanza el relato, eso desaparece y sólo se mantiene la manipulación de Luna.
El vestuario -que recuerda la propuesta de Señor perro y Lo que queda de nosotros– da la impresión de que alimentará una propuesta con esos “desdoblamientos”, camino que hubiera resultado muy afortunado porque, por ejemplo, cuando la mujer sin hogar se integra al universo de Luna, el vestuario fomentaría una lectura donde las condiciones de maltrato van más allá de lo humano y lo animal para centrarse en “el ser vivo”, pero eso no ocurre, como si el director hubiera olvidado el rumbo.
Caribe Álvarez tiene el personaje de quien trabaja en el antirrábico, su trabajo es muy desafortunado, para acentuar estados emotivos recurre al grito, de tal manera que se obtiene una muy larga escena donde hay grito tras grito y nula construcción emotiva, lo que hace vuelve la propuesta monocorde y vacía. El trabajo de él realza las carencias de la propuesta de dirección donde, al querer generar impresiones emotivas, se recurre a la elevación de la voz, a música ilustrativa, a ritmos clichés.
La dirección es de Emmanuel Morales, trabaja solo con la forma, sin que el relato toque más allá de la epidermis. Hay decisiones sobre el espacio, la forma en que se rompe para “involucrar” al público que dan la sensación de inmediatez.
Ladra corazón es una propuesta donde su autora pone una preocupación pulsante sobre la escena, si bien el texto tiene debilidades, una dirección con rigor pudo haberlo fortalecido en escena. A pesar de las carencias -tanto de dirección como de actuación- el espíritu del texto y el trabajo actoral de la autora permiten que la propuesta se mantenga a flote.
Es una obra que puede crecer al tomar decisiones que se alejen de lo inmediato, pero que mientras eso ocurre ayuda a estimular la adopción de perros y gatos que, sin el socorro de la gente, no tendrán una vida plena.
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